Como en la mayoría de historias, donde el protagonista despierta para luego empezar su viaje o sus desdichas, el de nuestra historia también, sólo que al abrir los ojos se encuentra sumergido en el fondo del océano.
Heska (nombre que se le viene a la mente creyendo que es el suyo), patalea sin mayor éxito para alcanzar la superficie. Maldijo, culpándose de no haber aprendido a nadar antes de esta situación.
¿Pero antes de qué? ¿Cómo diablos llegó aquí?
Tardó en darse cuenta que tenía uniforme. Una túnica con capucha completamente negra, excepto por un par de símbolos en ambos brazos que brillaban de un color rojizo.
Eran símbolos geométricos, de esos que uno ve durante toda su vida sin saber realmente los nombres, ni para qué sirven.
Intentó con mucha más fuerza patalear. Inundado por el miedo, violentamente extendió los brazos en función de impulsarse hacia arriba, pero apenas sí se movía. ¿Acaso era culpa de su peso, o de su inexperiencia?
Recordó por un instante a su maestro, un viejo vagabundo cuya sabiduría contrastaba con su decrepitud. Le había dejado a Heska, antes de morir, un colgante plateado que contenía una carta y pequeños objetos sin relación alguna.
Heska nunca tuvo el valor de leerlo creyendo que, cuando lo hiciera, la imagen de su maestro se distorsionaría pues, gracias a estas últimas palabras, todo el sufrimiento por el que tuvo que pasar se resolvería por unas cuantas palabras suyas. Por la compasión innecesaria de un ser querido.
“Qué porquería” pensó Heska. “A lo mejor fui enviado aquí por mi señor Magiki, y apenas me despierto: he perdido. Realmente soy un fracaso. Perdóname, Lay”.
Y se dio cuenta: “¿quién es Lay?”. Cuando así fue, un poderoso golpe de culpa lo ahogó más que la propia agua del océano. Y entonces se dejó ahogar.
2
Para su desgracia, o para nuestra fortuna, una persona había salido en su rescate.
Era una mujer, una jovencita de cabello castaño que, debajo del agua, parecía una ninfa del mar, acostumbrada a salvar patéticos marineros que se caen por accidente de sus barcos.
Vio en el rostro de la jovencita una genuina preocupación por su vida. Tanto fue así que Heska recordó a su hermana: a Fallys, acostada en la cama de un burdel, y mirando a su hermano menor desde lejos. Su expresión parecía decir “No te preocupes, yo me encargo”. En esta misma imagen, un hombre de mirada perversa, vestido con apenas una falda de cuero, se acercaba hacia Fallys.
El océano se llevó las lágrimas de Heska, quien se dejó tomar por la chica ninfa. “Una mujer” pensó Heska, antes de perder la consciencia.
Una vez más, su vida era salvada por una.
3
La chica lo había tomado por el brazo, y con todas sus fuerzas se impulsó hacia arriba. Se preguntó cómo es que este hombre no pudo subir por su cuenta.
Lejos de la diferencia fisiológica en masa de ambos sexos, si el hombre hubiera entrado en pánico, tal vez con mucho esfuerzo habría llegado a alzar una mano por encima del agua.
Disipando sus pensamientos a la fuerza, ella logró elevarse hasta poder sacar la cabeza del agua y respirar aire. Luego, con mucha dificultad, trató de hacer que el hombre también respirara.
Sin embargo, aquel sujeto, cuya vida estaba en sus manos, no reaccionó; ni siquiera cuando, en un impulso desesperado, ella lo abofeteó.
Le dolió la mano. Fue como golpear un poste metálico. Ignorando el dolor, se obligó a sí misma continuar con el rescate. Tal vez, si llegaba rápido a la costa, podría salvarlo.
4
Mientras emprendía su rescate, la chica, cuyo apellido era Blau, recordó haber sido “sorprendida” por un transeúnte quien, sin dar mayor explicación, señaló hacia el océano.
Blau se había acercado hasta el mar de la Capital para despejar su mente, en un intento sutilmente desesperado para tranquilizarse. La vista del mar siempre le había hecho recordar “los años felices”, como ella les decía.
Veía a su padre y a su madre usando la lancha mientras sonreían, saludándola para llamar su atención. La entonces pequeña Blau de 7 años se ilusionaba con el amor de su familia, creyendo que pronto no sólo sería capaz de estar en la lancha, sino que también sería ella quien los terminaría saludando a lo lejos, cuando sus padres ya no pudieran arriesgar sus cuerpos a la brusquedad del mar.
Nostálgica, buscó siempre la paz mental en este mar, donde con tal sólo una lluvia de recuerdos, ella era feliz. Sin embargo, para Blau ya no bastaban los recuerdos, ni las ilusiones perdidas en el tiempo.
Blau sólo quería una cosa, y esa cosa la olvidó cuando el transeúnte apareció, interrumpiendo su mundo de ensueño.
Allí- dijo el hombre, quien vestía de elegante sport, desentonando con el frío de madrugada-. Fíjate bien- y señaló hacia un extremo en el mar.
Blau, sin pensarlo mucho, se aventuró a mirar hacia esa dirección, el punto del mar donde se une con el océano. La ciudad era famosa por sus playas, pero también por la cantidad de gente que solía ser reprochada por los bañeros, así que a Jill no le pareció raro que alguien se hubiera metido ignorando las repetidas advertencias en forma de carteles.
De hecho, lo más llamativo, era que no había ni un solo bañero. Después de todo, eran las 6 am.
5
Por más que el hombre elegante, un adulto joven, advirtiera a una persona peligro, Jill no pudo ver nada.
Cuando quiso preguntarle por qué se lo dijo, aquel ya no estaba. Había desaparecido a una velocidad terrorífica.
De todas formas, si fue una broma, no le pareció gracioso. ¿Y si en verdad hubiera alguien ahogándose? ¿Y si el tipo no estaba mintiendo?
Blau contempló el mar en contra de su voluntad, pues el mundo de ensueño todavía le resultaba urgente. Pero se horrorizó cuando logró escuchar, con increíble claridad, la voz de alguien que pedía ayuda; gritos ahogados y miembros sacudiéndose bajo el peso de la corriente.
Jill no era deportista por profesión, aún así recordaba apasionadamente las clases de natación que tuvo durante su adolescencia. Creyó que, si era necesario, lo aprendido en aquellos años volvería a su cuerpo descuidado y le daría la fuerza necesaria para salvar a esa persona.
Ahora, estando a punto de llegar a la superficie con el hombre, tomado torpemente con su brazo derecho, su concentración fue interrumpida por pensamientos innecesarios, tales como “¡Lo necesitas!”, “Tienes que salvarlo”, “¡Al menos a este tipo!”, “¡Por una vez en tu vida haz algo útil!”.
6
Blau alcanzó la orilla. Se atrevió durante unos segundos a reunir fuerza en sus músculos nada desarrollados, tomar aire con los pulmones agitados y luego tirar del hombre moribundo como si no hubiera un mañana.
Hasta ahora pudo zafarse de emplear demasiada energía gracias al agua, o gracias a una especie de milagro que le permitió aprovechar su peso inferior al empuje del mar, y compartir esta facultad básica con aquel hombre ahogándose.
Blau había sentido el peso inhumanamente desproporcionado de este sujeto, al menos por unos instantes, antes de que dejara de existir cuando por fin ella tirase de su túnica.
