La enérgeia y la entelequia según Aristóteles

La enérgeia y la entelequia según Aristóteles

Roberto Berber

27/03/2023

A veces grito. Grito con mucha fuerza, hasta que siento que la garganta se me adormece. Grito hasta que siento el dolor desaparecer. Me pregunto si grito. A veces creo que en fingir se me va la vida.
Hay días en los que el mundo se nos aparece invencible. Con su colosal cuerpo de granito dispuesto a aplastarnos en cuanto demos un paso en la dirección equivocada. Un enemigo imposible de destruir. Esos días me acongojo (tanto que uso palabras raras como «acongojo») y pienso. Pensar es lo que mejor se me da, aunque mis pensamientos no son de los que suelen satisfacer a otras personas. Casi nunca me llega a satisfacer a mi mismo lo que pienso.
Hay días peores.
Existen días en los que no pienso; o que más bien soy incapaz de pensar. En los que el peor enemigo no se esconde en el mundo sino en el espejo, en los ojos del reflejo que parece dispuesto a maldecirme, decepcionado. Los días peores son los días en los que me percato de que soy una mentira, una mentira con más lingüística que dialéctica. Solo lengua, lenguaje, idioma diluido que no va más allá de una idea abstracta. Los días que más odio son los días en los que me percato de que no soy nada, nada de lo que he querido ser. Ocasiones en las que la lengua se me agranda y se enreda pegajosa alrededor del cuerpo. Hace tiempo mi psicóloga, cuando aún era mi psicóloga, dijo que esos pensamientos son reproches nebulosos, incapaces de asirse a la realidad por medio de la lógica. Lo complicado empieza cuando no encuentro argumentos racionales para alejarlos. Porque todo se reduce a acciones absurdas, poco impactantes:

«Publicaré un meme para que vean lo que pienso. Voy a subir una imagen en contra de algo que detesto. Una imagen… Un video… Una canción… Compartir… Mostrar… Mostrarme»…

…y en este acto putamente estúpido de mostrarnos, de querer demostrar que somos, me pierdo, nos perdemos.
Quiero que vean que soy, que se imaginen lo que hago cuando no me miran, lo que he de hacer esas noches que no estoy con ustedes, las noches en las que no publico nada, que se hagan ideas de una vida. Una vida que no me pertenece. Y tengo mil pretextos, como todos, para no hacer de manera activa lo que si hago en la fantasía virtual. Mis excusas son buenas, pero no tan buenas para distraer al juez del espejo. Pienso, es lo que mejor se me da, aunque a las personas no les guste que piense tanto, aunque digan que la vida se me va pensando. Pienso, decía, que es una manera de alcanzar la perfección por medios simulados. Una perfección simulada, perfecta para simular un alma perfecta. A quien le importa lo que eres si todos están maravillados por lo que pareces. Y caes en la trampa; te ha pasado.
Y mueres. Mueres en el mal sentido. En el sentido en que el absurdo se te introduce por la boca y mata tu espíritu rendido, encadenado a la mentira.
Pero morir en el mal sentido se parece mucho a morir en el buen sentido. Una muerte que es dolorosa y permea cada una de las ideas de tu cerebro. No existe morir en el mal sentido, solo la muerte amoral y despiadada que puede arrastrarnos a los confines más oscuros. Tú decides si la muerte te cesa. A mí no lo hace. Desde la muerte renazco; miro desde la oscuridad de mis oscuridades, me observo. Un observador observando. El mundo no es invencible. A veces necesitas morir para saber ver las cosas desde otra perspectiva. A veces pareciera que necesitas morir para entender(te).
La muerte es cambio. De las cenizas de lo muerto renace una vida similar. Sólo hay que matar al mundo. No quieras matar gigantes, envenénalos de a poco.


Nuevamente gracias por tomarte el tiempo de leerme. Si te gusta mi trabajo puedes leer un cuento que acabo de publicar en mi blog en este link: bit.ly/3z9A9wr.

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