El lápiz se deslizaba sobre el papel, trazando curvas y líneas rectas en una danza precisa. Ella se concentraba en el problema que tenía en frente, ajena al mundo que la rodeaba. De repente, su teléfono sonó, interrumpiendo su concentración. Lo miró con desconfianza, temiendo que fuera una distracción, pero se sorprendió al ver el nombre de alguien que no esperaba. Sintió un cosquilleo de emoción en el estómago mientras respondía, y por un momento las matemáticas quedaron en segundo plano mientras se dejaba llevar por la conversación. Pero cuando colgó, volvió a su problema con una sensación de energía renovada, como si la conexión con alguien más le hubiera dado una nueva perspectiva. Y el lápiz volvió a bailar sobre el lienzo.
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