Hay unos cuantos cuervos sobrevolando sobre mí, acechando, listos para atacar. Malditos pájaros de mierda. No tengo la menor duda, me desean, quieren sacar mis ojos de sus cuencos, y pelear por comerlos. Agito mis manos sin cesar, les grito mil y un improperios, intento ahuyentar esas aves del diablo, pero siguen ahí.

Todos en el autobús me miran boquiabiertos, asombrados. Yo no entiendo qué les pasa. ¿Será acaso que no ven los picos, las garras afiladas, ni escuchan el sonido insoportable que hacen los cuervos cuando tienen hambre?

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