Nacer, vivir y morir. Esos son los
tres hechos que marcan nuestra esclavitud. Una esclavitud que muchos
creen abolida, pero, nada más lejos de la realidad, sigue presente
en todos nosotros. ¿Por qué decimos ser libres, si ni siquiera
hemos tenido la elección de ser, ni tendremos la elección de
perecer?
Es un hecho irrefutable que para ser es necesario existir, y que para
que existamos es necesario que seamos gestados y luego alumbrados,
pero ¿Qué necesidad tenemos de traer otros humanos al mundo? A un
mundo lleno de injusticias por el que pasaremos con más penas que
gloria. Una prueba de esto es este mismo texto, cuya finalidad está
aún por descubrir. Pero que, sin embargo, puede ser ya considerado
como algo inútil. Algo que no trascenderá más allá de esta
prisión digital.
¿Por qué hemos tenido que nacer, si vamos a perecer en el olvido? ¿Por
qué hemos de nacer si vamos a morir? Ese es nuestro final, nuestro
juicio ineludible. Vamos a desaparecer y a ser olvidados, y todo eso
se escapa de nuestras manos, ¿Pero quién soy yo para afirmar esto?
Solo soy un fracasado, alguien que ha perdido la carrera mucho antes
de empezarla. Solo un desecho sin futuro que creyó que podría
crecer y trascender más allá de su tiempo. Hacer algo importante,
revolucionario. Creo que todos hemos soñado con eso en algún
momento. Una simple ilusión infantil, tan frágil como nuestra
propia infancia.
Y hoy vuelvo a escribir tras un largo tiempo, como anhelo de esa triste
fantasía, como el último intento de revivir ese sueño infantil.
Ese sueño tan inocente.
¿Cuál es el sentido de nuestra existencia?
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