7
Dejó de pensar en ello cuando volvió a arrastrar una vez más al hombre, asegurándose que la marea no se lo llevara estando sus piernas a pocos centímetros del agua, pero en el fondo suponía que eso sería imposible.
Tras asegurarse de que no corría peligro, ella se dejó desplomar en la suave arena.
Por más que la caída había sido agradable, la temperatura era baja gracias al horario, por ello se apresuró para, con las fuerzas que le quedaban, correr hacia el lugar donde había dejado su chaqueta térmica.
Había imaginado que entrar al agua con semejante abrigo la retrasaría, por no decir que terminaría ahogada. Tomó la chaqueta, apenas a unos metros de distancia, y volvió con el hombre para colocarla encima de él.
Antes de salir corriendo para buscar su celular y llamar a Emergencias, tomó el pulso del hombre. Descubrió que, a pesar de haberse ahogado, seguía vivo, y además, no parecía estar congelándose. Curioso porque Blau, aún con el abrigo, sentía el frío matutino de toda la vida.
Sin darle más vueltas, finalmente se dirigió hacia donde estaba el celular, que había tirado en la calle pavimentada, por las dudas de que alguien más hubiera de usarla.
Tal vez en otros países, dejar un celular o pertenencia útil como un celular a merced de otro sería impensable; sin embargo, en este país llamado Trinidad, las personas no actuaban tan desconsideradamente. Según ella, “aquí la gente es buena”.
Blau se arrastraba sobre la arena, ignorando que el frío subía hasta su garganta, y le dificultaba la respiración. Eso no le preocupó hasta que empezó a escuchar el timbre de llamada cerca, más no la veía.
¿Esto es tuyo?- preguntó una voz, por encima de ella.
Cuando Blau levantó la mirada, recorriendo con su visión las escaleras que usó para bajar desde la calle pavimentada, descubrió al mismo hombre de elegante sport. Tenía su celular en la mano derecha.
7
Blau, ante la sorpresa, se limitó a pedirle que llamara a emergencias.
¡Rápido!- gritó ella, luchando para hablar y respirar al mismo tiempo-. No te quedes ahí, este hombre necesita ayuda.
Viendo la expresión indiferente del hombre, al cual ahora distinguía su cabello rubio natural, corto, manchado con líneas negras. Instintivamente retrocedió hasta el cuerpo que tenía detrás suyo.
“¡Por una vez en tu vida haz algo útil!” recordó por alguna razón.
8
El hombre, cuya ropa de pronto empezó a “modificarse” a voluntad hasta convertirse en una especie de uniforme gris largo con bordes amarillos, destruyó el celular aplastándolo con su mano sin hacer mucho esfuerzo.
Blau quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar ante semejante demostración de fuerza, o de brujería.
¿Cuál es tu nombre?- preguntó el supuesto brujo; su presencia ahora intimidante-. Aunque sospecho cuál es, podría salvar tu vida.
Yo… digo…- incapaz de pensar en otra cosa que no fuera su tía, dijo: – Liz-.
El brujo desapareció luego de que ella mirara hacia un costado buscando ayuda. Cuando quiso salir a correr, ya era muy tarde: el brujo estaba detrás de ella.
Mientes.
La tomó entonces por el cuello, y apretó con tanta fuerza que Blau pensó que iba a romperse como una botella de plástico.
El brujo la levantó con apenas un atisbo de esfuerzo. Blau creyó estar en una pesadilla, una especie de absurdo escenario de ensueño surrealista, donde quizás, a lo mejor, era parte de su mundo de ilusiones.
Quizás, ya era hora de despertar.
Quizás, este era el momento en que debía dejar de lamentarse por el pasado.
Pero, en algún rincón de su conciencia, sabía que su vida terminaría aquí.
Rogaba despertarse viendo el mar de la Capital, y que todo lo acontecido no fuera más que un sueño entrometido, impulsado por su propia mente con tal de despertarla.
El brujo, sin embargo, la soltó. Cuando la dejó caer, se largó a reír.
¡Insólito!- gritó.- No sabía que esto iba a ser tan fácil- y dirigió una mirada hacia el hombre inconsciente. – Se suponía que al menos esto sería un reto.
Blau simplemente lloraba, tanto de alegría como de terror. El sentir frío en su garganta junto al aliento de vida de vuelta en su ser la regresó, volvían las memorias de extrema felicidad, aquellos “buenos años”.
No creo que seas un problema- comentó el brujo rubio.- Después de todo, sólo eres menschiana.
De repente, observó que el cuerpo de Heska estaba levemente diferente de cómo lo descubrió antes, y se apresuró a invocar una daga a partir de su muñeca derecha.
Ampliando los sentidos, mediante su mecanismo natural de supervivencia, el brujo escuchó que el corazón del hombre volvía a latir, y con mucha más fuerza.
No iba a perder esta oportunidad, así que se apresuró a embestir con la daga en alto.
9
Heska levantó en respuesta la chaqueta que Blau le había dejado encima, recibió el puñal por él y lo giró de tal forma que el Brujo la perdió.
La daga cayó a un costado haciendo un ruido apagado por la arena, lo que motivó al brujo a propinarle una serie de golpes inmediatos. Heska los esquivó a tiempo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco ataques consecutivos esquivados a tiempo.
Heska intentó saltar viendo que el brujo preparaba otra serie de ataques, así que lo intentó, pero sus rodillas no respondían. Si bien pudo incorporarse y moverse a una buena velocidad al principio, no había tenido la chance de levantarse.
Intentó una vez más, mientras el brujo que tenía enfrente lo miraba perplejo, en una expresión casi ofendida. Heska miró a Blau, ella por su parte no quería llamar la atención del brujo, así que se movía lentamente hacia atrás.
No puede ser- dijo el rubio-, ¿no puedes levantarte? ¿Esto es una broma? ¿Una distracción?
Al ver la desesperada mirada de Heska, el brujo no pudo evitar reírse con ganas, ignorando si estaba actuando o no.
¡Zar mío! ¡Qué espectáculo! – Se acercó hasta chocar con la frente de Heska, ocasionando un golpe seco. Cuando empezó a hablar, había perdido su tono jovial a uno de completo desprecio-. No juegues con mi paciencia, malnacido. Me niego a creer que fui entrenado para matar a una insignificante plaga como tú.
¡Cállate!- gritó Heska-. ¿Quién es tu Lord? ¿Por qué quieres matarme?
El brujo lo tomó en seguida de su túnica y lo alzó violentamente para luego patear su pecho. Heska salió despedido hacia atrás y, cuando aterrizó, su cuerpo rodó cerca del agua de la orilla.
10
Blau, quien aún intentaba alejarse, se descubrió asombrada tanto por la fuerza del brujo como de la resistencia del hombre que salvó. No se había dado cuenta todavía, pero ansiaba seguir viendo.
Heska se levantó impulsando sus brazos contra la arena, en un movimiento casi por reflejo (uno atrofiado), y se giró hacia el rubio. En ese instante, recibió una patada en la cara que lo dejó con toda la mitad superior de su cuerpo sumergido en el mar.
Había aparecido de la nada a su costado, como si fuera un felino salvaje moviéndose al doble de su velocidad. El brujo, antes de que su futura víctima se levantara, empezó a ahogarlo apoyando el pie izquierdo en su cabeza contra la superficie. Así lo hizo una y otra vez, con la esperanza de hacerlo enojar. A lo mejor, podría despertar a su víctima de su trance para brindarle una mejor pelea.
