PARASITOSIS POR LEPIDOPTERO PULMONAR: REPORTE DE UN CASO

PARASITOSIS POR LEPIDOPTERO PULMONAR: REPORTE DE UN CASO

Raul Katz

13/04/2023

El interno de medicina esperó nervioso al lado de su tutor. Consigo traía la placa de radiografía de tórax del paciente que le habían puesto a su cargo. Normalmente, los resultados de las imágenes podían verse desde los computadores en las estaciones de enfermería, por lo que no era necesaria tenerla físicamente para interpretarla. Pero, dado que el descubrimiento en ella había sido tan excepcional, se había tomado la libertad de dirigirse a la oficina de radiografía a conseguir la placa e incluso discutir los hallazgos con el radiólogo. El especialista continuó su discusión efímera con su colega de trabajo sobre el alto flujo de vehículos, a pesar de la cuarentena total. En ocasiones miraba al interno de reojo, con la misma mirada que se les da a los mendigos molestos que se acercan amenazantes a pedir un par de monedas. Pero el interno continuó en su puesto de espera, determinado.

¿Qué nuevo habría para discutir con su tutor? Actualmente todos los pacientes eran iguales, lo que facilitaba el regir su tratamiento según parámetros específicos ¿Cuánto oxígeno está usando? ¿Cuántas veces respira por minuto? ¿El compromiso del pulmón es más del 50% en la radiografía?

Todo había sido distinto en un principio, por supuesto. Un virus que en un su inicio había sido descrito como un resfrío común, se expandió con una velocidad amenazante por los distintos rincones del mundo, lejos de las miradas despreocupadas de los ignorantes. Y pronto aquel resfrío común, hasta entonces experimentado como una realidad externa, no tardó en acechar las calles, plazas y casas de los habitantes. No hubo justicia cuando explotó ¿Podía culparse a alguien? Todos deseaban hacerlo, al menos. El caldo de resentimiento aliñaba con las medidas ineficientes de los dirigentes, la irresponsabilidad de los habitantes, el número deficiente de ventiladores, la OMS, la falta de especialistas, necesidad de seguir trabajando, el consumo de animales. Lo peor fue vivenciar en carne social la realidad sobre su naturaleza. Pues siendo que para algunos su efecto no sería más que una fiebre desgastadora acompañada por tos, para otros sería una condena a una muerte de progresión implacable, devastando incluso a familias enteras. Pero esas personas comprometidas permitían, al menos, ver los patrones comunes. Son los patrones, finalmente, los que sirven de base, para que equipos de salud pudieran elegir cuando entregar tratamiento y también desensibilizarse cuando ya no había que hacerlo. Ya a 3 meses de iniciada la pandemia, no se exponía en los pasillos el mismo caos de un principio. Aquellas muertes que anteriormente eran experimentadas con frustración, miedo e incertidumbre, ahora se vivían con la normalidad que el contexto había determinado.

El medico tutor finalmente se dio vuelta hacia el interno.

– “Doctor, hice la radiografía de control, como usted me pidió. Al igual que la anterior, muestra signos de rellene alveolar, con un compromiso extenso. Pero hay una modificación. La masa que anteriormente sospechamos era un nódulo parece presentar un cambio en su forma…”

  • – “¿Cómo que un cambio de forma?” Dijo el tutor con una mirada inquisitiva “¿Como una organización de la condensación?”

– “No doctor. Parece más bien la forma de una mariposa”

El doctor lo miró con desconfianza, como poniendo en duda su inteligencia. Sacó la placa de radiografía de sus manos y la colocó contra la ventana, a manera de que los rayos de luz formaran la imagen que se conformaba en la escala de blanco y negro.

Efectivamente, al lado izquierdo del corazón se apreciaba la sombra de contornos bien definidos de una mariposa. No era una la forma de una mariposa en vuelo, con alas extendidas, como solemos imaginarlas. Más bien, era una mariposa vista de lado, reposando sobre una de las paredes del corazón. Se apreciaba su cabeza, las finas líneas de sus pies y sus alas, que resaltaban con mayor trasparencia que el cuerpo.

El doctor volvió a mirar la imagen con más detención

– “¿Hablaste con el Radiólogo?” Preguntó.

