La lluvia en la ventana vidriosa, así como la lluvia de la mirada auguran el infame huracán que se avecina sobre mí.
El fenecer de la razón yace marchito en el inmenso precipicio, gigantesco y vasto mar de mi desdicha.
Los fuertes vientos que arrancan las inocentes flores asemejan la debilidad de mis entumidas piernas; congelando la minúscula llama de ternura de mi pobre corazón.
Asfixiado por la pestilencia de los vientos, la mente resuena con las sonámbulas preguntas de un joven confundido y aturdido.
¿Es que cuándo dejará de llover?¿Cuando la llovizna cesará su desgarradora infamia en el río caudaloso de mi vida?
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