La escalera

La escalera

Kayo

08/05/2023

Sobre el este se asoma una fuerte luz proveniente de una estrella compuesta de colores entrelazados, que terminan en un rayo naranja amarillento. La luz recorre pasto, tierra y montañas, hasta llegar a iluminar una escalera a media terminar, en la que se hallan tres hombres. Sentado en el primer escalón, se encuentra un niño que no llega a los doce años, lleva consigo una camisa y tirantes algo sucios. Su rostro endurecido por el frio, se dibuja en rojo sobre su nariz y mejillas. Detrás de él, en el descanso de la escalera, se halla sentado de espaldas, un joven de cabello negro y vestimenta extraña. Sus pies están cubiertos de botas con barro, mientras que en su pecho y brazos hay jeroglíficos indescifrables por la suciedad. Con semblante algo aturdido, su mirada se pierde en el espacio vacío delante suyo. Escalones arriba, al final de la “u” está el último hombre. Provisto de algunas arrugas en la cara y temblores en las manos. Las piernas se le balancean como agujas, ya que la escalera no termina en ningún lado. Cuando el sol llega a iluminar al niño, este se queja un poco ya que los ojos le incomodan, “Como puede ser el sol tan caliente” dice mientras se tapa con las manos. El joven de vestimenta extraña no le responde nada, se mantiene callado aun cuando el sol le alumbra la suciedad del rostro. Es el más viejo es el que responde sin poder verlo.

— Deberías disfrutarlo, esta calidez es algo muy preciado.

El niño que escucha la voz proveniente de arriba suyo le contesta:

— No es que no me agrade, solo no estoy acostumbrado a ella, donde vivo solo hay nieve, las nubes tapan toda la luz del sol.

El hombre viejo no contesta por un momento, su piel siente totalmente el calor que le provee la estrella.

— Tengo la sensación de que todo esto es un sueño mío— Exclama— Recuerdo estar sentado en mi jardín, luego sentí una negrura en mis ojos, cuando los abrí ya me encontraba aquí.

El joven a estas alturas se encontraba impaciente:

— Silencio anciano, tú también niño, no hablen. Esto debe ser una trampa del enemigo. 

Sus manos cubiertas de heridas sostenían un pequeño puñal firmemente.

— No lo creo, estoy seguro que estaba en mi jardín.

Los tres permanecieron en silencio sin voltear, lo habían intentado varias veces, pero podían hacerlo, era como si una fuerza invisible se los impidiera. El joven que apretaba el cuchillo, creía firmemente que aquello era una trampa enemiga, si no era precavido no podría sacar al anciano y al niño con vida.

— No me quejo de este lugar, si es todo un sueño, es muy real, al menos puedo charlar con alguien.

— Anciano será mejor que hagas silencio, no lo volveré a repetir— la voz le era ronca, algo tosca como si no hablara hace mucho. El anciano lo noto.

— Te oyes raro ¿Estas bien? Puedes estar por resfriarte.

Pero el joven no contesto. El niño en cambio, intentaba mirar por el hombro sin alcanzar a ver nada, la fuerza invisible lo obligaba a mirar al frente. Aunque su corazón empezaba a debilitarse y sus ojos a humedecerse, no salió quejido de su boca, mantuvo su respiración controlada como su padre le había enseñado, recordando también lo que se había prometido cuando el murió. No permitirá que nadie lo viese llorar, tenía que ser tan valiente y fuerte como él. Sobre el descanso, el joven forzaba su mente a recordar como había llegado allí. Recordaba estar en medio de la trinchera, repleto de cadáveres congelados y fuertes estruendos en la lejanía, cuando de pronto percibió un fuerte olor, al abrir los ojos ya estaba ahí. Si el olor era un arma, seguramente lo habían arrastrado junto al niño y al anciano hacia aquel sitio. Podrían estar observándolos, para estudiarlos o simplemente burlarse de ellos. Su arma ya no estaba en la cintura, solo poseía un puñal de plata que un amigo le había entregado antes de perecer. Fuese lo que fuese, seguía vivo y debía salir de allí, pero la fuerza invisible se lo impedía, al pensar en su madre, la cual lo esperaba en casa, decidió que no podía dejarse estar.

— Anciano dígame que ve desde allá arriba— Rugió.

— Tan solo veo un camino con un pastizal extenso y las nubes del cielo.

— ¿Pastizal? ¿A qué se refiere? no hay pastizales en esta zona, ni en ningún lado, todo es nieve.

— Pues mis ojos no mienten, es un pastizal verde muy hermoso, lleno de vida.