  • – “Si doctor. A su opinión no tiene características de nódulo, granuloma, tumor ni ningún otro tipo de masa existente. En relación a infecciones de parásitos, no conoce casos de infestaciones por mariposas en tejido pulmonar”

– “Necesito que deje de pensar como niño y piense como médico” Le contestó severamente “La idea de una Mariposa viviendo en el interior del tórax es absurda. Claramente es un artefacto del examen, o una masa que ha evolucionado ¿Cuál es la historia de este paciente?”

El interno tomo aire e intento ordenar sus ideas. Bajo la mirada inquisitiva de su tutor, comenzó:

– “Don Antonio, de la cama 502-2, es un paciente de 62 años. Ingresó hace 14 días en muy mal estado, traído por su hija. Estaba con mucha dificultad respiratoria, fiebre y muy confuso. Tenía el antecedente de contacto al virus por su señora, quien murió 1 semana antes de su ingreso, también por COVID.

  • Desde su ingreso a necesitado altas cantidades de oxígeno. Estuvo muy desorientado los primeros 10 días, en los cuales no se optó a ventilación mecánica, dado a la falta de ventiladores disponibles. Sorprendentemente evolucionó a la mejoría, mostrando lucidez y capacidad de tener conversaciones coherentes. Aun así, su función respiratoria ha vuelto a mostrar un quiebre, razón por la cual tomamos una segunda radiografía…”
  • – “¿Cuánto oxígeno está usando?” Preguntó el doctor.
  • – “Máximo oxígeno, 15 litros, a través de una mascarilla de no recirculación” Respondió el interno.
  • – “¿Cuantas veces respira por minuto?”
  • – “32 veces por minuto, y con dificultad” Dijo el interno, sabiendo el mal pronóstico.

– “Este señor tiene mala cara. Se ve que el compromiso pulmonar en la radiografía es de más de un 50%. Yo creo que tendremos que intubarlo y mejor hacerlo de manera precoz, antes de que agrave más ¿Ya se habló el tema de consentimiento a intubación con él?”

El interno hizo una pausa. No, no habían hablado el tema con él. Era un tema complicado, que no había sabido como abordar.

– “La verdad es que no, doctor…”

  • – “¡Como que no! ¿A su ingreso quien tomó la decisión?” Replicó

– “Su hija, pues él no se encontraba en capacidad de tomar decisiones a su ingreso, pero…”

El interno fue interrumpido por su tutor ya enfurecido.

– “Pues llame a la hija y le pregunta”

  • – “Ese es el problema doctor. La hija falleció durante su estadía en el hospital. En ese entonces, su estado de salud era tan grave que no se le avisó, pues no estaba capacitado mentalmente para recibirla información. Pero con el tiempo fue recuperando, y la verdad es que no hemos sabido como abordar el tema con él. No tenemos información de otro familiar cercano, por lo que no sabemos quién podría contenerlo al recibir dicha noticia”
  • – “¿Y cómo murió su hija?” Preguntó el doctor.
  • – “Ella también estaba infectada y en un estado muy grave cuando trajo a su padre, hace 14 días, por lo que también se decidió hospitalizarla. Su evolución fue mucho más rápida y tórpida. Al llegar el momento, se le priorizó el ventilador a ella, que era más joven. Pero por alguna razón no sobrevivió el proceso. Ella no dejó ningún registro de familiares o amigos cercanos. Sólo sabemos del padre” Dijo el interno con cierto aire lúgubre.
  • – “Tendrás que ir a hablar con el paciente ¿502-2 habías dicho? Bueno, vaya y habla con él. Pregúntale si es que está dispuesto a recibir ventilación mecánica, explicando los riesgos y el posible mal pronóstico que para él significa. Tendrás que preguntarle por el contacto de algún familiar o responsable que pueda hacerse cargo de él o de la documentación, en caso que fallezca ¿Qué han hecho con el cuerpo de la hija?” Terminó por preguntar el tutor.
  • – “Sigue en la morgue, doctor. Estábamos esperando que el paciente se recuperara para poder encargarse de los temas legales” Dijo con cierta vergüenza el interno.

