Aurora boreal

A ciencia cierta me dejó ciego e involuntario:
enmarañado como pez en la inmensa bóveda negra
de la noche;
su longitud era más que yo
pero aún así le bese:
le besé la rodilla, el hueso
el sudor
la margarita infinita,
su saco amarillo
y hasta su talón

y una vez más fue mío:
Le besé el tono de su voz y su mano
Me quedé en quietud total cuando acabó en mí,
se desplomó como un edificio altísimo:
lo observé.
Me llenaba de un espeso olor a rosas y claveles
poblaba todo mi vientre húmedo.
Me miró, sonrió
Acabamos muriendo los dos:
yo en su pelo, él en mi mano.
Jamás aprendí a pedir las cosas de otro modo
que no sea el de hacer (le) poesía.
A veces le llamaba pirata.

Ayer, la estación semiflorida pasó y quedó
guagua de azúcar,
ensimismado entre hojas boreales: casi extinguidas.
todavía el deseo, el ojo, el beso, la carne
el sudor
la manzana apretada
el sexo roedor, cúmulo de garzas del ártico.
Es como si todo, aún, desde ayer, fuera;
como si mañana será
como si desde ayer recordara lo que es vivir.

Como si tu aroma se me diera
en una cuchara uniforme y amplísima: desde el martes
¿o era desde el sur?
Como si todo esto tuviera que ser una vez más.
Desde ayer
pido algo extraoloroso, carnívoro
y omnipresente.

Algo vivo sobrehumano e incendiario
como si estuviéramos destinados, opacos, dulces
amplísimos, agrios y satisfechos.
Desde ayer el labio se hundía en la catarata
y en el follaje,
una hoja y un crepúsculo habían roto el hechizo
y apareció
tu alma: sacudida hendida comida a la mitad
por mi cicatriz y mi boca humana:
atroz movimiento.

¿Dios existe en la humedad?

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