NAVIDAD, DICIEMBRE DE 2001
-Aún recuerdo cuando vivíamos con mi familia en El barrio San Antonio, de la Ciudad de Mar de la plata-provincia de buenos aires. Las calles eran de tierra, se inundaban cada vez que llovía; Mi madre solía decir que era una “laguna”.
La casa en la que vivíamos era pequeña, pero bien distribuida en cuanto a sus espacios. (4 habitaciones, un baño, una cocina y un comedor que tenía un ventanal que lo iluminaba)El barrio personalmente me gustaba, tenía vecinos agradables, se cuidaban todos entre sí.
Lo que más me agradaba de ese barrio era la plaza “Bosque alegre”, que estaba a 7 cuadras de nuestra casa. Solíamos ir a jugar con mi melliza y nuestra hermana menor.
A 300 metros de donde nos ubicábamos, las calles eran asfaltadas y estaba repleto de árboles.
Guardo muchos recuerdos de ese lugar, pero ninguno como aquella navidad, la cual, resultó catastrófica en términos familiares. Cada vez que lo recuerdo, siento un sabor amargo en la boca y la acidez subiéndome hasta el pecho y la garganta como si me estuviese prendiendo fuego por dentro.
A veces me pregunto “-¿Cómo podría haber evitado que nuestra familia se disolviera?” O en caso contrario “-¿Cómo pude haber hecho para disfrutar más el trayecto antes de que la navidad del 2001 llegase y terminara con lo más valioso para mí?” – la familia.
Mi nombre no es relevante en este relato, almenos, no lo suficiente comparado con el suceso de la navidad del 2001.
Mi amada familia estaba compuesta además de mi madre de 47 años, ama de casa y camarera de un café. Luego mi padre de 50 años, trabajaba realizando changas en los que respectaba a arreglos en las casas, plomería, gasista, electricista, etc. No ganaba mucho, pero lo suficiente para sostener la familia junto a mi madre. Mi melliza era dos minutos menor que yo, y nuestra hermana era un año más pequeña, tenía 6 años. Luego estaba nuestra abuela materna, con 86 años, viuda. Nuestro abuelo había fallecido a los 90 años de edad, el año anterior, por lo cual esta navidad la abuela vino a festejar con nosotros.
Mi padre como todas las navidades preparaba el asado, con un par de chorizos, tres tiras de costillitas de cerdo y un pollo a la parrilla. No teníamos chulengo ni parrilla bien establecida en alguna parte de la casa, así que papá agarraba 4 ladrillos, dos parrillas no muy grandes y cuadradas, encendía el fuego, luego tiraba el carbón, y tanteaba las brasas para procurar que el calor estuviese bien distribuido para el siguiente paso que era la cocción paciente del asado. Mientras mamá armaba las ensaladas de lechuga y tomate, la ensalada rusa y la torre de fiambre que tanto nos gustaba, con mis hermanas jugábamos a adivinar lo que papá Noel nos traería esa noche.
Este año la comida la habían sacado fiada en el quiosco de “Doña Rosa”, ya que, a papá no le habían salido suficientes changas y a mamá no le habían pagado el aguinaldo. A pesar de la economía que llevábamos para ese año, no faltaban las bebidas para el brindis y tampoco la sidra de niños para no brindar con gaseosa, ya que, a nosotras nos gustaba estar de alguna manera acorde a las circunstancias presentes y a la altura de los más grandes. “¡tomamos sidra!” comentábamos a nuestros amiguitos del barrio al siguiente día, a pesar de que todos sabíamos que era sin alcohol y que a eso se referían con el rotulo de “para niños”.
Nosotras tres esperábamos ansiosas a que sean las 00:00, de la ansiedad teníamos el estómago revuelto y sin hambre. Como todos los años.
Mamá y papá, durante muchos años se esmeraron por mantener vigente en nosotras la ilusión de la existencia de los reyes magos, el conejito de pascuas, el ratón Pérez, papá Noel.
Para nosotros estas fechas eran muy importantes, aunque todavía no habíamos notado la verdadera significancia de los eventos. “La importancia de estar y ser en y con la familia”.