Blau se movía cada vez más rápido sobre la arena. Aprovechó que el psicópata gris se había ensañado con Heska, y trató de levantarse. En su eterna mala suerte, el hombre que la había ahorcado se volteó una vez que ella se levantó de golpe. Blau gritó pidiendo ayuda, pero el exterior parecía haber muerto. Todo sonido que hiciera, jamás llegaba al otro lado.
No te escucharán, amor- dijo el hombre gris-. Aquí sólo estamos los tres. Puedes intentar salir si quieres.
Ella vio como pasaban los peatones cerca, pero no responden a sus gritos, e ignoran al hombre ahogando a otro en la orilla.
Blau corrió hasta la calle pavimentada, chocó entonces contra una pared invisible que, por fin, la hizo descender a una profunda desesperación.
Esto le parecía divertido al brujo, dibujaba una sonrisa en el rostro joven e imprudente de un servidor oscuro, que obedecía las órdenes de un mal apenas imaginable.
Heska se pudo librar de su agresor tras haber golpeado, en un esfuerzo ridículo, la pierna del gris. Aun así cayó al suelo, pues las piernas lo volvían a traicionar.
El brujo gris rió ligeramente mientras observaba a Blau golpeando la pared invisible. Heska aprovechó esto para forzar sus piernas a levantarse.
¿Ya recordaste quién es mi Lord?- preguntó el gris-. Imagino que ya debes saber cuál es tu propósito aquí.
Sólo sé una cosa, rubiecita: apenas me levante, no tendrás qué preocuparte de tu futuro.
“Futuro”. Excelente palabra. Muy buena elección. Vas por el camino correcto, abuelo. Tal vez mi patada te está devolviendo de a poco a este plano.
Cierra la boca y pelea de una vez.
¡JA! No con esas piernas muertas- levantó su palma apuntando hacia Heska-. Atácame como un hombre.
De repente, Heska se incorporó forzosamente, como poseído por un espíritu que lo incitaba a llevar al límite su cuerpo. Sus piernas al fin respondían, sólo que el gris todavía no había terminado. Este se abrió de brazos como esperando un abrazo.
Te dí piernas. Ahora dame una paliza. Dejaré que me golpees- y nació en su rostro una sonrisa perversa, como la del hombre que se acostó con Fallys en el burdel-. Dame lo que merezco, abuelo.
Heska sólo pudo decir una cosa antes de correr hacia él.
Maldito enfermo.
11
Salió despedido de su posición a una velocidad que asustó a Heska. Estas no eran sus piernas, sino las de otro con origen maligno. Poco a poco, creía recordar cosas de manera inconsciente, por ejemplo el por qué de luchar contra este brujo.
Algo en su interior le gritaba: “ENEMIGO”, “SIN PIEDAD”, “¡MÁTALO!”. Cerró los puños y empezó a golpear al gris, lanzando unos cuantos golpes que no se molestaría en contar.
Sin embargo, el gris todavía seguía en aquella posición enfermiza de aceptar su amor. Heska tardó en percatarse que este sujeto no dejaba de sonreír. Luego pasó de la sonrisa a una histérica carcajada, deformando su bello semblante en una diabólica figura completamente dorada. Era como si le quitaran de a poco una máscara con el fin de ocultar su verdadero ser.
Detuvo el puño derecho de Heska y lo dobló como si fuera papel. No tardaron los alaridos cuando el brujo, ahora dorado, golpeó a su víctima en el pecho con tal fuerza que Heska creyó haber sido atacado por un gigante de roca lisa; hasta ahora, lo único que recordaba con sumo terror. De inmediato propinó otro golpe, directo a su boca. Después, una patada que llegó hasta su estómago de forma que le hizo vomitar sangre.
Sea como fuere, se percató que el hombre dorado ni siquiera había ido en serio hasta ahora. Con sólo tres golpes ya no podía sentir ni su mandíbula ni podía respirar. El hombre se acercó, su voz sonaba como desde el fondo de un pozo maldito.
No me hace ninguna gracia que insultes a La Duat y a mi Señor de esta manera- impulsa a Heska con otra patada hasta el mar-. ¡Muere como es debido! ¡Honra mi victoria, honra mi sacrificio!
12
Blau estaba a punto de desmayarse cuando, de entre tanta gente, un peatón finalmente baja por las escaleras.
Ella le grita pidiendo por su ayuda, que llame a la policía o lo que sea, pero el peatón no se percata de su presencia. No respondía ante ninguna interacción, inmerso completamente en su rutina de caminata diaria.
El hombre de cabeza dorada, sin embargo, se dignó a voltear cuando sintió una intromisión externa en la pared invisible. Pudo sentir en realidad, una suerte de perturbación en el espacio que llamó su atención.
¡Por favor!- gritó Blau- ¡Sácame de aquí! ¡Ese enfermo nos quiere matar!- al mismo tiempo, intentaba tomar la ropa del transeúnte, ignorando que sus manos lo traspasaban.
Heska se incorporó nuevamente, tal vez porque la fuerza de sus piernas no le pertenecían, estando obligado a hacerlo una y otra vez. “¿Cuánto más aguantaré?” se preguntó cuando vio Blau gritándole al muchacho.
Heska recuperó algunas memorias sueltas: un hombre robusto abrazándolo, una mujer adulta preparando el almuerzo, otra mujer más joven besándolo, un infante que le apuntó con un dedo acusador, los niños de la aldea riendo junto a él; visualizó también, y mucho más interesante, a un imponente océano del cual emergieron varios guerreros a atacarle, también a una caballería dirigiéndose a una batalla perdida, al collar del mismo hombre robusto con forma de colmillo, y finalmente a un anciano. Pudo escuchar sin problemas, utilizando su voz interna, cómo el vencido hombre decía: “No se trata de mi vida. Se trata siempre de los demás”. Dentro de Heska, al recordar esta escena, nació un instinto tanto de negación como de odio. Pero…
¡Oye, malnacido!- gritó él-. ¿Por qué no vienes a terminar tu trabajo?
El hombre dorado con uniforme gris se volteó hacia Heska, sorprendido pero no tanto, preocupado más por la intromisión que intentaba descifrar.
¿Soy tu objetivo, no es así? Esta vez no me resistiré- abrió los brazos como lo hizo aquel, sólo que esta vez implicaba rendición-. Dame tu mejor golpe, y vete en paz.
El dorado levantó una ceja.
¿De qué estás hablando, Heska? ¿Acaso estoy presenciando una rendición?- sintió la alteración espacial haciéndose más fuerte-. Como yo lo veo, sólo estás queriendo hacer tiempo para que no mate a esa joven. ¿O creías que la dejaría vivir si tú morías aquí?
Déjala ir. Ella no tiene nada que ver con esta locura. Sólo me salvó- veía a su hermana Fillys, esta vez con ropa y lejos del burdel donde trabajó, besando su joven frente antes de que ella muriese a los pocos días-. Hizo lo correcto, arriesgando su vida por un desconocido.
Tu lo llamarás como quieras, yo lo llamo “estupidez”. Sin embargo, te he dejado jugar demasiado. Y he puesto en peligro mi reputación; mi lugar en La Duat.
El hombre de traje gris miró fijamente a Heska. Sus ojos estaban inundados de muerte, de la única intención deducible si tienes un mínimo de instinto primitivo.
