El rincón del obi

Sentada en el futón, con el pelo aún mojado y envuelta en la toalla, Natsukira intentaba pescar con los palillos un trozo de tofu que se escondía entre el resto de ingredientes de la sopa miso. Mientras, Sakuo esperaba impaciente la llegada de Arekkusu.

Sakuo tenía ciento ochenta años como poco, bueno quizá unos cuantos menos, pero era muy posible que rondase los cien. Conservaba casi toda la mata de pelo, ya blanco, que le ha acompañado durante todos estos años. Su cara, apenas arrugada, mostraba un color muy saludable. Al ser bajito y delgado se desenvolvía bien con las tareas domésticas, aún así ya no hacía más de cuatro cosas, Arekkusu se encargaba del resto. A él le confiaba los trabajos más duros de limpieza, o los que requerían estar mucho de pie, así como la atención a los clientes del taller de costura de Natsukira. Lo único que no le gustaba del joven era la fama que le precedía. Le había llegado a sus oídos que, era un seductor, un hombre que engatusaba a las mujeres con su indiscutible belleza y su verborrea de japonés culto y entregado a las letras. Era un hombre alto, no demasiado pero muy proporcionado, ojos negros intensos, intensísimos, cejas perfectas, como la nariz y la boca también perfectas. Los labios gruesos y bien dibujados y de ahí para abajo todo riqueza. Sin embargo a Natsukira le parecía un ser pedante y decía que los Haikus que publicaba eran simples y poco interesantes. Que a la muchacha no le gustase Arekkusu era algo que a Sakuo le tranquilizaba.

Cuando la joven terminó el desayuno, se puso ropa cómoda, y salió de casa no sin antes avisar al anciano.

—Abuelo, me voy al centro, no tardaré mucho. Antes de comer estoy aquí, ¿me oyes? —gritó desde la escalera.

—No sé que me estás diciendo Natsukira, ¿quieres acercarte un poco? Ya sabes que estoy sordo como una tapia.

—Te decía que salgo un momento.

—¡Ah hija! Está bien, cuando traigas el pegamento me ayudas con estas fotos.

Con una sonrisa lastimera se acercó al abuelo, se sentó junto a él y observó lo que estaba haciendo.

—¿Estás bien abuelo? —Dijo —Déjame ver ¿Quiénes son?

—¿Cómo dices?

—Las fotos abuelooooo ¿Quiénes son? —gritó a pleno pulmón.

—Tu abuela y yo poco antes de de que ella, en fin… ¡Era tan guapa! En esa foto salíamos de tomar Gachas de arroz del Santuario de Gokonomiya, ¿sabes? El agua con el que se hacen es curativa. Le sentaba bien el Kimono negro con el estampado de flores rojas. ¿No crees? ¿Ves? Ahí, ya se le había caído el pelo, por eso lo cubría con el pañuelo.

—Sí abuelo, era muy guapa, pero tú tampoco estabas mal ¿eh? Oye abuelo ¿y ese hilo rojo que muestra la abuela en la mano?

—¿Qué cojo?

—¡Ay abuelo! ¡El hilo rojo!

—Ah ya, sí, sí. Cosas de tu abuela, ella decía que éramos almas gemelas, que estábamos unidos por el hilo rojo del destino. Así que tiró de un hilo que parecía estar suelto en una de las flores de su kimono y nos hicimos la foto.

—¡Qué bonito abuelo! ¡Uy que tarde es! Me voy que tengo que comprar algunas bobinas que me hacen falta para el taller, dentro un rato vuelvo—dijo dándole un beso en la mejilla.

—Adiós pequeña ve con cuidado ¡Ah y que no se te olvide el pegamento!

—Vale abueloooo —respondió a lo lejos.

Cuando llegó el joven asistente, el anciano le enumeró por orden de importancia los quehaceres del día que previamente había escrito en un papel.

—Arekkuso, primero tienes que prometerme que cuando yo falte te ocuparas de buscarle un buen marido a mi nieta, no me vale cualquier joven, tiene que ser alguien con carácter, ya sabes que Natsukira tiene un genio…

—Pero Sr. Sakuo, no sé si yo…

—¿Cómo dices? No te escucho, aunque si es para quejarte, prefiero no hacerlo.

—De acuerdo, no se preocupe, buscaré un marido bueno para su nieta —aceptó levantando mucho la voz.

—Segundo, tienes que ayudar a la niña a colocar el taller. Ha llegado el pedido de las telas de los Obis y aún no las ha puesto en su sitio.

—Muy bien, esperaré a que venga Natsukira para que me diga cómo quiere que coloque la mercancía.

—Y tercero, tienes que contratarme mi funeral. Algo sencillo.

—¿Su funeral? —preguntó sorprendido.

—Sí mi funeral, creo que ya tengo una edad para pensar en eso ¿no crees?

—Pero Sr. Sakuo, si está hecho un chaval.

—¿Qué te viene mal? Claro, los funerales no vienen bien a nadie, pero sobre todo al que se muere —rio Sakuo.

Arekkuso, obedeció a las propuestas del anciano y comenzó buscando un marido a Natsukira. Descartó a los mayores de treinta, a los arrogantes, a los poco inteligentes y a los incautos. Le quedaron cuatro de la lista de nombres que había elegido. Tachó tres que consideraba poco atractivos y se quedó con un solo nombre. A continuación buscó en el ordenador empresas encargadas de oficiar un funeral y solicitó por correo electrónico varios presupuestos. Mientras que lo hacía pensaba en la forma de engatusar a la chica con sus encantos: «Será coser y cantar».

Era casi mediodía cuando Natsukira llamó a la puerta.

—Hola Arekkuso, tengo las llaves en el bolsillo y no podía abrir —saludó la joven sujetando un montón de cajas con las manos.

—Hola, déjame que te ayude, ¡qué cargada vienes!

—Eres muy amable, pero yo puedo, gracias.

—Anda trae, que estarás agotada —insistió.

—¡Qué te he dicho que no! —gritó Natsukira apartando las cajas de la vista del asistente.

Del movimiento tan brusco que la muchacha ejercitó al retirar la mercancía de las manos del joven, una de las cajas se cayó, desperdigándose todas las bobinas por el suelo. Una de ellas, la de color rojo rodó hasta toparse con los pies de Arekussu. Ambos acudieron al mismo tiempo a recoger el hilo, ambos se miraron a los ojos y ambos salieron corriendo cuando un fuerte golpe se escuchó en la habitación de Sakuo.

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