– “¡Por dios hombre, solucione todos estos problemas! Cualquier cosa pida una interconsulta a psiquiatría para que le hagan sus cosas si es que se deprime mucho”

El médico se alejó de la estación de enfermería. Atrás quedó el interno, todavía intentando asimilar la responsabilidad que se le había confiado. Dar una mala noticia nunca era una tarea fácil y menos agradable. La elección de las palabras equivocadas podría traer consecuencias devastadoras. A lo anterior había que sumarle que Don Antonio tendría que recibir dos malas noticias consecutivas.

En la entrada de la habitación, el interno siguió cuidadosamente el ritual de preparación. Lavó sus manos y se colocó la pechera de plástico sobre su cuerpo, que cubría toda la zona anterior y sus brazos hasta la muñeca. Acto seguido se colocó la mascarilla Kn95 más una mascarilla quirúrgica encima, apretó los fijadores metálicos contra su nariz y revisó el selle de la máscara alrededor de su cara, por medio de respiraciones cortas, comprobando que no había salida de aire por los lados. Por último, se colocó las antiparras, se lavó las manos por última vez y se colocó los guantes de látex, asegurándose que los guantes cubrieran por encima la pechera.

Entró a la habitación. La cama de la izquierda, la 502-1, estaba ocupada por un hombre de 50 años, quien se encontraba tranquilo revisando su teléfono por encima de su máscara de oxígeno.

– “Oiga doctor, el caballero de al lado ha estado ahogado toda la noche. Yo apenas pude dormir por todo lo que tosía” Le dijo.

El interno le hizo un signo de aprobación de cabeza, demostrando que lo había escuchado. Don Antonio se encontraba acostado sobre la cama, con los ojos cerrados y la cara levemente inclinada hacia la derecha, con una expresión de incomodidad. Sus respiraciones eran rápidas y superficiales. Su pelo era negruzco con tintes de gris, que se extendía desordenadamente desde su cabeza, bajando a su barba que invadía sus pómulos enflaquecidos. Había espuma seca en la esquina de su boca, además de pequeñas heridas alrededor de su nariz, donde se apoyaba la mascarilla. Mantenía parte del abdomen de sus “buenos años”, pero sus brazos demostraban el estado de desnutrición en el que se encontraba en la actualidad. El olor a sudor y falta de higiene dental traspasó sus mascarillas.

– “Don Antonio, buenos días ¿Cómo está?”

– “Buenos días… Usted… usted ese el médico joven. Que me alegra verlo” Dijo usando sus reservas de energía para revivir.

Extrañamente lo había reconocido. Con todo el equipamiento de seguridad biológica, todos en el hospital parecían iguales. Se dio cuenta había entrado a esa pieza sin un plan para abordar los temas a hablar. Empezó a sentirse nervioso.

– “Don Antonio” Dijo “Tenemos el resultado de su radiografía.”

  • – “Que bueno… y que encontraron” Su voz era suave y ásperamente seca.
  • – “Mire. Comparándola con las radiografías anteriores no parece haber mucho cambio. Si encontramos una imagen nueva, que estamos investigando”
  • – “¿No será que encontraron mi mariposa?” dijo Don Antonio, con cierta sonrisa.
  • – “¿Cómo que su mariposa?” preguntó el interno perplejo.
  • – “La mariposa que vive en mi pecho” Dijo nostálgico “Ay… Esa mariposa la tengo hace años… Si ya me la habían visto otros médicos. Nadie nunca lo entiende, pero nunca he querido que la investiguen… No, para que hacerle daño, si me hace tanto bien” Dijo, mientras se ponía su mano derecha sobre su pecho.

– “Eso podría ser una invasión parasitaria. Ese insecto debe estar causando inflamación y daño en su pulmón ¿Hace cuanto sabe que la tiene? ¿Cómo no ha hecho nada?”

