Llévame a la siembra papá

Llévame a la siembra papá

A las cinco de la mañana Doña Alfonsina preparaba una docena de burritos, casi todos de frijoles con queso y otros poquitos de chile colorado, también calentaba agua para hacer café en el termo grande; su hijo Humberto y su nieto “Lalín” como le decían de cariño, irían a la siembra de frijol. Luego de terminar con el lonche fue a despertar al niño para darle desayuno, Humberto ya estaba afuera intentando prender su destartalado tractor.

Después de desayunar y cambiarse, Lalín salió medio dormido de la casa, su abuelita le dio un beso y le entregó la comida para él y su papá. Era un niño vago, correlón y de rodillas siempre raspadas, subía a los árboles como un chango y nadaba en el arroyo como rana. Era los ojos de su abuela y esa mañana entre los burritos le puso como sorpresa unas empanadas de calabaza.

Lalín subió al lado a su papá, en el guardafangos trasero, donde solía subirse y Doña Alfonsina después de darles su bendición entró y empezó sus labores hogareñas, tenía mucha ropa que lavar. La siembra de Humberto estaba a 30 minutos de su casa, pero del pueblo salían en cinco, era un pueblo pequeño, 10 casitas, una iglesia y una escuela que solo tenía hasta tercer grado; era una vida apacible, pero de mucho esfuerzo.

El viaje empezó, ese año se esperaban buenas aguas, así que Humberto tenía fe de solventar la deuda que tenía con Don Miguel por las hectáreas que le compró cerca del presón; en su camino pensaba en eso y en el marranito que le mataron los coyotes la semana anterior, mientras que su hijo intentaba mantenerse despierto con el lento avanzar del tractor.

Cruzaron por la casa de Doña Conchita, que muy madrugadora barría la polvosa calle frente a su casa, la saludaron con un “buenos días” y ella contesto con una sonrisa complaciente a los dos, mas delante allí por la galera del señor Flores unos perros flacos y roñosos salieron al paso ladrando a las llantas, esto despertó un poco a Lalín, pero tan pronto como los chuchos se aburrieron y se alejaron, el niño empezó a bostezar y cabecear un poco.

Al salir del pueblo tenían que tomar el camino que rodeaba el cerro del zopilote, ya nadie sabía por qué le decían así, pero en esta ocasión para ahorrar tiempo Humberto decidió cruzar el camino del arroyo; el agua no corría, pero tenía algunos charcos hondos con lama, el tractor pasó sin problemas pero con algunos saltos y salpicando agua, mientras que su conductor seguía ido en sus pensamientos; las hectáreas que debía, el marranito muerto, aquel cerco que le tiraron la vacas y las tan esperadas lluvias.

En tranquilidad transcurrió el resto del camino hasta llegar a su destino. Al llegar, listo para trabajar Humberto se detuvo para bajar y abrir la puerta del cerco de púas, en eso cayo en cuenta de la ausencia de Lalín, no estaba en el tractor, gritó su nombre muy fuerte y reviso en los alrededores, luego un pensamiento aterrador pasó por su cabeza. Rápidamente subió a su máquina y con toda la velocidad que daba regresó por el mismo trayecto; a lo lejos del arroyo sus ojos le dieron respuesta a su mayor temor.

Lalín cayó bajo las ruedas.

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