Luego, nos sentamos todos a la mesa. Papá se acercaba casi desesperado con la bandeja de asado en la mano porque se estaba quemando, al parecer el calor había atravesado el paño de color amarillo. Mamá en tono enojada, le dice: “¡todos los años tengo que repetirte que uses un repasador grueso para agarrar la fuente!”. La abuela sentada en la mesa, los mira y decide interrumpir e ignorar la leve discusión que se presentaba, para decir “prendan las luces del arbolito, acá pareciera que no es navidad, excepto por la comida”. Nos reímos todos, y me levanté corriendo a prender las luces mientras mamá me decía “con cuidado, no te vayas a quedar pegada”.
Volví a la mesa, mamá servía cada plato. Empezando por la abuela, que siempre pedía un poquito de cada cosa, “poneme un poco de ensalada rusa, otro de lechuga y tomate, un pedacito de chorizo, de carne y una pata-muslo”, como era navidad, era la única ocasión en que comer en cantidad no era tema de discusión.
Con mis hermanas nos mirábamos entre sí, con una mirada cómplice, y nos reíamos sin decir nada, pero recordando las veces que mamá le dijo a papá: “vamos a tener que comprar suficiente comida porque mi mamá come como lima nueva”.
En cuanto a mis hermanas y yo, siempre pedíamos ensalada rusa y una porción de la torre de fiambre, pero nunca la terminábamos. Era demasiada la ansiedad que manejábamos mientras esperábamos los regalos.
Terminamos de cenar, juntamos la mesa entre todos, la abuela lava los platos. Los minutos siguen transcurriendo, bastante lento para nosotras 3, que estábamos deseosas de abrir nuestros regalos.
Luego acomodamos la mesa dulce, nos sentamos a contemplarla. Siempre colocábamos un mantel rojo, y unas velas blancas en el centro con una estatua de papá Noel, como si fuese un ritual anual. Me generaba paz observar la luz de la vela, sentía que me sumergía suavemente.
Se hicieron las 23:10, papá se estaba bañando para sacarse la transpiración de asador, mi mamá le gritaba otra vez en tono enojada ¡“siempre lo mismo con vos! ¡Terminas bañándote a último momento! ¡Si no salís para el brindis, brindamos sin vos! ”
Los minutos seguían pasando, la abuela nos contaba anécdotas de su infancia y cómo eran sus navidades. Generalmente eran bastante repetitivas sus historias, y se perdía bastante cuando relataba. Pero al crecer comprendimos con mis hermanas, de que se trataba de una condición médica, padecía –mal de alzheimer- , por eso a veces en la mesa permanecía callada y con la mirada perdida, como si divagara en recuerdos inconclusos e incomprensibles para su mente o sistema cognitivo.
Mamá había prendido la radio, 93.3 donde empezaron a decir “vayan preparando sus copas que en ya arrancamos con la cuenta regresiva”. Mamá estaba molesta, se le notaba en su cara. Comenzó a servir tres copas con sidra para niños y le dio una a mi hermana menor, otra a mi melliza y la siguiente fue para mí, que había estirado mi mano antes de que comenzara a servirla. Luego mamá miró a la abuela, y luego miró la botella de sidra con alcohol y la de niños, finalmente tomó la sidra para niños y se la sirvió a la abuela mientras esta permanecía mirando las luces del arbolito.
Mamá se sirvió su copa con fresita, la sidra no le gustaba. Y se comienza a escuchar en la radio “¡arrancamos con la cuenta regresiva! ¡Se viene familia! ¡Agarren sus copas! *el locutor estaba eufórico* de alguna manera nos transmitía su entusiasmo porque todos gritábamos la cuenta regresiva casi igual de eufóricos. “…y comenzamos… ¡Diez! ¡Nueve!…ocho…¡siete!*mamá llama a los gritos a mi papá*…cinco!…cuatro!…*papá sale corriendo del baño, toma su copa de sidra servida por mamá*…tres…dos…uno…! Y casi al unísono todos gritamos “¡feliz navidad!” chocamos nuestras copas, nos abrazamos uno por uno, y salimos afuera a mirar los fuegos artificiales, algunos vecinos de la cuadra se acercaban con la copa en sus manos a saludarnos, otros se estaban subiendo a sus autos para ir a visitar a otros familiares. Con mis hermanas agarramos las estrellitas y las prendimos. Estábamos afuera con la abuela, y no habíamos notado que mamá y papá ya no estaban al lado de nosotras.
Cuando los fuegos artificiales de los vecinos comenzaron a dispersarse y desaparecer, volvimos a entrar porque hacía frío y estaba lloviznando como la mayoría de los años.
