Considero que la fe y lo espiritual son caminos que deben afrontarse de forma individual, pero en mi caso he sido influenciado por otros en ese ámbito. Primero fue mi madre quien me introdujo al cristianismo, por eso desde niño he tenido contacto con esa religión.
Sin embargo, al llegar a la adolescencia decidí cambiar de ambiente. En esos años, mi postura frente al mundo fue la de un ateo nostálgico. Así es como años más tarde definía lo que para mí significaba ser agnóstico. Aunque me hubiese gustado creer en Dios, a veces no me lo permitía porque quería lograr todo por mí mismo y no gracias a un don divino. Pero como era consciente de que nunca fui omnipotente, me sobraba un residuo de esperanza e ilusión para contrarrestar cualquier revés de la vida. Esta nueva posición me ha servido también en mi formación filosófica, para así abrirme a diversas fuentes y no caer sesgado o adoctrinado en una única visión.
Si ahora me preguntaran si creo en Dios, diría que sí. De todas las teorías, me seduce la idea de que toda la realidad es una sustancia llamada Dios, y ella se manifiesta en cada uno de los entes de la naturaleza[1].
Por otro lado, en los últimos años he conocido personas que me han compartido su forma de pensar a Dios. Una de ellas estaba especialmente implicada en que yo lo descubriera verdaderamente. Por mi parte, si bien he escuchado hablar de Jesús de Nazareth, no había estimado investigar sobre él. Pero infiero que esa es una posibilidad de conocer realmente a Dios, ya que según el cristianismo, Jesús es el camino que conduce a Dios[2]. Por esto frecuentemente he escuchado la pregunta: “¿Te gustaría aceptar a Jesús en tu corazón?” Aunque creo que a mí no me lo han preguntado directamente, a ello respondería con otras interrogantes. De acuerdo al espíritu agnóstico y propio de la filosofía que aún vive en mí, preguntaría: ¿por qué no aceptarlo? ¿Para qué tengo que aceptar a Jesús para creer en Dios? ¿Qué me impediría aceptar a Jesús?
Jesús fue irreverente para lo que la sociedad dictaba, porque su amor por la vida iba en contra de las rígidas normas que los fariseos le atribuían a Dios. Sin embargo, esa ley se reducía a pura religiosidad. Con el tiempo aquella doctrina absorbió y exaltó el nombre de Jesús, pero con intenciones distintas a lo que él predicaba. Por ello, algo que no aceptaría de las lecciones escritas sobre Jesús, son lo cerradas que pueden ser algunas de sus interpretaciones. No obstante, para responder primero a mis preguntas, veo correcto indagar en esas enseñanzas registradas en la Biblia.
“El que tenga oídos para oír que escuche”[3]“Dichosos los ojos de ustedes que ven, dichosos los oídos de ustedes que oyen”.[4]Precisamente por mi interés en entender estos problemas, me llama la atención el énfasis sobre los sentidos de la vista y el oído. Se refiere a una disposición abierta de parte del sujeto, ante la información que recibe de la palabra de Dios[5].
Me parece relevante analizar el poder de ver, puesto que casi todos los medios de percepción requieren sólo del individuo y el objeto cognoscible. La única que necesita un factor adicional es la visión. Ese tercer elemento es la luz, ya que sin ella los colores del objeto serían invisibles, y por tanto, no habría forma de verlo[6]. Para Platón la generación de luz es el Sol, este representa la forma del bien en el mundo inteligible. En este sentido, Jesús dijo: “Si tu fuente de luz se ha oscurecido, cuánto más tenebrosas serán tus tinieblas”[7]. Esta luz a la que se refiere Jesús, es la voz de Dios, pues según el Génesis[8]la luz se creó por obra y voluntad de Dios.
De acuerdo con estos argumentos, podrían haber dos hipótesis: o Dios es lo bueno mismo y sería lo que Platón representó cómo el sol; o Dios es anterior y está por encima de la idea del bien. Esta última opción es la que tiene más lógica si se siguen las escrituras bíblicas, ya que sin el Dios creador no habría ninguna estrella que brille sobre la tierra.
De cualquier forma, el bien sería consecuencia de Dios. Si Jesús fue una representación de Dios en el mundo sensible, ¿por qué no aceptar a Jesús? ¿Quien no querría el bien para sí mismo? Sócrates pensaba que nadie quiere conscientemente el mal para sí, solo lo apetecen quienes ignoran que no es beneficioso.[9] Del mismo modo, aquellos que sienten algo, no pueden mentirse a sí mismos sobre sus sentimientos, en tal caso sólo estarían confundidos.
En este sentido, Jesús decía que: “Si nuestros ojos están sanos, todo el cuerpo tendrá iluminación”.[10] Cuando hablaba de una mirada saludable, se refería a una visión dirigida a Dios, y al mismo tiempo, a la forma del bien. Platón señaló que una vez se llega a esta idea, es necesario volver transitar en el ámbito sensible, para así iluminar lo que carece de luz, puesto que él expuso que en este espacio abundan las sombras[11]. Por esto Jesús afirmó que los ojos son la lámpara del cuerpo, y si los ojos están malos, todo el cuerpo estará en obscuridad. [12]
René Descartes explica por qué Jesús y Platón coincidieron en que el mundo sensible y sobre todo el cuerpo, son lugares oscuros. El dualismo de Descartes hace una separación entre mente y corporalidad, porque sus reflexiones sostienen que las voluntades del alma son distintas a las del cuerpo, y de la estrecha relación que hay entre estas substancias, se producen percepciones confusas.
