De la fría y húmeda pared de una vetusta casa de pueblo cuelga, enmarcada, una foto. Es de esas ya color sepia, aunque probablemente en el momento de su revelado pudieran apreciarse con viveza los blancos negros y grises con los que el fotógrafo pretendió captar un momento feliz.

En ese papel baritado, algo deformado por la humedad, se ven dos figuras, la de un hombre enfundado en un traje oscuro y la de una mujer de vestido largo, blanco, con un tocado del mismo color que sujeta un moño muy de la época. Él ligeramente girado y ella plenamente de frente a quien les apunta con la cámara. Es una escena que a las generaciones de tiktok o Instagram puede parecer seria, fría o incluso ridícula, pero basta decirles que cuando se tomaba el documento gráfico de una boda, lo que se pretendía era la solemnidad, de ahí esas composturas erguidas. Solo es necesario acercarse a la foto y apreciar las sonrisillas cómplices de esas dos personas que acaban de iniciar el proyecto de una vida en común, para siempre…

Aunque de ambos podría hablar largo y tendido, lo del hombre lo dejaré para otro momento. En este día  le toca a ella.

Esa señorita, bueno, tras la ceremonia ya señora, es mi madre. Corría el año 1960 cuando se formalizaba lo que ni siquiera podía imaginar que vendría: ser la madre de tres pequeñajos, que ahora ya estamos más cerca de la vejez que de la infancia.

Es posible que alguien pueda pensar que no me acuerdo de las cosas de estos 51 años siendo el hijo de la Felipa, pero para su decepción he de decirles que me es imposible olvidar todo lo que esa señora me ha ofrecido con entrega absoluta, diría divina.

Recuerdo el primer achuchón, sí, está muy en nebulosa, pero sigo sintiendo el calor acogedor de esos brazos meciéndome en su regazo. Recuerdo las papillas, los enfados si no quería comer, las risas, cada mirada de pureza, el susto del accidente, la desesperación, el miedo a perder, las discusiones, el ostracismo, el perdón, la comprensión, la paciencia, la infinita paciencia; en definitiva, el amor puro.

Han pasado los años y ahora que la vida se ha ido dibujando en su rostro con finos trazos, yo sigo viendo el mismo bellezón de esa foto perdida, y adorándola por ser mi madre.

Es cierto que no se es mejor mujer por ser madre, pero ya que fuiste nuestra madre, supiste ser la mejor mujer…

Te quiero mamá. Feliz día.

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