A su vez, Heska los contempló sin apartar la mirada. En él, pudo reflejarse a sí mismo cuando era más joven, cuando sólo vivía por y para sí mismo. Antes de Lay. Antes de ser felizmente atormentado por pequeñas criaturas de su misma sangre.
Muere de una vez, Paragon- dijo el hombre dorado haciendo explotar las piernas de Heska, sin levantar siquiera la mano como hiciera antes para dárselos-. Mi nombre es Ark, hijo de Hurik. Siervo de La Duat, y por ella morirás.
13
Cuando hubo la explosión, Heska salió disparado hacia atrás para terminar cayendo de cara a la arena, casi en la misma posición que Blau lo dejó al principio.
Ella se volteó justo cuando él cayó, con el uniforme negro parcialmente roto y la ausencia de sus piernas, amputadas por una combustión antinatural.
“Bastardo” dijo ella en su mente. Regresó con el transeúnte quien sólo quería relajarse cerca del mar, midiendo el tiempo de descanso y tomando algo de agua. Blau no se rendía, pues todavía intentaba llamar la atención del muchacho, después de todo no tenía muchas opciones. ¿Qué podía hacer? ¿Luchar contra aquel psicópata?
A pesar de su obvia desesperación, pudo sentir en algunas ocasiones una especie de vértigo que le llegaba a la espina dorsal. No sabría como explicarlo de otra forma que no fueran escalofríos, distintos al miedo consumiendo su cuerpo; lo sentía como largas agujas que se incrustaban en su cuerpo hasta atravesar el corazón. No la mataría, de todas formas no era más que la idea inconsciente de que moriría, ¿verdad?
Ella empezó a aceptar esta idea cuando, de repente, se encontró con los ojos aterrorizados del chico. Este saltó impresionado de la roca donde estaba sentado, Blau ya no sabía qué decir luego de rogar durante los minutos que se sintieron horas.
¿Qué carajo haces ahí?- preguntó el chico, no más de 18 años-. ¿Hace cuánto que estás…?
¡Rápido, llama a la policía!- le interrumpió Blau-. ¡Ese monstruo nos va a matar!
¿Quién…?
¡Ese hombre, estúpido!- y señaló a uno de los hombres, al único en pie. De aquel monstruo estaban separados por sólo 30 metros.
El chico no podía ver a lo que se refería todavía, hasta que Jill lo tomó por la fuerza y, en un impulso desesperado, le obligó a ver. Había guiado su punto de vista con las manos, tan frías que ya no las sentía, mientras deseaba que el chico pudiera ver al monstruo gris de pie. Casi de manera inconsciente, se escudó detrás de él.
¡Por Yod!- gritó el joven-. ¿Qué le hizo al otro hombre?
¿Yo qué sé? ¡Llama a la maldita policía!
Pero… – dijo mientras sacaba su celular-. ¿Por qué no has escapado todavía?
¿Qué importa? ¡Hazlo, rápido! – vio cómo marcaba un número de forma automática, el número 111 de la policía.
¡Están vi…!
El muchacho no pudo terminar la oración. Una daga perforó su cabeza, casi alcanzando a Blau detrás suyo.
La joven gritó horrorizada, incapaz de apartar la mirada del cuerpo a sus pies. Ark simplemente observó, concentrado en algo que sólo él podía ver.
¿Qué se siente, muchacha?- preguntó-. ¿Qué se siente tener la culpa por la muerte de alguien gracias a ti?
Blau se quedó sin voz de tanto gritar. No sólo por el muchacho muerto, sino por todo lo que jamás podría hacer, por jamás despedirse de sus padres, de no decirle a ciertas personas lo que sentía en realidad. Algo quemaba dentro de ella, además del miedo puro e imparable: una combinación de impotencia y de ira. ¿Dirigida hacia su propia vida… o hacia quien la quitaba?
Blau por fin dejó de llorar, y luego observó los ojos de Ark. Le sostuvo la mirada sin pestañear.
Vaya, miren eso- dijo Ark-. Esa es una expresión maravillosa. Me tomaría todo el día libre sólo para explorar sus más profundos misterios- invocó una daga, color bordó, y empezó a lamer su filo-. Sin embargo, presiento que me tomaría más tiempo.
Entonces una mano tomó la pierna de Ark de forma brusca, obviamente fue Heska quien parecía más duro de lo que aparentaba. Ark apostó que quizás diez patadas más todavía no lo matarían, y pensó que tal vez por eso su memoria tardaba tanto en volver; igual de tosco como su cerebro poco desarrollado.
Creí que sólo eras un cazador del bosque- comentó Ark-. No una máquina de recibir golpes.
Déjala ir, bastardo- articuló Heska como pudo, el ojo derecho lo había perdido.
Lo siento, Paragon. Un enemigo de La Duat es mi enemigo. Tu ruego no te servirá.
Heska se lamentó, hundiendo la cabeza en la arena. Pero se incorporó otra vez.
¿Entonces por qué todavía sigues aquí? ¿Por qué no nos has matado todavía?
Ark lo meditó un par de segundos, todavía viendo por detrás de Blau.
Porque vine aquí esperando un desafío. Eso me dijeron. Sé que estoy infringiendo las reglas, que seré castigado cuando vuelva. Obviamente no saldrás vivo de aquí, pero antes quiero enfrentarme a un desafío de verdad.
¿De qué estás hablando? Aquí no hay nadie más.
Y yo creí que ustedes los Radiantes tenían mala memoria. O que se ayudaban entre todos.
Ark lanzó unas cuantas carcajadas antes de callarse de repente, dejando atónito a Heska.
¿Los radiantes?
Por el Zar, ¿ni siquiera sabes lo que son?
Yo…
Esa persona que está allí- Ark se acercó hasta la cara de Heska, y señaló lo que había detrás de Blau-. ¿Lo ves? No lo creo. Pero debería estar ayudándote. Debería estar aquí y salvarte. Matar al enemigo, absorber. Ya sabes, los mismos juegos de siempre. Pero me está permitiendo que te mate, o hay algo que no estoy viendo.
Dicho esto, un poderoso proyectil en forma humana se acercó a la velocidad de un parpadeo. Por más que Heska deseara verlo muerto, Ark demostró un nuevo nivel cuando respondió ante el proyectil a la misma velocidad. Detuvo el ataque sorpresa usando dos dagas con las que ejerció la fuerza contraria necesaria para quedarse en el mismo lugar, de pie e inmutable frente al peligro.
Fantástico- dijo él, disimulando su excitación al apagar una sonrisa esporádica.
14
El hombre, envuelto en fuego abrasador, intentó tomar a Heska pero fue detenido por una extremidad casi invisible de su adversario dorado, este dio un grito de guerra. El recién llegado retrocedió con un salto al mismo tiempo que esquivaba una daga gigante, de su mismo tamaño, que fue impulsada desde la arena hacia la superficie.
Heska imaginó que era una trampa puesta para una posible emboscada, sólo que en ningún momento vio cuándo la había colocado.
Algo en su mente, con una voz entrecortada, le dijo: “Fue un reflejo. Un hechizo activado por reflejo. Eso no fue una trampa. Tú eres el cazador, no él”, y se estremeció.
El hombre desconocido se quitó la capucha de su uniforme, el mismo de Heska, con la diferencia de poseer dos símbolos geométricos en sus antemanos con detalles muy superiores: aristas, formas complejas, incontables dimensiones superpuestas. “Cazador de primerísima clase” habría dicho Heska si no le faltara aire en los pulmones.
