Era una niña un poco ñoña, no pasaba de los 15, era flaca con el cabello dorado y chino, como sí se hubiera robado todos los chinos del mundo. Ella siempre se alisaba el cabello porque el tonto de Juan le decía “cabeza de puddle” en la secundaria.Un tanto rebelde y contestona, usaba la falda muy larga y cuando se pintaba los labios manchaba su diente de rojo, cargaba una mochila pesada repleta de libros y cuando el sol golpeaba su rostro hacía muecas de pocos amigos.
Cada día, la niña de los chinos dorados, buscaba la manera de conseguir un novio. No había mayor anhelo para ella que encontrar a su media mitad, un príncipe como aquel de las Boy Bands que escuchaba. El problema era que parecía que el único que se había fijado en ella fue Daniel, en 6to de primaria, quien le pegó un chicle en la cabeza.
Ella intentó cambiar su peinado, tomaría su cabello por un lado, pensó que así algún chico del colegio la miraría y con suerte le pediría salir, sin embargo, no tuvo éxito; nadie notó la diferencia.
Al día siguiente robó un poco del perfume de mamá, pero no resultó. Cambió el color del bilé, decretó como lo hacía su madre con la camioneta que quería, le pidió a los ángeles, se pintó las uñas, ajustó un poco la falda y nada de eso dio resultado.
Rendida y muy cansada un día que le tocaba deportes, tomó su pants, se hizo una coleta, se dejó los chinos y se fue a la escuela. Ella supuso que quedaría soltera para siempre.
Pasadas las 12, cuando el sol golpeaba fuerte a los alumnos en el patio su cabello dorado brilló tanto que la luz golpeó en los ojos a un tipo que iba saliendo de dirección porque estaba punto de ser expulsado. Cuando la luz entró a sus ojos quiso taparla con su mano y con un ojo medio cerrado quedó hipnotizado por la niña de los chinos dorados, así que fue tras ella.
Él le dio un pretexto estúpido. “¿puedes cuidar mis llaves mientras juego futbol?” Ella accedió, pero no se dio cuenta de la jugada que planeaba el tipo, incluso se sentó a verlo jugar, le echó porras y cuando acabó el partido él se sentó a su lado, tomó algo de agua y un poco nervioso comenzó una plática medio improvisada. Se saltaron la clase juntos.
Día a día hablaban más y más , él le compraba galletas para que desayunara y comían su desayuno juntos, él verduas porque quería bajar de peso, ella solo las galletas con un jugo. Ambos salían del baño a escondidas y se besaban en los pasillos de la escuela, la falda volaba y el bilé del diente seguía se borraba a besos, se iban de pinta al cine y se acostaban en el pasto durante horas.
Poco a poco la relación fue creciendo y se hicieron novios, se enamoraron y formaron la pareja que tanto habían deseado. Luego de largos años ellos terminaron, como es natural el tiempo hizo sus destrozos. Él se fue a otro país para poder olvidarla pero jamás pudo volver a amar a alguien. Ella siguió conociendo otros chicos, terminó la universidad en la carrera que quería. Todo cambió, todo acabó, excepto que la chica de los chinos dorados jamás volvió a alaciarse el cabello.
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