Don Antonio rio un poco, lo que causó que terminara en un ataque de tos que duró unos segundos. Continuó explicando:

– “Años, como le dije… Desde que tengo recuerdo. Reconozco que la he tenido enjaulada bastantes todo ese tiempo… a veces, si a veces me pregunto, si sería mejor dejarla en libertad… Sabe que nunca me han gustado los zoológicos, los animales se ven tan tristes… Pero ella, en esa jaula de costillas me parece que está a gusto”

  • – “Qué está diciendo” Dijo el interno exaltado “No entiendo que función puede hacer ese insecto en su interior”.
  • – “Como explicarle… Ella aletea. A veces fuerte, a veces más despacio… Ella aletea, y al hacerlo vibra y produce su suave calor… Toda forma de vida necesita calor para existir. Sobre todo yo, en estos momentos… que siento que el frío me invade lentamente desde los pies a cabeza… Al menos algo de calor me queda, al menos algo produzco.

Antes yo siempre tenía calor de sobra. Se lo daba al resto, y eso me hacía feliz… Sentía que era mi misión, ir de ahí para allá, repartiendo calor a quienes se les había acabado”.

El interno, sin poder comprender las palabras del anciano, empezó a sospechar que dicho discurso absurdo no era más que una manifestación deliriosa, producto de su grave enfermedad.

– “Lo siento Don Antonio, pero no lo estoy siguiendo.”

  • – “El calor mi niño… todos lo necesitamos. A algunos les sobra, y se lo pueden entregar a otros. Otros están tan fríos en su interior, que parecen absorber todo el calor que uno posee… Por eso siempre me he mantenido con mi mariposa… Para nunca perder mi calor. Usted, por cierto, entrega un poquito de calor, lo que hace agradable sus visitas”
  • – “La verdad es que, en todos mis años de estudio, nunca había escuchado algo así”
  • – “Es que de ustedes… creo que es de esperarse” Se acomodó hacia adelante, tratando de sentarse. “Pasan estudiando, leyendo, aprendiendo, pero nunca miran de verdad… Solo ven números en sangre, manchas en radiografías… Eso les da una sensación de sabiduría y comodidad”
  • – “¿y qué es lo que deberíamos mirar, según su opinión?” preguntó algo ofendido.
  • – “Tal vez hubiera notado como las mariposas siempre acompañan los primeros rayos de sol en primavera. Un hombre científico como usted podría suponer que la causa de su llegada es el aumento de temperatura. Pero lo han interpretado mal… El calor viene por ellas. Ellas son las que abren el paso a los rayos solares… Ellas son causa y no consecuencia”
  • – “¿Me podría explicar, entonces, de que se alimenta la mariposa? ¿Es carnívora acaso?” Cruzó sus brazos, mientras su postura tomaba una actitud defensiva.

– “Ay, pero doctor…de nuevo falló… mire como le tienen armada la cabeza. Es que usted está decidido en vernos como dos separados… pero insisto en que nos entienda complementarios. Ella vive de mí, se mantiene viva por cuanto yo la cultivo… al mismo tiempo que ella me llena de energía vital para seguir.”

El hombre fue invadido nuevamente por un ataque de tos. Su pecho se agitaba con movimientos degastados, intentando de manera frustrada movilizar los tapones de moco que cerraban el paso del aire a sus pulmones. Se retiró la máscara de oxígeno con una mano y trató de escupir la flema en la otra, pero solo logró botar espuma. Se limpió los labios con el dorso de la mano y volvió a poner la máscara sobre la nariz. De pronto pareció recordar el interno frente a él. Su rostro ya no tenía la misma alegría que al principio de la conversación, sino que parecía sobrepasado por la vergüenza.

– “Le pido perdón… la tos me ataca y olvido mis modales” Su voz era más apagada

– “No se preocupe”

Por unos minutos solo se escuchó el sonido del oxígeno pasando turbulentamente por los tubos de las máscaras de respiración. Don Antonio habló:

– “Yo se que no tengo respuestas claras… Nunca he sido un hombre sabio ni de letras… Mis estudios fueron básicos, no como usted. Pero hay algo que se, y eso no lo tuve que aprender en ningún libro. Mi mariposa y yo nos necesitamos… nos alentamos mutuamente… Sabe que solo hace unos días tuve que enterrar a mi señora… Ni siquiera se me permitió abrazarla por última vez” Sus ojos se humedecieron, mientras su mirada se dirigía a una esquina de la habitación “Un día sonó el teléfono… entró mi hija a abrazarme en lágrimas… la mamá murió papa… y uno ahí como que se le apaga la vida. No se puede ni llorar porque la mente se queda en blanco. Yo no fui al funeral… No me dejaron, el virus, me dijeron. Ahí lloré, solo, en mi cama. Primera vez en años que sentía mi mariposa como inmóvil y el pecho se me apretó tanto… Pensé que la aplastaría entre tanta angustia…”

– “La verdad que lo siento. Solo puedo imaginar lo difícil que debe ser esto para usted” Dijo el interno, mientras tomaba su mano.