El color púrpura de los símbolos geométricos explotó en una rafaga de luz cegadora, de inmediato se encontró frente a Ark. Este quiso responder, pero el ataque ya estaba hecho, sólo faltaba que el receptor estuviera consciente. El hombre dorado salió expulsado hacia atrás, aunque no duró mucho la caída puesto que de alguna forma cambió su gravedad y se impulsó en el aire hasta llegar a su atacante.
Heska escuchó una fina voz en el aire, la voz de Ark pronunciando algo en un idioma desconocido. Creyó por un segundo que se trataba del mismo idioma con el que dio su grito de guerra. El hombre misterioso activó un hechizo con suma rapidez y ambos salieron disparados hacia atrás. Ark cayó en la arena sólo para nuevamente impulsarse contra el par de guerreros; esta vez Heska no escuchó ningún idioma pronunciado.
A pesar de moverse a gran velocidad, fueron alcanzados por Ark, este alargó su brazo derecho con una daga en el extremo. Heska pudo sentir cómo atravesaba su cráneo, sólo que esta fue una sensación, la verdadera daga fue detenida por el hombre extraño; no la tocó, por supuesto, sino que sostenía el antebrazo del enemigo. La daga estaba a unos centímetros del ojo de Heska.
Levántate, hermano- dijo el extraño-. Haz algo útil. No voy a cuidar tu trasero todo el día.
Ya ves… idiota… que no tengo… piernas.
Ni tampoco respirar, supongo. Ve- lanza a Heska hacia atrás utilizando el símbolo de la mano izquierda, con el derecho empuja al enemigo con un fuerza expansiva-, cuando te diga: corres y salvas a la chica.
Cuando Heska se levanta del empujón, tiene su uniforme, la respiración y las piernas recuperadas; además, se siente más vivo que nunca. ¿Cómo es posible? ¿Esto es lo que una vez conoció como “magia”? ¿O era algo más?
Por si fuera poco, cree reconocer a este salvador suyo, al misterioso mago. Su cabello es negro con algunas canas visibles, aparenta unos 40 años, pero Heska imagina que no es el caso. Tiene su mismo uniforme negro, con algunos detalles en cada extremidad que se almeja a un símbolo de rango superior al suyo. Lo más curioso resulta ser, sin duda, un par de pequeños círculos transparentes colocados frente a los ojos. Algo le hace pensar que se trata de un mecanismo para tener vista de águila.
Este sí que un adversario- grita Ark, incapaz de ocultar su emoción-. Ven, radiante, hazme la vida difícil.
El hombre misterioso atrapó las manos de Ark en esferas de una energía púrpura, estas le obligaron a que se abriera de brazos para que pudiera recibir un puño desenfrenado en el rostro.
¿Vas a poner en peligro tu misión por una estúpida pelea, Ark?
Es la única razón por la que tu amigo sigue vivo.
Debes tener mucha confianza en tí mismo.
¿Qué puedo decir? Estos trabajos son muy fáciles.
Pero nunca te has enfrentado a mí.
Ya te puedo asegurar que estoy decepcionado.
El hombre misterioso volvería a interrogarlo de no ser por la repentina desaparición de su mano derecha, con la cual doblegaba a Ark. Este empezó a reírse de manera histérica, feliz de la situación, luego lanzó una daga dirigida hacia Blau, la chica con el teléfono todavía marcando al ciento once. Regeneró su mano en un santiamén, revelando los símbolos geométricos sobre su piel, no era ni por asomo un adorno del uniforme. Con la mano desnuda, activó un hechizo que protegió a Blau: un escudo invisible, pero la daga revotó y cayó sobre el cuerpo del muchacho ya caído.
“¡Basta!” gritó ella desde el otro extremo de la orilla, e intentó arrastrar el cuerpo del chico para donde actuaba el escudo.
“Ark lanzó su primera arma antes de que yo pudiera apresarlo” pensó el hombre de ante manos púrpuras. “Sabía lo que haría, y sin embargo se dejó atrapar. El ataque amputó mi mano, logrando unos segundos de ventaja donde lanzaría su arma para terminar con la testigo. Esta es la peor clase de oscuro, todos son iguales a su líder”.
Heska esperaba su turno mientras miraba impaciente cómo ambos contrincantes decidían su siguiente movimiento en cuestión de segundos. Esto para él era una clase de lucha mucho más avanzada que la de cualquier cazador que haya visto, o la de cualquier guerrero de su tierra. Recordaba, sin embargo, experimentar este tipo de magia, pero de naturaleza primitiva.
15
Blau había traído finalmente el cuerpo del chico hasta el otro lado del escudo. Todavía marcaba a las autoridades, por más inútil que fuera. Se fijo en la daga atorada en la cabeza del atleta, y sintió un profundo e incorrecto deseo de removerla. Tal vez podría usarla como arma.
Ark empezó a sonreír de repente, y el hombre que salvó a Heska presintió un mal augurio. Divisó a la chica más allá, a punto de tomar la daga. Él gritó:
– ¡No! Aléjate de esa cosa.
– Pero… – dijo ella.
– De ninguna manera. Vas a morir como el chico.
– ¡Pero quiero ayudar!
Ark esta vez liberó unas pelotitas diminutas de su cuerpo, explotaron con el roce de la arena. Humo rojo se liberó, y tanto Heska como su salvador se vieron obligados a taparse las bocas.
Su enemigo había salido disparado hacia Blau. Los símbolos purpura dispararon su brillo nuevamente, el hombre lo alcanzó empleando la misma velocidad. Detuvo el brazo de Ark antes de que pudiera quitar la daga en la cabeza de su reciente víctima. Sin embargo, antes vio cómo pronunció algo a un volumen inexistente.
– Malgastas tu tiempo, M. Becker- dijo Ark, sonriente-. Estos pobres malditos ya están muertos.
– Los malditos son mis aliados, vivirán mientras yo viva- respondió el hombre, cuyo nombre resultó ser Becker-. Pero tú no correrás la misma suerte.
Ark volvió a reír, justo a tiempo en el que un clon suyo tomaba a Becker por la espalda y lo inmoviliza; un ataque sorpresa. Ark gozó de su expresión aterrada, procedió de inmediato a descargar en él fuertes golpes que sacudieron la arena hasta elevarse por encima de sus cabezas.
Becker escupió sangre, ignorando el dolor golpeó con ambos codos contra el clon en su espalda hasta romper su ofensiva, luego lo remató cortándolo a la mitad con su palma extendida.
Heska miraba todo en creciente excitación por el combate, y por la posibilidad de poder retribuir el dolor sufrido contra Ark. Se dio cuenta de que, si su oponente podía multiplicarse, entonces debía de luchar contra todos ellos para que Becker tuviera una posibilidad de victoria. Una victoria para todos.
Esperaría de todas formas. Su cuerpo luchaba por moverse, pero no lo haría hasta tener en claro cuándo actuar. Se le vino la imagen de una niña a su lado. La pequeña sostenía un arco y flecha, apuntaba hacia un ciervo de cuernos espirales, oculto en los arbustos. Apareció cierta mano, tal vez la suya, y le indicó hacia donde disparar, luego le dio una palmadita de motivación. La pequeña falló el tiro. Se largó a llorar, pero la misma mano de antes limpió sus lágrimas.
“¿Quién es esa niña?” se preguntó Heska. “¿Es… mía? ¿Mí hija? ¿Dónde está ella ahora?”. Y luego de unos segundos: “¿dónde estoy yo?”.
