Trigo negro, muerto

Trigo negro, muerto

Agus a

28/03/2023

En la cumbre todo es más lento. Mi viejo se enferma, come, vomita. Sufre el humo de día y el calor de noche. De mañana mejora un poco, me habla de motos. Se sienta en el zaguán, donde hace fresco y huele más a flores. Sino el humo nos termina volviendo locos.

Acá la gente quema todo. La leña que encontramos en el camino, los papeles, las hojas secas, el campo. Todo lo que puede arder, arde. El humo es espeso y tóxico, se mete en los pulmones y deja un sabor amargo en la boca. Hay dias donde pienso que nunca se va a disipar.

A veces, cuando el humo es menos denso, subimos un poco más arriba. Desde ahí se puede ver todo el valle, las montañas a lo lejos y el cielo, que parece tan cerca. Es como estar en otro mundo, muy lejos de la quema y el humo. Pero no podemos quedarnos mucho tiempo.

Mi viejo se cansa y tiene que volver al zaguán. Ahí seguimos hablando de motos, mientras afuera la gente sigue quemando todo lo que encuentra.

Mi viejo quiere convencerme hace rato. Piensa que un día el fuego nos va agarrar dormidos y que le va a quemar la moto, moto que siempre quiso mejorar. “Viejo, que decirte, no voy a poder comprarte la Harley que tanto querés”, le digo. Mi viejo toma mate y no dice nada. Sus ojos tristes me recuerdan a mi vieja. Me mira como siempre, se pone a pensar. Viejo, yo sé bien de la locura del campo por la noche, se de verte trabajar en tu moto y de correrte, hasta que el rugido del motor se atenúa como el fuego. Y vos sabés bien que a mí no me queda otra.

Me habla de mi madre, me dice que ella siempre soñaba con escapar del campo y de la quema. Quería viajar a la ciudad, conocer el mar y ver las luces brillantes de la ciudad. Pero nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Se casó joven, me tuvo a mí. Luego se enfermó y murió antes de poder cumplir su sueño.

Él siempre me dice que mi madre era una luz en medio de la oscuridad. Que su amor y su bondad nos mantienen a él y a mí en pie, incluso en los momentos más difíciles. Yo no recuerdo mucho de mi madre, ya que murió cuando yo era muy chiquito, pero las palabras de mi viejo me hacen sentir su presencia a mi lado.

Pasa el tiempo y todavía me lo recuerda. Hoy es octubre, papá. Mis pulmones ya no dan abasto. Subo todas mis cosas al morral, cierro la puerta. Mi viejo me mira y me da una manzana para el viaje. Luego se aferra al manillar. Va a extrañar más a la moto, pienso. Pero me doy vuelta y lo veo moqueando. El humo le seca las lágrimas. “Viejo, no llores” le digo. Y el viejo deja de llorar. Luego me habla de mamá y de algo que ella solía decir. Que la vida, que las motos… que son lo único rápido que tenemos. Y claro, qué otra cosa puede esquivar la leña en la ruta y todo eso. Le doy un abrazo a papá y le digo que lo amo, que lo voy a volver a ver, con la Harley y que todo iba a estar bien.

Me subo a la moto ya vencido. Me hace acordar a él, yéndose a trabajar, como yo lo veía. Pero ambos bien sabemos que ya no voy a volver. Acomodo el retrovisor, miro bien la ruta, me alejo de la cumbre. Detrás de mí solo el humo de la moto, nos mueve el viento, a mí y al trigo negro, muerto.

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