Te miraba, desde aquel pórtico de nuestra casa, te miraba, sumida en tu mundo de personajes, letras y lugares extraordinarios que inventabas, ¡Dios! Eras tan hermosa, el como mirabas las hojas y movías la pluma con desesperación, esperando que surgieran las ideas como la tierra fértil espera a la semilla.

Te miraba y el pórtico es testigo de que te miraba. Mirarte era lo que más disfrutaba, el verte tranquila leyendo en aquel viejo y desgastado sofá, devorando libro tras libro que te traía cada vez que llegaba a casa. 

Aquel pórtico era mi lugar favorito cuando tus amigas nos visitaban, te veía tan libre, tan tú, el sonido de sus risas era una bella melodía para mí. Yo te miraba y el pórtico era testigo del inmenso amor que te tenía. 

Pero el pórtico se hizo viejo, la luna tiño tus cabellos de un plateado tan intenso que parecían tener a la misma luna sobre ellos y el brillo de las estrellas que iluminaban tu mirada se fue extinguiendo hasta apagarse por completo. Ese día te miraba más que otro, con lágrimas en los ojos, llorando pedía a la noche que te regresará el negro de tu cabello y a otro par de estrellas que fueran el brillo de tu mirada pero no escucharon. 

Salió el sol y con él se alumbraba más tú ausencia, en aquel sillón ya aún más desgastado por los años. Lloraba tu ausencia desde aquel pórtico donde mis días a tu lado eran eternos. Algún día volveré a mirarte y por este pórtico juro que nada podrá hacer que deje de hacerlo como la primera vez que te vi. Hasta entonces querida mía, espera paciente en aquel sillón desgastado, mirando hacia el pórtico, que esté anciano ya roído por el tiempo no tarda en llegar a tu lado.

Con cariño desde el pórtico… Julián

Autor: Ana Belén González Valencia

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