– ¡Heska, corre!- gritó Becker. Sostenía los brazos de su enemigo, empujando como en una competencia de quién duraba más tiempo así.
“¿De dónde conozco a este tipo?” volvió a preguntarse mientras obedecía la orden, impulsándose con gran fuerza. Las piernas volvían a funcionar de maravilla. “Esa mirada. Esa confianza. Siento que ya lo conozco”.
El mundo se movía a cámara lenta, a excepción de los guerreros luchando a muerte. Un pequeño vistazo a sus ante manos reveló que los símbolos geométricos eran tan complejos como los de Becker. Imaginó que tendría su mismo poder, sólo que sin la experiencia requerida.
“¿Él no tenía una esposa?” pensó Heska.
– Rodéalo- gritó Becker-. No te acerques a él, mucho menos a su daga.
– Entendido- respondió Heska, y dio un gran salto hacia Blau.
– ¿Con que sabes todos mis trucos?- dijo Ark.
– No necesito descubrir ninguno más.
– Muy tarde- y sonrío otra vez.
Cuando Heska cayó en tierra firme, pudo sentir a la velocidad de la luz cómo una garra afilada se acercaba, un ataque rápido y letal, pero al momento en que lo pensó ya estaba saltando nuevamente para esquivarlo. La garra se elevó tan alta como un monumento grotesco invocado por el mismo infierno.
– Deja de sonreír, bastardo- dijo Becker.
– ¿Y te consideras de la elite?- pregunto Ark-. Deberías haberte dado cuenta que no sólo estoy riendo…
– Hijo de…
– ¡Muere de una vez!
Ark tenía razón. Becker todavía recordaba a los oscuros como invocadores que empleaban símbolos prohibidos en el aire, o utilizando un lenguaje todavía más nefasto. En este caso, un simple gesto, o tan sólo una risa, era suficiente para despertar el mal.
En esa misma resolución, Ark enarcó las cejas, y el cuerpo del chico atlético, asesinado hace apenas unos minutos, se retorció hasta tomar la postura de una marioneta, con hilos invisibles que colgaban desde el infinito. La daga aún yacía clavada en su rostro.
16
Fuera del campo invisible, una mujer corría a toda velocidad hacia un punto inconcreto. Tenía el brazo izquierdo ensangrentado, pero no parecía importarle. El resto de su cuerpo se encontraba bien, aunque tuvo que arrancarse parte del uniforme izquierdo; y como era anti estético, también se liberó de su túnica con capucha. Símbolos geométricos de color celeste titilaban mientras se movía a tal velocidad que los civiles apenas notaban una alteración en el aire cuando ella pasaba.
Aferrado a su mano derecha, una pequeña criatura con apariencia de reptil agitaba su cabeza hacia todos lados, como buscando a alguien en particular.
– ¿Sabes dónde está?- pregunta la mujer a dicha criatura.
– Gah-ji- responde.
La mujer se detiene en una calle no tan concurrida.
– Eso no me sirve- dice ella-. Si ese idiota comete un error, tú y yo estaremos jodidos.
– Gah-jaee- vuelve a responder la criatura, un poco alterada.
– ¿Es aquí?- miró a su alrededor-. Apenas puedo sentir cómo el viento cambia su curso de un momento a otro.
“Sería extraño de no ser porque estamos en la costa” piensa ella.
– Gah-jsi- grita la criatura, y sus ojos se tornan púrpura.
La mujer lo mira, incrédula e impaciente. Decide exhalar el aire que tanto le costó rescatar, luego cierra los ojos y hace girar las figuras geométricas. Una corriente invisible de aire se dirige hacia estos símbolos. Dibuja entonces un mapa mental de todo lo existente en este espacio-tiempo, percibe tanto los olores como el clima entremezclado con las temperaturas de los civiles. El frío matutino se descompone ante la flameante capa espiritual del animal en su mano derecha, entonces la mujer unifica su percepción extrasensorial con la del pequeño aliado.
Al hacerlo, los transeúntes a su alrededor se descomponen, vomitan y gritan desesperados. Acaba de romper la barrera limitante de los campos Vollendung del enemigo: todos los presentes en este contenedor maligno son conscientes de que están en una trampa, y de que es posible que mueran. La mujer no se preocupa pues conoce la verdadera naturaleza de estos espacios morbosos, y les daría fin antes de que cayeran en el abismo.
Delante de ella, un muro invisible se solidifica. Abre los ojos, lista para cumplir su misión de rescate. Activa las esferas celestes de sus manos, giran para transformar sus brazos musculosos en hielo macizo, tan duros como el diamante; la sangre en la extremidad izquierda aún sigue allí. El resto depende de si Yod está de humor o no para ayudarla.
Se pone en posición, luego de asegurarse que su pequeño amigo estuviera a salvo y…
17
Heska había llegado justo a tiempo para socorrer a Blau.
– ¿Qué está pasando?- preguntó ella, alejándose un poco del hombre que salvó.
– No lo se, cariño- respondió él-. Lo único que puedo hacer es protegerte.
– ¿Qué vamos a hacer con ese bastardo?
Heska estaba de espaldas cuando la escuchó, asegurándose de no perder de vista al enemigo. Se volteó cuando escuchó la reciente oración.
– ¿“Vamos”?
– Quiero salir de aquí. Es todo lo que quiero.
– Yo también, cariño- y, por un momento, el rostro de Heska brilló con la intensidad de un padre amoroso.
Blau, quien tenía muchas ganas de pedirle al hombre que dejara de llamarla “cariño”, sintió una especie de paz tan inesperada que la dejó helada. En esa misma expresión, pudo divisar a su propio padre; aunque por otro lado, también era la misma cara que usaba cuando mentía. “¿Cuántas mentiras me han dicho desde antes que supiera la verdad?” pensó ella.
De repente, el cuerpo del chico muerto saltó hacia ellos. Blau lanzó un grito ahogado, culpa de haber torturado su garganta durante largo tiempo con gritos inútiles. Heska se percató al instante de una sombra negra balanceándose por la rabilla de su ojo.
Pudo escuchar el grito de Becker diciéndole que aguantase lo más que pueda. Se dijo a sí mismo que lucharía hasta la muerte. No se rendiría ahora después de tantas presas difíciles que logró cazar, y luego de haber creído incontables veces que moriría. Esto no era diferente: esto era un nuevo tipo de desafío, que pondría a prueba su cordura como nunca antes.
– ¡Niña, cruza el mar!- gritó Heska mientras retenía al títere viviente, escupía espuma por la boca-. Fíjate si la barrera sólo afecta al suelo y no al mar.
– No va a funcionar- dice Blau, casi llorando.
– ¿Se te ocurre otra idea?
El títere se liberó de Heska, apuntó directo hacia la chica. Blau no tuvo tiempo para gritar, en cambio se apresuró a tomar un pedazo de rama en el suelo y con ello golpearlo. Heska logró tomar justo a tiempo el pie de la criatura, sabía que una rama no podría hacerle daño, y tiró de él antes de que pudiera lastimar a la joven.
Sin embargo, Blau descargó su ira contra el chico títere, liberó la tensión generada entre la angustia, el terror y la ira. La rama a los dos golpes se rompió. Simultáneamente, la criatura pateaba el rostro de Heska de forma impaciente. Apenas se cubría pues se encontraba maravillado por Blau.
– ¡No te muevas!- gritó ella, y tomó de la arena una piedra del tamaño de su cabeza.
