Somos el destino inexorable de la muerte

Somos el destino inexorable de la muerte

Christian Yanez

21/04/2023

Me sentaba durante horas en silencio delante de mi ordenador, las mismas dos moscas que no había podido matar me miraban fijamente, se acercaban y arrojaban su sucio culo en mi rostro, luego se marchaban y la historia volvía a repetirse. Me aferraba a las noches de la misma manera que un borracho se aferra a su bebida, con dientes, con garras, con el alma. Vivo en el borde de un precipicio, el tiempo me persigue debo más de lo que he vivido, me desvisto a mí mismo en cada palabra, duermo en un habitación que huele a azufre, evito a las personas porque no me agradan, simulo que no existen, que son pequeñas sombras que se juntan con otras sombras y que muy pronto aquellas sombras van a desaparecer.

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Cierto día, empecé a mirar la palabra suicidio escrita por todas partes, en los libros que leía, en los poetas que admiraba, en los escritores que detestaba, en los ojos del panadero. Todos pensaban en suicidarse pero pocos tenían el valor de hacerlo, yo siempre había considerado el suicidio como la forma más cobarde morir, era la única razón por la cual no lo había hecho, pero solo el hecho de pensarlo me hacía un cobarde y sí que lo era. Encontré consuelo en la radio, en la emisora clásica Fm. Chopin se levantaba de entre los muertos e inundaba las paredes de mi habitación, cerraba mis ojos y me hacía a la idea de estar sentado en uno de aquellos bancos, viendo aquel gran músico hacer magia con sus manos, rodeado de un centenar de mujeres. Yo por mi parte necesitaba volver enamorarme de una buena mujer, sí, eso haría y allí me encontraba yo recorriendo las calles de la ciudad en busca de una buena mujer, como saber cuál es la correcta y cual no es, bueno, un hombre simplemente no lo sabe, es un juego al alzar, una bala perdida entre la multitud, cualquier persona resulta ser lo suficientemente buena cuando te estas muriendo de ganas o cuando quieres evitar probar de ese amargo sabor llamado soledad.

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Llegué cerca de una tienda y vi a lo lejos a una chica barriendo la acera, llevaba un vestido extremadamente corto que daba mucho a la imaginación. Sus piernas eran blancas y limpias, eran las piernas más limpias que había visto desde hace muchos meses atrás. Me acerque con disimulo, ella no me vio o simplemente fingió no verme, comencé a sudar gotas de hielo, sentía como mis piernas eran cortadas a cada paso, iba directo hacia el matadero guiado por el deseo de lo imposible -¡Que demonios!- dije, ella regresó a verme y su mirada me fulminó, fui herido por mi propia cobardía, nada podía hacer más que salir corriendo y así lo hice, me culpe el resto de la noche por no haber tenido la suficiente valentía de hablar con una buena mujer. Yo ya sabía lo que me esperaba, había vivido 2 años con una buena mujer, lo primero que intentó hacer, fue querer acabar con aquel viejo hombre que dormía plácidamente en mis pensamientos y así lo hizo, luego comenzó a sacar la basura que otras mujeres dejaron, por primera vez después de largos años de soledad las aguas del río eran azules y las nubles blancas, me enseñó a vestirme y peinarme, no paraba de motivarme a que creyera en mí, -las cosas pasan por algo-, siempre lo repetía, comencé a tener esperanzas finalmente había olvidado mi pasado, y también aquellos amores que nunca se quedaron más de una noche, luego quiso que escribiera historias de amor y bueno, luego me fui. No me gusta escribir historias de amor, las personas tienden a exagerar los sentimientos y emociones, llaman a la felicidad el sentimiento supremo y al amor, el bien común que une corazones. A mí me gustaba subirme a lo alto, perderme en la trayectoria y verme atrapado hasta la garganta de pensamientos suicidas. Las mujeres llegaban a compartir su luz conmigo, pero aquella luz terminaba por apagarse y jamás volvían a ser las mismas. Cuando una mujer me gusta, sencillamente no puedo parar de disfrutar de su ser, porque sé que un día todo aquello acabara, que otro hombre hará lo mismo y que ella sentirá lo mismo que sentía conmigo, en fin, yo no estaba preparado para andar con una buena mujer.

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Avancé hasta el viejo mirador, me senté en uno de aquellos bancos de cemento, encendí un cigarrillo y comencé a contar las estrellas, dicen que a cada ser humano le corresponde una estrella, pero cuál era la mía, acaso sería aquella estrella enorme que brillaba sobre las demás o aquella otra pequeña que buscaba sobrevivir en medio de un mundo lleno de oscuridad o aquella estrella solitaria que no tenía estrellas a su alrededor, de cualquier manera alguna de esas estrellas me pertenecía. Pequeñas risas comenzaron a escucharse a lo lejos, regresé a ver y allí estaban aquellas mujerzuelas con sus trajes de segunda, con hombres entre sus brazos, llorando porque sus esposas les habían abandonado. Ellos buscaban ser comprendidos, ser escuchados, ser amados, ellos buscaban algún tipo de luz que iluminara sus miserables vidas y no importaba si la luz era blanca o negra, grande o pequeña, buena o mala, lo que único que ellos buscaban era ser libre de la eterna soledad. Cuando el mundo te rechaza o te comienza a olvidar, lo único que queda es un pedazo de esperanza en lo más profundo de una botella de cerveza, danzando alegremente sobre cenizas de cigarros. La mayoría de relaciones no duran más de tres años, algunas no llegan ni al año, es la nueva metodología que se ha implantado en las nuevas generaciones como un chip, se feliz sin comprometerte demasiado para no salir herido, detesto el progreso, el mundo se ha ido a la mierda por su maldito progreso, de qué sirve pensar en un progreso si nadie vivirá para verlo. Aquellas mujeres desvestían a la muerte, pasaban gran parte de sus días siendo psicólogas, enfermeras, aquellas mujeres entendían el dolor de un borracho o de un solitario, por instantes te liberaban de aquel calabazo con barrotes de espinas que no te dejaba respirar, mujeres que no se detenían a revisar de qué color era cadena de tu pecho, eran buenas mujeres, mejores que aquellas damas que vestían de trajes relucientes, mujeres por las cuales, me estaba volviendo loco.

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Autor: Christian Yánez

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