COMO ESTATUAS DE SAL – II

COMO ESTATUAS DE SAL – II

Episodio II: GAIA

Un ave de colorido plumaje en intensos tonos azul y verde cruzó volando en un primer plano.

De fondo, una cascada bramaba con su gorgojeo al arrojarse al vacío desde lo alto de un precipicio creando una pequeña neblina a su alrededor.

La cascada caía al océano infinito, y más allá, el cielo se fusionaba con el agua y se fundían ambos en un todo indistinguible.

Es entonces cuando algo se estrelló contra el agua, cerca de la costa, dejando el rastro de una humareda tras de sí.

Primero se escuchó el estridente chapoteo de algo grande que se estampa contra el fluido etéreo que resulta de la mezcla de dos partes de hidrógeno por una de oxígeno.

Después, empezó la lluvia de objetos caídos de idéntica forma creando un denso oleaje al impactar contra el reino de Neptuno.

Eso que se había estrellado contra el líquido elemento era parte de la armada interestelar marciana, concretamente la formada por escuadrones de civiles.

El rastro de humo de sus naves se debía a que al atravesar la atmosfera fuera de La Ventana, la capa mas fina de la atmosfera, habían empezado a arder.

La Ventana solo estaba disponible unos días al año. Era por donde en tiempos antiguos entraba y salía todo el comercio de Gaia a Marte, hasta que los ingenieros marcianos lograron perfeccionar los escudos atmosféricos que permitían acceder al planeta azul por cualquier zona y en cualquier momento.

El caso es que las naves con las que había huido de Marte casi todo el mundo a favor del sur antes de colapsar todo el planeta eran de bajo nivel protector y baja gama en general.

Vamos, que eran naves para andar por casa, como quien dice, y muchas incluso se habían desintegrado al rozar contra la barrera formada por el veinte por cierto de oxígeno y un ocheta por ciento de Nitrógeno, aproximadamente, la cual envolvía la cascara terrestre del planeta azul permitiendo que en ella se gestase la vida

Básicamente, las naves utilitarias estaban pensadas y diseñadas para manejarse por el planeta de origen, pero no para viajes extraplanetarios.

La nave de Ratik, como era oficial del ejercito y por tanto de nueva generación, tenía buena equipación y no tubo ningún problema para estacionar en un claro en medio de un extenso bosque tropical, cerca de la línea amarilla que conformaba la playa.

Todos bajaron de la nave cogiendo equipo médico de mano y corrieron hacia la zona de arena dorada junto al mar para socorrer a los pocos supervivientes que iban llegando a nado hasta la costa desde las naves que habían caído al mar.

No es que hubiera muchos supervivientes ya como resultado de las guerras marcianas libradas contra Glador, pero el panorama de perder a los pocos amigos y camaradas que le quedaban a Ratik tan cerca de la meta era desolador.

¿Habría merecido la pena destruir todo un planeta entero para que la semilla de la destrucción encarnada por Glador, se hubiese consumido entre las mismas llamas que su amado astro madre evitando así que se propagase como un virus a los otros dos luceros?

Glador…

La máquina que se hizo hombre, puesto que realmente, en origen, era una Inteligencia Artificial que se construyó un cuerpo de hombre, concretamente un esqueleto de metal cubierto por órganos y piel sintética que le otorgaban un estado parecido a la vida, con el que engañó a todo el mundo en un principio, hasta lograr hacerse con el poder en el Norte y, posteriormente, desenmascararse como lo que era en realidad una vez ya estuvo asentado en el trono, bien arropado por el ejercito que él mismo había conformado creando en secreto soldados biónicos en masa en fábricas donde la mano de obra también eran robots, o bien también, contratando a mercenarios ciborgs sin escrúpulos, pero con aspiraciones.

Ratik no estaba tan seguro de que aquel sacrificio que tanto le rasgaba el alma, el de su tierra amada, hubiera servido realmente para algo, pues varios de los informadores que se habían quedado en su nave, así como los que se habían quedado en otras que también habían logrado aterrizar con éxito, estaban reportando que se habían visto en los sistemas de detección naves de la Flota Sol, como se hacían llamar las hordas del tirano, sobrepasando el planeta Tierra y dirigiéndose a Venus, que por aquél entonces tenía océanos y un clima templado, incluso mas estable que el de La Tierra, y por tanto era otra opción habitable.