Se sintió profundamente compadecido por el enfermo. Pero había más que pena. En el fondo sabía que sentía vergüenza, por cuestionarlo, por ponerlo en duda. “Que crea lo que quiera, que me importa a mí”, pensó. No había ningún tipo de justicia.

– “Don Antonio” Habló el interno “Venía a hablar con usted por su condición. Vemos que usted está necesitando cada vez más oxígeno. Así, a pesar de todos nuestros esfuerzos, usted no ha mostrado mejoría. Creemos que la infección se ha extendido a tal manera en su pulmón, que el poco tejido sano que queda ya no es suficiente para responder a sus necesidades. Por eso, nos gustaría intentar intubarlo y conectarlo a un ventilador mecánico, para ver si es que con un poco de presión podríamos “abrir”, dicho de alguna manera, su pulmón. Ahora, este es un procedimiento riesgoso, por lo que queremos hacerlo más temprano, mientras usted este todavía estable. Si esperamos más tiempo, no podemos asegurar que sobreviva el proceso”

  • – “¿Cómo funciona eso doctor?”
  • – “Lo que hacemos es dormirlo con unos fármacos que le pasamos a la vena. Una vez que usted esté completamente inconsciente, colocamos un tubo que va a sus pulmones, y ese lo conectamos al ventilador. De esa manera, el ventilador sería el que respiraría por usted, introduciendo y extrayendo el aire”
  • – “¿Cuál es la posibilidad que yo despierte… usted sabe, vivo?” Su voz era apagada y plana.

– “No le voy a mentir. La ventilación mecánica ha ayudado a muchas personas, pero también trae complicaciones. Algunos evolucionan de mal manera. Es lamentable, pero a veces son tantos los factores en juego, que escapa de nuestras manos”

El interno sabía que su pronóstico era dudoso. También había visto como salían los “sobrevivientes”: Desnutridos, deliriosos, muchas veces con secuelas a permanencia. Pero eso fue una verdad que guardó bajo su postura segura.

– “Haga lo que tenga que hacer doctor… mi mariposa y yo haremos lo que sea por salir de esta… lo necesitamos. Espero que ustedes puedan hacer lo mismo”

  • – “¿Por qué lo necesita? Si es que puedo preguntar”
  • – “Por la Espe, mi hija. Sabe que este año se recibe como educadora de párvulo… Ni su mama ni yo nunca tuvimos un título… y nuestra hija universitaria ¿Se imagina lo orgullosos que estábamos cuando supimos?”
  • – “Don Antonio…” intentó decir el interno.

– “La Ivonne era la más feliz… Se quedaba hasta tarde con la Espe, preparando los materiales… y ahí copucheaban y reían… Por eso, cuando mi mariposa quiso apagarse… yo le dije que se levantara, que teníamos que mantener la fuerza… Y aunque la Ivonne no pudiera estar para cuando su hija se recibiera, si tendría a su papa orgulloso… siempre orgulloso.”

El interno se quedó en silencio. Sintió como se le anudó la garganta, al punto de no poder hablar. Se dio cuenta que la situación lo superaba, y que tendría que pedir ayuda. Estaba a punto de salir, cuando alguien entró a la habitación. Bajo las antiparras, pechera y máscara reconoció la figura de su tutor.

– “Doctor” empozó el interno “He estado hablando con Don Antonio…”

  • – “Esta con un cuadro un poco delirioso ¿Cierto? Algo me comentaron las enfermeras ¿Dio su consentimiento a recibir intubación y ventilación mecánica?”

