Noche gélida, noche bochornosa, noche de melancolía y acciones retorcidas. Un cálido suspiro evocó de sus gruesos y pomposos labios que estaban resecos desde hace tiempo, el cielo presentó su mejor estampida esa noche pues buscaba desahogar todo lo que cargaba desde hace tiempo. Hacía falta una minúscula acción para no soportar más. Dio un sorbo a su té de manzanilla para olvidar su dolor de estómago y, quizás poder blindar su mente. Bebió todo, observó minuciosamente aquellos sobrantes del té que, probablemente, le mostraron su futuro por la forma abstracta e interesante que quedó en el fondo de la taza celeste con destellos brillosos que tanto le gustaba o, simplemente, ya estaba harta de acumular pensamientos y aquello ya la estaba llevando a los senderos de la alucinación y superstición.
Salió de su cama por el sofocante aturdimiento que sacudía a su corazón, dirigiéndose al balcón grisáceo de la casa y poder tomar todo el aire que se le acababa debido a su desesperación.
–Creí que ya estabas dormida.
-Mi corazón y mi mente no me lo permiten.
-¿Qué es lo que quieres?
-Solo lo que este bien para mi y para quienes más amo en esta vida, misma que parece atosigarme cada que quiero elegir algo.– resopló cansada.
-No dejes que te consuma, tu ya eres lo suficientemente determinada. Lo que hagas te saldrá mejor de lo que imaginas.
El aire se perfumo de hierbabuena y miel, mientras el cielo se tornaba más oscuro opacando a las cuantificables estrellas que se divisaban a lo lejos.
Desde hace tiempo que no lloraba, de hecho, lo consideró un pecado. Sin embargo, recordó aquello que había encadenado para no sufrir más y una tempestad se formó en aquel lugar. Desde hace tiempo que la madrugada la había abandonado, desde hace tiempo que ya quería liberarse.
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