Parece que Jesús iba en la misma línea en cuanto a esa división, porque parte de su misión era la salvación de las almas. La preocupación que sentía por el cuerpo fue menor a la que estimaba del alma, consideraba que es mejor entrar tuerto y manco a la vida eterna, que ir al infierno con partes del cuerpo que hacen el mal[13].
No obstante, a cualquiera que leyera a Descartes, le resultaría extraño que justo después de explicar la oposición alma y cuerpo, también admitiera que estos son inseparables en un cierto modo. Sin embargo, no especificó la manera en la que se da esa interacción, más allá de decir que la pineal lleva la dirección. Por el contrario, Spinoza pensaba que la mente en es un resultado del cuerpo, no habría mente sin cuerpo y no habría sentimientos sin las reacciones del cuerpo. Por eso primero se existe y luego se piensa, lo cual ataca la premisa más importante de la filosofía de Descartes sobre la que construyó su pensamiento.
Spinoza superó ese problema, pero para ello sacrificó la idea de la escisión entre cuerpo y alma. Si bien aceptó que ellos son distinguibles, también aclaró que son atributos de la misma entidad, ya que ambos fueron creados por la manifestación de Dios en la naturaleza. Este argumento es fundamental por la idea de unidad total de la sustancia como principio de generación.
¿Cómo quedarían las lecciones de Jesús con la formulación de Spinoza? Me parece que la religión cristiana comprende que lo terrenal no le corresponde al mundo espiritual. Ellos persiguen el “reino de los cielos”, un lugar que no es de este mundo[14]. Creo que esta es una idea con la que yo no podría comulgar, me parece demasiado idealista y separada de la realidad, pues a los cristianos se le exhorta que sean tan perfectos como Jesús, lo cual va contra la autenticidad humana.
Si aceptamos que Dios es naturaleza, al ser yo un fragmento de ella, mi organismo es la vía de comunicación inmediata con él. Por esta razón, no considero que las pasiones del alma predominen sobre las del cuerpo, pues aquello que de él percibo, me es esencial para cumplir las intenciones de Dios. Esta voluntad se resume en el concepto de conatus: perseverar en el ser. Consiste en que todo ente que no ha pedido existir, aún así, ama la existencia como su más preciado bien. Por esto se aferra a la vida para evitar perderla.
¿De que formas se persiste en la existencia?
Por un lado el conatus es la forma más bella de describir cómo funciona la biología, la lucha de la materia por vivir. Según el diseño que Dios hizo de cada entidad, para cada cual existen unos mecanismos que no pasan por la conciencia. Esto explica las contradicciones que se dan entre algunos instintos y sentimientos. Si bien es cierto que Dios condiciona el modo de ser y de sentir el mundo, eso no quiere decir que estemos atrapados por nuestro cuerpo y no tengamos libertad, ya que somos sujetos con la facultad de pensar y cuestionar.
Precisamente preguntar consiste en indagar para conocer al ente sobre lo que es y a su modo de ser. Así, los humanos tenemos una relación con el ser con un cierto grado es explicitud que no tienen otros seres, pues se nos ha dotado con la potencialidad de definirnos y comprender nuestra propia realidad. Una persona con estas capacidades, tiene una gran reacción de libertad consigo mismo. Por esa razón, aunque exista un diseño o estructura del mundo que nos condiciona, no nos puede determinar otra cosa que nosotros mismos.
Esta libertad tiene una gran relación con la idea de sentir el control y la seguridad sobre nosotros mismos. La cuestión está en que esa confianza se puede quebrantar incluso por aquellos a quienes amamos. La metáfora del pecho bueno y malo lo ejemplifica certeramente: la sensación de encontrar placer y dolor en una misma persona es tan contradictoria como amar y odiar a alguien a la vez. Muchas veces eso genera confusión, especialmente en los primeros años de vida. La angustia del bebé por la desaparición intermitente de su cuidador es algo que sin duda es difícil de procesar. Posteriormente en la adultez esa ansiedad de separación se da en otras relaciones interpersonales, con énfasis en las románticas.
Una de las consecuencias de esto es el apego ansioso. En esta conducta suele perderse aún más la dirección de la propia vida por fijarla en otros. La respuesta que comúnmente se escucha contra eso es el amor propio, sin embargo, este es el extremo del otro apego:el evitatívo. Aquí se prioriza la opinión subjetiva del individuo sobre sus deseos, mientras que se descarta la objetividad de toda una comunidad. Lo que pensaban que sería el remedio parece ser todavía más grave, ya que ese aislamiento puede producir más inseguridad. Por ello se habla de un apego seguro pero este creo que realmente no llega darse principalmente porque los padres no son perfectos en su obrar, con excepción de aquel que ha creado todo. Con frecuencia decimos que la naturaleza esa sabía, y también se oye que los tiempos de Dios son perfectos. Esta es la clave por la que solemos recurrir a un tercer agente que intervenga en nuestra vida. Al reconocer que ante una determinada situación no podemos tener el control, entonces respondemos: «que pase lo que tenga que pasar» como si fuese un azar del destino. Pero el Dios del que se hace referencia aquí no es azaroso; con él su voluntad está escrita y predestinada. Sería como el compositor de una gran sinfonía en la que no hay notas ni ritmos por casualidad. De la misma forma que la interpretación del improvisador tiene sentido y coherencia porque ha sido dotado por el logos y la razón de un Dios lógico.
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