– “Si doctor, pero creo que…”

El médico lo ignoró mientras se dirigía al paciente:

– “Don Antonio, tengo entendido que se comunicó con mi colega. Imagino que él le explicó en lo que consiste el proceso ¿Sí? Perfecto. Además, necesitamos coordinar con algún familiar o conocido de usted, para ir informándolo de su estado, evolución y eventuales necesidades ¿Se lo puede entregar a mi colega? Estamos listos entonces.” Se dirigió al interno “Creo que no tenemos nada más pendiente con él, iré a revisar al paciente de la 503-1”

El Doctor se dirigió a la salida, rasgando su pechera y botándola en el basurero al lado de la puerta antes de salir.

– “Doctor, si quiere le doy el número de mi casa para que hable con mi hija, la Espe… No se hace cuanto que no hablo con ella… si se pudiera, me podría conseguir un teléfono para decirle unas palabras, como para despedirme… en caso que las cosas, usted sabe, no resultan como queremos”

El interno sentía el calor subir por su cara, con el sudor frío acumulándose en su frente y en su pecho. Estuvo paralizado por el miedo. En ese momento quería salir corriendo.

– “Lamento mucho tener que informarle esto así, Don Antonio, pero su hija falleció hace un par de días…”

Fue todo un desastre. Nada como le habían enseñado, ni como lo habían preparado en sus años de alumno. Fue solo un tumulto de palabras incómodas, explicaciones a medio dar, disculpas sobre disculpas, un desorden. Y mientras más hablaba, más se apagaba la luz en el rostro de Don Antonio. Su voz se tornó más plana y seca. Su mirada fría, fija en planos lejanos del pensamiento, fuera de toda realidad. Pronto no hubo más que decir.

– “Algo más que podría hacer por usted, Don Antonio” su voz temblaba.

  • – “Me podría abrir las cortinas de la ventana, me gustaría tener la posibilidad de ver hacia afuera en los últimos momentos” Dijo, con sus frases entrecortadas por las pausas para tragar bocanadas de aire.

– “Por supuesto”

Abrió las cortinas. Era un día gris, horrible. La vista de su ventana daba hacia la calle y sus vendedores. La única vida era la de la hierba que trataba de sobresalir entre las grietas del cemento, en una lucha inútil.

Al salir de la habitación tuvo que encerrarse unos momentos en el baño. Se sentía frustrado, con culpa. No entendía ¿Por qué lo afectaba a él? Una vez terminado el día él podría dejar todo el desagrado atrás, sacárselo y tirarlo a la basura, al igual que las pecheras plásticas que se usaban para entrar a las habitaciones de los pacientes. No significaba nada para él. Podría volver a su casa, seguro, lejos, protegido ¿Cómo no sentir culpa por la angustia que lo invadía? Él no era el centro del problema, solo era un emisario, un funcionario. No se trataba de él, eran otros los que sufrían de las consecuencias devastadoras del virus ¿Era acaso un sentimiento egocentrista? Trató de respirar profundo y mojarse la cara. No había justicia en nada de lo que ocurría, pensó.

Fue a la cafetería a comprarse un café. Sentía la necesidad de despejarse. Se encontraba en camino, cuando un pito resonó por los pasillos. Lo reconoció, venía del sistema de parlantes, el que indicaba los anuncios del hospital.

– “Atención. Clave azul, quinto piso, pieza 502. Clave azul, quinto piso, pieza 502”

Su mente se paralizó. Clave azul indicaba que algún paciente había perdido el conocimiento, o incluso peor. Dio media vuelta e inició la carrera hacia la pieza que hace unos minutos había abandonado.

Cuando llegó estaba la puerta abierta. El carro de paro cardio-respiratorio se encontraba en la mitad de la puerta, con el material desparramado. Un técnico con la pechera sin abrochar y los guantes mal puestos corría frenéticamente desde el carro a la cama de Don Antonio, llevando los elementos de monitorización. Había una enfermera completamente equipada al lado del cuerpo de Don Antonio. Al verlo le gritó:

– “¡¡Doctor, necesitamos su ayuda, el paciente está en paro!!

El interno se colocó los elementos de protección lo más rápido que pudo. Estaba seguro que lo había hecho mal, que no había seguido los pasos. Llegó al lado del paciente y miró a la enfermera asustado.