La piedra cayó sobre la cabeza del títere, haciéndole sangrar. Blau se detuvo al ver cómo le caía el color negro desde el cuero cabelludo, y entró en pánico.
– ¡Huye!- gritó Heska-. A lo mejor hicimos suficiente lío como para debilitar el campo invisible.
Blau estaba por moverse hacia el mar cuando Ark la detuvo lanzando un poderoso grito. Justo en ese momento, la marioneta se liberó y le propinó una fuerte patada a su rostro en un ágil movimiento. Heska lo retuvo una vez más, esta vez asegurando de romper sus piernas aplastándolas con una fuerza desconocida hasta ahora. Mientras tomaba al chico poseído del cuello, se volteó para ver qué sucedía detrás.
Becker había invocado una especie de lobo gigante etéreo, intangible pero visible a la vista; con sólo mirarlo, su poder era evidente. Había sido retenido por el grito anterior de Ark, este emitió una nueva exclamación retumbante y el lobo se vio reducido a pequeñas partículas separadas. Heska abrió la boca de par en par, incrédulo ante lo que presenciaba.
El lobo se reconstruyó, y reanudó su ataque. Ark detuvo las fauces del animal, y a continuación pronunció (en un idioma que incluso Blau entendería):
– Me aburres.
El lobo se estremeció; no tardó en aullar. Su tamaño disminuyó y, justo cuando parecía a punto de regenerarse, Ark exclamó otro grito de guerra. Tomó al debilitado ser etéreo y lo abrió de par en par hasta quebrarlo por completo. Becker apoyó una rodilla en el suelo tras recibir el dolor de su aliado invocado. Los símbolos púrpura titilaban en frenesí.
– Tu invocación fue imperfecta- dijo Ark-. Ahora déjame hablar
Dirigió su mirada hacia Heska y Blau.
– No les recomiendo cruzar el mar- comentó Ark-. Este es un espacio que aseguré para que nadie salga.
– Sólo es un Campo Vollendung– dijo Becker, todavía en el suelo-. Heska, el efecto puede romperse si lo derrotamos, o anulamos el hechizo.
– En teoría, pero esto va más allá de una simple trampa.
Becker empleó el poder que poseía en sus ante manos para enfocarse en las vibraciones de la arena. Abrió los ojos por completo cuando descifró el comportamiento del suelo como anormal; era como si respirase: una inhalación, luego exhalación.
– No sólo es un campo falso, querido amigo- dijo Ark, más alegre que nunca-: es mi invocación. La estuve preparando desde que aterricé aquí.
Heska finalmente pudo entender cuando las mismas garras se elevaron en la arena como hicieron antes. Tanto la daga gigante como la garra habían adoptado una forma mucho más orgánica, porque no se trataba de simples trampas, sino de una larga hilera de dientes apilados en círculo. La verdadera forma de la playa, tal vez desde el principio del último siglo, era en realidad una criatura de proporciones masivas, y habían estado sobre ella todo este tiempo.
18
Cinco. Tenía cinco años cuando vi a mis padres discutir. Lo ignoré.
Ocho. Tenía ocho cuando empezaron los golpes entre los dos. Lo ignoré.
Doce. Tenía doce cuando compuse una canción para ellos. Me ignoraron.
A los quince, besé por primera vez a un chico en un estúpido impulso. Lo odié.
Fue a los diecisiete cuando conocí a Alicia, y luego a Floyd. Desde entonces, mi vida fue costa abajo, más de lo que ya estaba.
Alec, un chico de mi curso en el último año de secundaria… lo recuerdo con mucho cariño. Lo extraño.
¿Cuándo fue que empezó la pesadilla en realidad? ¿Cuándo nací, o cuando desperté mi conciencia? Tal vez ambas opciones.
“¿Mis padres me amaban de verdad?”. Esa era la única pregunta que me perseguía todas las noches, luego de cumplir los diez. Para despejarme, había empezado natación. Fue la época más feliz que tuve, cuando mis padres se calmaron y pude olvidarme de estúpidos dilemas sumergida en cloro.
El único problema eran los chicos: me miraban en la piscina. Recuerdo aquella sensación: la frustración, contenida en mi interior, no era lo único que se había desarrollado, y eso me impulsó a cometer estupideces. Pero por Yod, cómo disfruté ver el rostro del mirón más insoportable cuando le arroje leche podrida mientras se bañaba. Luego les tomé a todos una foto, y se la mandé a Alicia.
Me echaron, por supuesto. Borré la foto, aunque de todas formas no estaba interesada en el cuerpo masculino. Pero…
Ahora que lo pienso bien, y estando al borde la muerte, me entristece recordar ese momento. Sé que los chicos se propasaron pero, ¿acaso yo no lo haría si fuera más normal? Alicia me dijo que amaba ver a los muchachos en la playa, sobre todo al bañero. ¿Por qué yo nunca sentí esa necesidad?
¿Por qué nada me apasiona, ni tampoco me inspira?
Siento que estoy muerta en vida, y odio echarles la culpa a mis padres por ello. Prefiero creer esto antes de enterarme que, por alguna razón, fui puesta a prueba por Yod; eso significa que soy especial para Él, pero me sentiría peor: porque no sólo fallé en demostrarlo, sino también en hacerle creer que podría sacar algo bueno de mí.
No sé porqué estoy viva. Ni por qué debería seguir luchando. ¿Por qué debería evitar lo inevitable? Nunca seré eterna. Nadie recordará mi existencia en esta vida. De todos modos, tampoco fue algo del otro mundo. Simplemente fui yo… rogando que todo desapareciera.
Eso no es verdad.
¿…?
Eres mucho más especial de lo que crees.
¿…?
Levántate, Jill. Esto apenas está comenzando. Tienes un largo camino que recorrer.
¿Quién eres? ¿Por qué estás en mi mente?
Menos preguntas, más acción, hermanita.
Pero…
¿Acaso lo olvidaste? ¿Olvidaste quién soy?
…
No.
No.
Jamás lo haría.
Jamás te olvidaría. Nunca podría olvidarte.
Eres todo lo que me queda en este mundo.
Esa es la actitud.
¿Dónde estás? ¡Quiero encontrarte! ¡Por favor!
Búscame, y lo harás tarde o temprano.
¡Pero dame una pista! ¡Dame algo con lo que pueda buscarte!
Jill.
¡Por favor! ¡Dame una razón para vivir!
No, hermanita. No depende de mí que seas feliz. Algún día lo entenderás.
Pero…
¡Pero nada! ¡Despierta, levántate! Lleva al bastardo de Ark hacia su propia trampa. Ahí lo estaré esperando.
¿De qué estás hablando?
Si quieres una pista de mí, sigue luchando. ¡Lucha!
Entonces, tengo que despertar.
¡Lucha, Jill! ¡Nunca te rindas!
Por ti.
Voy a activar tu Enkidu. Cuando Becker se de cuenta, dile que Olivia está en camino. ¡Hay una barrera que…!
19
¿Qué posibilidades había de algo así? ¿En este nuevo mundo aquellas estrategias militares eran de este tipo? Heska no podía responder esas preguntas, pero tampoco lo haría si no escapaba de esta trampa milenaria. Preguntas, demasiadas para ser respondidas al instante.
– ¿Qué hacemos, Becker?- gritó Heska al mismo tiempo que los enormes dientes se elevaban sobre la arena cada vez más.