El joven soldado sintió que no podía confiar en lo que el viejo le decía, era imposible que hubiera pastizales.

— Niño ¿Tú que ves?

— Delante mío solo hay una puerta.

No había duda que el enemigo los había encerrado.

— Niño has un pequeño ruido si ves a alguien entrar, y usted anciano sea cuerdo y dígame si alguien viene por los caminos. Intentare moverme.

Pero lo que veía el anciano era cierto, fuera de la habitación donde estaba la escalera. Lo que el alcanzaba a avistar eran aquellos verdes pastizales de trigo y más lejos con su limitada vista solo algunas montañas. Pasaron largos momentos en silencio, hasta que el niño no resistió mas. Con pequeños sollozos, las lágrimas le empezaron a empapar las mejillas rojas. Su llanto se hizo más evidente y llamo la atención del joven soldado.

— No llores niño, se valiente, que el enemigo no te quiebre.

— No lloro por mí— Exclamo entre sollozos— Pienso en mi madre, estaba jugando arriba en la montaña, no recuerdo bien qué, pero sentí un fuerte sonido, luego aparecí aquí. Ella está sola ¿Que hará si yo no regreso? Se pondrá más triste de lo que ya está, al pensarlo…no puedo evitar llorar.

— Aun así, no tienes que llorar, ¿crees que eres el único que debe regresar? Todos tenemos que volver. A todos no espera alguien. No llores.

El anciano, escuchaba todo a la perfección.

— No te preocupes niño, llora todo lo que quieras, yo puedo ver el camino desde aquí y nadie se acerca, así que si usted joven también lo necesita no dude en llorar.

— No lo hare, no es algo que deba hacer.

— Yo me he privado de las lágrimas durante mucho tiempo, puedes confiar en lo que digo, dime ¿Qué te lo impide?

— Yo hice una promesa, las personas fuertes no lloran, resistimos y si quiero regresar con mi madre, al igual que tu niño. Debo ser fuerte y mantener la calma.

El anciano pareció sorprenderse un poco.

— En mi juventud creía exactamente lo mismo, pero luego comprendí que las personas no podemos clasificarnos en fuertes o débiles, somos transformaciones. Mi padre era una persona “fuerte “o es lo que yo creía de niño, siempre estaba sonriente, tenaz, enfrentaba las deudas y los problemas sin que le cayera una gota de sudor. Pero una noche, mientras caminaba al baño, lo vi sentado en la cocina, solo, llorando tranquilamente. Aunque me negué a aceptar aquello, fue más adelante que lo comprendí, las personas fuertes o débiles sufren por igual, estoy seguro que mi padre lloraba de vez en cuando para desahogarse ¿Y que está mal de ello? Pues nada.

Aquellas palabras abrieron en la mente del joven y del niño el mismo recuerdo, la misma imagen. Un hombre de rostro mable, muy abrigado, sentado sobre una silla junto a una vela que se consumía dejando caer gotas de cera que eran imitadas por sus lágrimas. Para los tres, su padre en aquel momento era el ser más indefenso y débil del mundo. Esto hizo al niño llorar aún más y al soldado a pensar en sus compañeros caídos, lo que tanto había sufrido, finalmente también lloro. En esos momentos sintieron como la fuerza invisible se desvanecía. Él niño fue el primero en moverse, volteo hasta ver la espalda del soldado, cubierta de manchas de barro. Cuando el viejo también lo comprendió se levantó y vio al soldado escalones abajo, llorando desconsoladamente. Al bajar y tocarle el hombro pudo ver su rostro. El joven no lo reconoció, pero si lo hizo con el niño, quien era una viva imagen de el a los diez años. Los tres salieron por la puerta que posaba la frente del niño, y una vez afuera contemplaron los pastizales verdes y las nubes azules. 

— Supongo que deben seguir este camino— indico el viejo.

— Usted también tiene que acompañarnos.

— No, este es mi lugar, ustedes tienen a una madre esperándolos en su hogar, una mujer amable, a veces muy triste y otras tan feliz, alguien que los ama los cuida y los extraña con todo el corazón. Deben llegar a su lado, no importa donde estén.

— Usted…

— Yo no tengo a nadie allí afuera, pero eso no debe entristecerlos, los debe llevar a valorar aún más… ¡ESTA HERMOSA VIDA!

El soldado tomo la mano del niño que aun lloraba, se despidieron del anciano y se alejaron por el camino. Cuando el viejo los perdió de vista, se dispuso a buscar a sus padres en los hermosos y verdes pastiz

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