– “Empiece con las compresiones doctor”

Tenía razón. El interno se colocó al lado derecho, puso su mano izquierda por sobre la derecha, y empezó a comprimir rítmicamente el pecho descubierto, que solo hace algunos segundos hacía esfuerzos por mover aire. No supo si la enfermera le habló después de eso. Sentía que su visión se centraba solamente en el pecho de Don Antonio, como si lo hubiera estado viendo desde dentro de un túnel, que tampoco permitía la llegada los sonidos del exterior. “14, 15, 16…” Su mente se centraba en su única tarea.

De pronto sintió una mano que lo tomó por el brazo y lo movió determinado hacia un lado. Otra persona tomó su lugar, mientras un segundo se podía a la cabecera y acomodaba la cabeza del paciente. Estaban todos con sus pecheras, máscaras de respiración, protección fascial completa, pero pudo reconocer que era el equipo de cuidados intensivos, que por protocolo respondían a todos los paros cardio-respiratorios. Eran, además, los más experimentados.

El anestesista a cargo procedió a intubar al paciente, mientras su equipo se encargaba de las compresiones y el uso de drogas para la reanimación. Tomo el tubo con su mano derecha, mientras con el laringoscopio elevaba la mandíbula, para visualizar la tráquea del paciente. Introdujo el tubo con determinación, e iba a proceder a conectarlo a la bolsa de resucitación, pero se paralizó. Miles de figuras empezaron a salir por el tubo, llenando la habitación. La enfermera gritó en pánico, mientras todos retrocedían, chocando y tropezando. Las figuras dieron vueltas en el aire, buscaron acercarse a las ampolletas y se posaron sobre las ventanas.

– ¡Son polillas está lleno de polillas! Alguien gritó.

El interno miraba horrorizado desde el suelo, al frente de la cama de Don Antonio. Vio como el equipo de reanimación se alejó con asco; como la enfermera trataba de recoger unos cuantos materiales en el suelo, antes de escapar y como el vecino de la cama de al lado había desconectado su oxígeno, para buscar refugio en el baño. Solo quedó el, razón por la cual fue el único en presenciar como salió la última figura del tubo. Pero esta no era como las anteriores. Era amarilla y luminosa. Voló con un aleteo débil, para caer en el suelo, a un metro de él. Se acercó y presenció a la mariposa dorada, brillante como un sol, que moría en el suelo.

Al rato el piso se llenó de gente, todos querían ver el asombroso suceso que había ocurrido. Se tuvo que cerrar toda el ala, pues había una plaga de insectos sueltos, de los cuales no sabían si podían ser contagiosos. Las medidas que siguieron fueron muy estrictas. Todo el personal que estuvo en la habitación tuvo que ser segregada en una pieza aparte, considerados como contaminados. Fueron evaluados, desvestidos y aseados. Todos los pacientes tuvieron que abandonar el ala, lo que significó esfuerzos sobrehumanos, pues la mayoría de las camas del hospital estaban ocupadas. La posibilidad de traslado a otros centros era casi imposible ¿Quién querría aceptar a un paciente que está en riesgo de una infección que produce el crecimiento de insectos en el interior?

Pero como siempre ocurre, las cosas deben rápidamente volver a la normalidad. Siguen habiendo pacientes con necesidades, nuevas emergencias pueden ocurrir a cada rato.

Al interno le habían dado el resto de la tarde libre. Se dirigía hacia la salida, vestido con el traje de pabellón prestado, que le quedaba enorme. En eso se le acercó su tutor:

– “Es verdaderamente impresionante este caso, la verdad que lo es. Par mañana necesito que recopiles toda la historia clínica del paciente, todas las imágenes y todo examen de laboratorio. Además, necesito que consigas una biopsia pulmonar, para ver si hay presencia de larvas ¿Supo que era el insecto?”

– “No doctor” dijo lúgubremente el interno

“Ascalapha Odorata” pronunció con un aire orgulloso “Puede que sea el primer caso en el mundo. Este caso tenemos que presentarlo nosotros, será nuestro descubrimiento médico”

– “Bueno doctor”

– “Necesito que revises la literatura. Busca todo lo que puedas en invasión parasitaria por larvas de lepidópteros”

– “Lo haré doctor”.

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