Sumado lo anteriormente mencionado a que ambos planetas, Venus y Gaía, tenían una masa y un tamaño muy parecidos, a ambos se los conocía como Los Gemelos.

Su nombre se debía a dos hermanos gemelos, Urko y Rurko, uno ingeniero y el otro marinero de estrellas, que en tiempos muy lejanos se aventuraron en una nave espacial reforzada con plektron, una sustancia parecida a la cerámica pero mas resistente, por primera vez en la historia conocida marciana rumbo a los dos astros que tanta curiosidad habían despertado durante todos los cientos de siglos en que no había existido tecnología para llegar hasta ellos por parte de los altos y esbeltos, casi tirando a flacos, habitantes del planeta rojo.

Los hombres de venus, por el contrario y debido a su proximidad al astro rey, necesitaban de mas melanina para hacer frente a los efectos de sus rayos, y por tanto tenían la piel muy oscura y el cabello rizado, así como almendrados ojos de un marrón muy oscuro, según contaban las leyendas anteriores a El Cataclismo, un evento bélico también, aunque no tanto como este último, de dimensiones épicas, que ya había amenazado hacía siglos a Marte con borrarla del mapa.

Resumiendo: antaño Marte alcanzó gracias a la evolución un gran nivel tecnológico que le ayudó a navegar por el universo conocido por ellos, dando lugar a una gran sociedad que realizaba viajes interplanetarios entre Marte, Gaia y Venus, mayormente con intención de realizar intercambios comerciales con sus nativos, así como por cuestiones aventureras para aquellos de espíritu inquieto que deseaban conocer mundos.

Ante tanta abundancia cultural, económica y tecnológica, cuando tan a gusto se estaba en aquel pequeño vecindario formado por Los Gemelos y Marte, no se sabe bien como, todo se perdió.

Se desconoce la historia exacta puesto que los registros, al estar la mayoría informatizados, habían desaparecido, o bien habían quedado inaccesibles en las carcasas metálicas fundidas de sus chips, destrozados tras los estallidos de muchas bombas nucleares, y por otra parte, el otro bando, el invasor, el que lo lio todo, tampoco se prodigó mucho sobre el tema puesto que como su planeta de origen, se trataba de gentes frías y parcas en palabras y, en general, en todo aquello que no aportara a su bienestar.

Solo se conoce lo básico porque se ha trasmitido de generación en generación entre los marcianos: que apareció un día sobrevolando los cielos otra sociedad invasora formada por hombres muy altos, de aproximadamente dos metros de media, fornidos pero esbeltos, de ojos azul o gris claro, y cabellos entre rubio, blanco y plateado, que vino de las afueras de la mitad del sistema solar, de antes del cinturón de asteroides, eso seguro, pues era imposible navegar a través del cinturón sin estamparte con alguna roca gigante a la deriva según decían los astrónomos marcianos.

Esta nueva raza, se plantó allí para sorpresa de todos un día con sus diferentes naves nodrizas estacionadas sobre los cielos de las principales ciudades del planeta, y sin previo aviso intentó conquistar Marte por la fuerza, puesto que de las tres posibles colonias que anexionar a sus dominios, este era el único astro habitado con suficientes medios de desarrollo armamentístico como para presentar batalla.

Los habitantes de Venus y Gaia, que vivían aun en sociedades tribales y estaban menos evolucionados que su rojo vecino estelar, no podían hacer mucho con arcos, flechas, lanzas, y algún hacha, y poco mas que manejaban.

Esta guerra, aunque en cierto modo fue triunfal para los marcianos, puesto que la victoria había sido lograda por sus habitantes, los cuales lograron rechazar la invasión, creó tal destrucción a nivel planetario que la sociedad marciana retrocedió industrialmente varios miles de años.

Casi todo estuvo contaminado por la radioactividad en el exterior durante siglos, con lo cual, los habitantes que sobrevivieron a ese cataclismo nuclear tuvieron que refugiarse en cuevas subterráneas a modo de búnkeres.

La tecnología, como no se estilaba mucho el uso del papel porque se consideraba algo de mundos menos evolucionados como Venus o Gaia, quedó perdida en la memoria de algunos que aun salvaron algo cuando los discos duros donde los conocimientos marcianos eran almacenados quedaron destruidos, de modo que las sucesivas generaciones, poco a poco, tuvieron que apañárselas para volver a inventarlo todo de un modo muy lento, puesto que tampoco existían casi recursos para tal fin.

