«Si el destino tuviera forma,

lo imaginaría sentado tejiendo y destejiendo

las líneas de mi vida.

Y si las ramificaciones tuvieran nombre,

la última en hilarse se llamaría Maya»

(Él) — No te sorprendas entrar algún día en una librería y descubrir un libro titulado Maya.

(Ella) — ¿Que escribirías de mí?

(Él) — Muchas cosas…

No deseo recaer en el odiado cliché de la ilusión, más bien la designación correcta sería inspiración genuina; numen íntimamente enlazado con el inusual brillo en la mirada. Cercanos y no tan cercanos advierten en las pupilas color avellana una estela de luz, chispa que carecía en meses precedentes y que ha despejado las tinieblas en el escabroso paraje de los recuerdos. El doloroso reencuentro con una pareja de antaño; presenciar el detrimento del abyecto (Abuelo) hacia una mejor realidad; el peligroso roce con una mujer comprometida; el haber sucumbido ante la trampa de los falsos sentimientos al ser reemplazado como un juguete averiado; y todo este compendio sombrío fue difuminado por una broma hacia una chica de arraigado acento sin saber que el tímido diálogo entre dos extraños desencadenaría el milagro. En el lastimero mutismo de cada minuto transcurrido valoré los inagotables momentos en los que escuché esa gratificante carcajada; la espontaneidad de las conversaciones; la curiosidad propia de una niña; mejillas pletóricas de vitalidad; sin olvidar la misteriosa energía que disipaba el sueño y el hambre.

Estas palabras pueden ser desechadas sin miramientos, sin embargo, su mera existencia es un registro del milagro que engendraste. Alguna vez dije que había extraviado la plenitud en la escritura, te mostraste atraída por las razones de tan gris aseveración, al final respondí con evasivas, pero en aquel instante ignoraba que la recobraría a través de ti. Esta reflexión es una prueba de ello y los promontorios desparramados de hojas físicas e intangibles son el perfecto refugio para reformular la realidad. El trasfondo de estas palabras es el sendero hacia el interior de mi mente. Aparto el temor de estar expuesto, he cruzado un nuevo umbral y este se ramifica en múltiples líneas. Desconozco el mañana, pero algo sí sé.

En el alba, tú recuerdo jamás dejará de acompañarme.

(Él) — Maya…

(Ella) — ¿Sííí…?

(Él) — ¿Recuerdas la primera vez que te hice reír?

(Ella) — Como olvidarlo.

(Él) — Aquel día… volví a nacer.

(Ella) — …

(Él) — Chica… Gracias por existir.

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