Tierra humeda frente a la pared de adobe, la plantita en botón resguardada en el reducido jardín, crece y florece agraciada. Un día atiende al colegio, tallada, estrenando ese verde femenino, un tono de estío.
Se mece la falda en el aire mientras gira, se detiene al escuchar “limoncito!” observa la sonrisa, hay algo de rosa ahora en su rostro, elige bajar la mirada y observar sus zapatos, un poco incómoda, mientras escucha el timbre detrás, sale a la calle y le encuentra de todos modos. Es mayor, tiene algo refinado, persistente también, algo de labia, conversaciones distintas a cualquier otro chico coetáneo con el que se haya topado aún…
Los sueños de las paredes de adobe florecen y decide intentar…
Fruto de la lluvia, el sol y las manos experimentadas, el retoño se asoma con prontitud, ya no baila con la brisa y de limoncito pasa a ser un arbusto limonero. El viento se torna cada vez más fuerte, ha sido trasplantado a clima cálido, las raíces sienten el cambio, hay calor y sombra, la maceta es pequeña, sin embargo sigue retoñando.
El apartamento pequeño de la primera calle, un pueblo pequeño lejos de sus raíces, la mesa de comedor es la caja de la nevera. El pequeño retoño le cambia la vida por completo, es su día y sus noches, mientras el marido trabaja intensamente cómo director general del hospital local.
Años más tarde, cuatro brotes pequeños van creciendo a su alrededor, lo disfruta y a la vez siente que la esquina a la que ha quedado confinada embelleciendo el jardín le queda corta y se ha vuelto parcialmente árida, se defolia un poco y deja de florecer.
Diferentes manos toman partida, agradecida por el abono y atención, el arbusto se renueva… la risa le hace bien, ahora baila una vez más. Limoncito cambia de hogar nuevamente, dejando los pequeños brotes que en algún momento sostuvo y aún requieren de ella.
El cambio de tierra le favorece, aún así la dureza, el frío del entorno y el corte prematuro de los brotes le hace daño, las raíces siempre lo sienten. Al cabo de pocos meses, el nuevo cultivador desaparece y como tantos otros rostros de un conflicto armado prolongado, se desconoce más detalle.
Adiós jardín de ensueño, regresa mejor a donde en un inicio sus raíces comenzaron a crecer. Arbusto resiliente, labora ahora arduamente, cuida toda vida a su alrededor, intentando suprimir con humos y brebajes esas tierras, hijos, pedazos irreconocibles, marchitos que lleva consigo. Con el tiempo las espinas se afilan y desmemoriado queda el recibir cuidados ajenos.
Relegada, algo va haciéndose camino dentro del tronco, algo ácido, progresivamente se ve plagada de pequeños áfidos que aprovechan, la drenan poco a poco, dándoles ella las gracias por la compañía, decide olvidar que eventualmente un árbol enfermo se seca.
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