Los invasores eran habitantes de Encelado, la sexta luna de Saturno, astro cuya mayor parte de la superficie es agua, pero que aun tenía zonas habitables en su superficie, la cual estaba dotada de una atmosfera con los gases necesarios para la vida.

Esta atmósfera, por otro lado, se calentaba moderadamente gracias a las innumerables fuentes termales que emanaban por todas partes del núcleo del planeta debido a los movimientos de constricción creados por los diferentes tira y aflojas de la gravedad ejercida en el objeto estelar al orbitar a Saturno, un gigante gaseoso.

Estos nuevos seres, los enceladienses, además de sus ya mencionadas cualidades físicas, cabe destacar también sobre ellos era que estaban dotados de una piel extremadamente lechosa, casi transparente, que dejaba ver a la perfección los vasos capilares y las venas azules que se enmarañaban en su anatomía interna, ya que apenas tenían melanina al vivir en un planeta tan alejado de los benefactores rayos de la luz del Sol, a diferencia de los habitantes de nuestra tríada planetaria protagonista, quienes en mayor o menor medida tenían todos un toque de color.

Por otro lado, aunque no lograron su objetivo de establecerse en el pequeño planeta rojo, sin embargo, no tuvieron problema para asentarse en Los Gemelos.

Se establecieron preferentemente en La Tierra porque era mas fresca que Venus, aunque allí también establecieron bases, creando lo que con el tiempo sería una rica sociedad cuya base de poder central se establecería en la isla de Thule, justo en el centro de sus vastos territorios, entre el norte de Europa y la Antártida, donde también se instalaron ya que por aquel entonces, cuando ellos llegaron, los polos magnéticos estaban a la altura de Los Grandes Lagos de Canadá y por tanto el continente no estaba invadido por las nieves perpetuas que actualmente han quedado comprimidas allí a lo largo de los milenios ocultándolo todo.

De echo, si a día de hoy se pudiese excavar y realizar catas arqueológicas en tan agrestes tierras, seguramente se podrían encontrar restos arquitectónicos de los antiguos edificios que conformaban las ciudades del Reino de los Habitantes del Norte, como sería conocido ese pueblo mas adelante, o mas bien sus cimientos, entre otros hallazgos que ahora dormían bajo kilómetros y kilómetros de hielos eternos, hasta caer sepultados en el olvido.

Esta nueva raza invasora eligió estas zonas mas frías y con menos luz porque eran las que mas se asemejaban a su hábitat natural.

Pero volvamos al presente, a la caída de las naves marcianas sobre aguas del Pacífico, junto a las costas niponas, y como impresionó esto a los hombres de neandertal, auténticos señores originales de aquel mundo en la época que acontece.

Cuando los nativos vieron caer desde lejos las naves marcianas se asombraron mucho ante tal hecho.

Siempre se habían visto cosas consideradas como normales, por ejemplo, el vuelo de pájaros de metal sobrevolando las nubes, pero como hemos dicho antes, tanto estas sociedades como las de Venus eran menos evolucionadas: realmente no sabían que los dioses que venían a veces del cielo a visitarlos y ofrecerles sus mercancías no eran mas que otra raza como ellos, pero de otro planeta, y por su parte los marcianos no querían intervenir en el desarrollo de su evolución natural, un poco por respeto, y otro poco por interés porque descubrieron que cuanta menos cultura tiene una sociedad, mas fácil era cambiarles telas y baratijas por acceso a sus tierras, donde conseguían metales conductores como oro o silicio, por ejemplo de los múltiples recursos que ofrecían a manos expertas ambos planetas, Gaia y Venus, siendo estos prácticamente territorios aun vírgenes por esquilmar.

Tanto les impactó a los neanthertales la llegada de los marcianos, como la posterior integración de este nuevo pueblo llegado como por arte de magia entre su sociedad, mezclándose con ellos sin prejuicios hasta engendrar a una nueva raza.

Tanto fue así que los hombres y mujeres que habitaron la zona, a lo largo de la historia, crearon leyendas que en los días del futuro de hoy persisten en la memoria de Japón, la zona actual por donde cayeron, sobreviviendo al olvido cuando los pobladores del mundo moderno se las susurran a sus hijos al oído para que estos conozcan los orígenes de sus dioses, los creadores de su propio pueblo: los hombres de piel amarilla y ojos rasgados que cayeron al mar desde el cielo en tiempos inmemorables.

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