– Me temo que necesitamos ayuda- respondió él-. Podría utilizar mi catalizador, pero la bestia se alimenta de la energía de todos nosotros. Si lo hago, me quedaría muy poca para enfrentarme al bastardo, sin contar que el campo continuaría absorbiéndonos; sería nuestro fin.
– ¡Exactamente!- gritó Ark, y se acomodó sobre uno de los dientes alzándose, estos generaron una sombra que llegó a todos-. Estuve pensando en este ataque desde hace siglos. Cuando nos enteramos que Heska se materializaría en esta playa, sólo era cuestión de tiempo para crear la mejor estrategia.
– ¿Nos está absorbiendo?- pregunto Heska desde la otra punta-. ¿Y cómo saben ellos de todo esto?
– Es una larga historia- respondió Becker.
– Se supone que nadie saldría herido. El único afectado tendría que haber sido yo.
– Puedes lamentarte cuando…
Blau se despertó de repente, gritando. Todos quedaron atónitos, pero abrieron los ojos de par en par cuando una poderosa carga de electricidad era expulsada de su cuerpo.
Los símbolos geométricos en sus dorsales desprendían un brillo azul cegador, tanto que incluso Ark entrecerró un poco los ojos. Pero, una vez más, se asombró al analizarla y descubrir que la esencia eléctrica que la cubría era de color negro.
– Heska, tráela aquí- gritó Becker al presentir el instinto asesino de Ark.
– No puedo, estoy reteniendo a este infeliz.
La marioneta intentó librarse con una fuerza mucho mayor que antes. Sus piernas se regeneraron al instante. Heska y aquel empezaron a forcejear, pero la criatura era mucho más pesada de repente.
“Le está aplicando su poder al chico” pensó Becker, “quiere matar a Jill lo antes posible”.
– Heska, utiliza tu catalizador para explotarlo por dentro.
Él intentó obedecer aunque fuera inútil, y aunque no supiera lo que era un catalizador, pero intuyó que se trataba del poder en sus manos. La criatura de hilos invisibles se soltó, en ese mismo acto le quitó el brazo derecho a Heska con un golpe ascendente. Luego se giró y saltó violentamente hacia Blau.
– ¡Jill!- gritó Becker.
Ella, viendo el ataque inminente, rodó sobre la arena. Cuando el chico cayó a su lado, de forma instintiva tomó impulso y le cortó las manos clavadas en la arena. Cuando percibió que se aproximaba otro ataque, Blau expulsó de ambas manos un trueno completamente oscuro ocasionando un ruido estremecedor. Heska se tapó los oídos.
Cuando terminó el ataque, pudo ver que el dichoso títere seguía de pie. Se adelantó rápidamente para empalar su brazo en el cuerpo del moribundo chico.
Heska, eufórico hasta entonces, retrocedió un paso cuando advirtió la expresión aterrada, triste del condenado muchacho, cuyo único error fue aparecerse en el lugar equivocado en el momento equivocado. Lágrimas caían sobre un rostro atravesado por una daga, lejana de toda su vida hasta este punto.
A pesar de su mirada, el cuerpo del chico insistía en matar a todos en la playa. Pese a que odiaba la idea, Heska sabía lo que tenía que hacer: por el bien de todos.
– Perdóname- dijo él.
Acto seguido, activó la energía en su puño, proveniente de alguien más, y explotó el cuerpo del joven atleta.
La chica que salvó a Heska gritó, sus piernas empezaron a temblar cuando empezó a sentir el pulso eléctrico de esta fuerza misteriosa por todo su cuerpo. A pesar de que se sentía bien, de un instante a otro ese poder la superó, y presenció de manera milagrosa cómo todas sus células se destruían, luego se reconstruían para luego generar más células que su cuerpo no podía soportar.
Blau empezó a gritar, sostenía su estómago con sus brazos por miedo a que se desgarrara.
– ¿Qué le sucede?- gritó Heska a Becker.
– No lo sé. Pero creo que se debe a su temprano uso de la esencia primaria. Su cuerpo…
– ¿Qué hago? Se va a morir.
– No depende de nosotros.
Heska se adelantó para atender a la muchacha, pasando por los restos del chico anteriormente convertido en marioneta. Tras sus pisadas en la arena, la daga en la cabeza del chico se abalanzó hacia él, muy tarde para que Becker pudiera advertirle.
– ¡Paragon!- gritó Becker-. ¡Se acerca…!- fue silenciado por Ark cuando éste aterrizó detrás de él. Con un hechizo de expulsión, lo empujó hasta uno de los dientes crecientes.
Heska estaba por levantar a Blau cuando una daga con vida propia amenazaba con clavarse en su torso. Recibió el ataque por ella con su mano izquierda, y entonces la figura que manipulaba la daga se mostró: un clon de Ark.
– Ahora puedo decirlo tranquilamente: ustedes los radiantes son iguales a nosotros.
– Hijo de…
Cuando Heska quiso golpearle, Ark atrapó el puño con su mano libre, y de esa misma hizo crecer otra daga. Apuñalaba a Heska con ambas manos, atrapándolo como a una presa incapaz de seguir luchando.
– Maldito- dijo Heska-. ¿Por qué…haces esto?
– Por la misma razón que tú lo harías- forzó a Heska a levantarse-: Propósito.
Heska aprovechó su oportunidad y le propinó un cabezazo al hombre dorado. Este, en vez de reír como lo había hecho hasta ahora, enarcó las cejas en una terrorífica expresión de odio, y le devolvió el golpe con su propia cabeza.
Su enemigo perdió de inmediato la compostura. Sangre oscura empezó a brotar de su frente.
Un tercer brazo salió del pecho de Ark, y con ella cortó la garganta de su contrincante. Una patada decisiva lo expulsó hasta donde estaba Becker.
Blau, quien recuperaba de a poco la cordura, lanzó un grito por Heska. Como le dieran las fuerzas, se incorporó gimiendo de dolor con sus células oscuras todavía revolviéndose en su interior.
Ark reconoció su valentía con una expresión de regocijo, pero la admiración se desvaneció cuando invocó una espada dorada, de hermoso brillo, y cortó un cuerpo invisible a su lado. La figura se volvió tangible, revelando ser Becker, y su cuerpo cayó cortado a la mitad.
¿Creíste que no me di cuenta del cuerpo falso? Sé reconocer el peso y el aroma de un radiante vivo.
A lo lejos, cerca de los dientes aún tratando de alcanzar los cielos, el cuerpo falso de Becker se desvanecía. Heska permaneció en el suelo, con el cuello y la frente desangrándose.
Blau lloraba de la impotencia, pero no tardaría en intentar disparar un trueno de sus manos como ya había hecho, pero…
No me rendiré, maldito- gritó ella-. Voy a escapar de aquí, encontraré a Liam, y luego voy a matarte. Es una promesa.
Yo también te hago una promesa.
Ark lanzó la hoja dorada hacia Blau. Atravesó su estómago. La fuerza eléctrica que la envolvía pasó de oscuro a blanco, como vapor disolviéndose en el aire.
Ninguno de ustedes saldrá de aquí con vida.
La hoja entonces se agrandó, destruyendo así el abdomen de Jill.
Buenas! Soy el autor de esta obra, ¿quién más sino? (*se ríe en silencio*). Sólo les comento que si quieren leer la ante última versión de esta obra pueden visitar este link. Muchísimas gracias por su tiempo, y ojalá me dediquen un comentario con el que pueda mejorar la obra. Paz.
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