Al entrar, miramos nuestro árbol de navidad y estaba vacío. Sentí una desilusión importante aunque trataba de pensar en lo que la señorita de segundo grado siempre nos había repetido “lo importante no son los regalos, sino estar en familia” pero eso no era suficiente para mí, almenos no si tenía el pensamiento de que papá Noel le traía juguetes a los niños y niñas buenas y yo estaba perfectamente segura de que con mis hermanas lo éramos. La verdad estaba triste y enojada al mismo tiempo, sabía por qué pero no sabía realmente con quién. ¿Era realmente mi enojo hacia papá Noel?
En ese mismo instante escucho a mi mamá (la cual había entrado con mi papá mientras estábamos afuera con la abuela), diciéndole enfurecida a mi papá, que ella había confiado en su palabra sobre conseguir los regalos para nosotras esta navidad. Que ningún año nos había faltado y que no entendía como sería posible explicarnos que esta noche no abriríamos nuestra bolsa. Y que sería él quien nos inventaría algo para zafar de esta situación que era demasiado abrumadora para mi madre.
Mi padre se nos acerca, yo que había escuchado escondida la discusión de mis padres, estaba bastante confundida, porque había tenido un “gran descubrimiento”, MAMÁ Y PAPÁ NOS DEJABAN LOS REGALOS, Y NO PAPÁ NOEL. Aunque la idea de un hombre entrando a nuestra casa con un trineo para dejarnos regalos no me convencía del todo, pero me ilusionaba y finalmente lo creía porque las palabras de mis padres eran palabra mayor para mí. “ELLOS JAMAS NOS MENTIRÍAN”.
Así que tuve una mezcla de sentimientos y emociones amargos. Sentía como si no pudiese digerir un alimento. No podía aceptar que nuestros padres no hayan mentido. Continúo en silencio, pensativa y escuchando a mi padre, el cual nos decía que para reyes magos íbamos a tener el regalo de papá Noel y el de los reyes magos porque a papá Noel no le alcanzó la plata este año.
Mi hermana menor se largó a llorar y con mi melliza dijimos que no pasaba nada, que lo importante era estar en familia. Por mi parte, entre el enojo, tristeza y desilusión que sentía, lo dije simplemente para que mi papá no se sintiera peor, después de todo siempre hicieron lo posible por darnos lo que nos hacía falta e incluso más.
La noche siguió, llegaron algunos familiares y primos que presumían sus regalos caros y preguntaban sobre los nuestros, por lo cual respondíamos “los nuestros los traen para reyes” y bla…bla…bla.
Jugamos un buen rato, hasta que la noche terminó, se hicieron las 4am, la abuela se había acostado a dormir a la 1:30am. Ya teníamos bastante sueño los más chicos, por lo cual, nuestros familiares se fueron a sus casas para que descansaran, mi mamá se puso a ordenar, y con mis hermanas nos fuimos a acostar cada cual a su habitación, se quedaron dormidas al instante.
En cuanto a papá, lo fui a saludar para darle el beso de buenas noches, y lo encontré armándose una valija. Le pregunté por qué se armaba la valija y me dijo que se iba a la casa de un amigo que lo había invitado a pasar unos días. Su respuesta me convenció, no indagué demasiado porque tenía mucho sueño, quería descansar y tenía 7 años, ¿qué más podría haber dicho o hecho?
Fui a darle un beso de buenas noches a mamá que estaba en el comedor lavando el piso, me acosté y me dormí.
Comenzaban a pasar los días, las semanas… nosotras tres preguntábamos cuándo volvería papá de las vacaciones con su amigo, y mamá respondía con un: -“no lo sé, no tengo idea”.
Se la notaba apagada, ya no hablaba tanto, pero se enojaba y gritaba mucho cuando no hacíamos las cosas como ella pretendía.
Continuaron pasando los años, y con el tiempo dejamos de preguntar por papá. La abuela había fallecido en el 2006, a los 91 años de edad.
Con mis hermanas, habíamos comprendido que papá Noel, el ratón Pérez, los reyes magos y el conejito de pascua, eran una enorme mentira, de la cual me propuse que en el futuro, si llegase a tener hijos, no iba a crearle esas ilusiones. Y entre el silencio e indiferencia de mamá, tuvimos que aceptar que papá ya no iba a volver, así que dejamos de esperarlo; aunque en cuanto a mí, hoy en día, aún lo extraño.
-Ornella Esquivel.
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