De cuando los números se amaron entre sí.
Los números en la época del filósofo Pitágoras, tenían vida propia. Demás está decir, que toda vida es contradictoria y perfectible.
Mi historia empieza cuando Uno (1) se autotituló dueño del sistema numérico. Se sentía el primero, el fundador, el comienzo; a partir de Uno todo se contaba. Uno más Dos, Uno más Tres, … Algo así como el iniciador del conjunto infinito:
N = {1, 2, 3, 4, 5,…}
No existía el Cero (0), y el número Uno se proclamó el rey de las cifras.
Hasta pretendió ser el Dios de los números, pues todos los demás surgieron a partir del concepto de Uno.
Sucedió entonces, que mientras Pitágoras dormía una siesta, Dos le hizo una visita al “pedante” de Uno.
La visita tenía un objetivo oscuro, detrás de la propuesta inocente, había una trampa.
Dos quería aliarse con Uno, realizar un pacto de cifras. Dos le dijo a Uno:
“De ahora en lo adelante tú serás mi segundo, seremos Dos y Uno, (21)”.
Y le explicó que ambos aumentarían su poder, serían un guarismo indestructible.
Pero Uno lo miró dubitativo, lo recorrió con su vista de una sola vez, y de manera enérgica, le dijo:
“No estoy de acuerdo”.
Uno pensó que ser el segundo no era su destino. —En todo caso la alianza seria al revés, Uno y Dos. (12) —. Una cifra menor, pero con Uno a la cabeza.
Además, —agregó—, seríamos los creadores de la docena.
Era imposible para UNO creer en un estado dónde el no fuera el primero. Podría por razones de cálculo, como les había enseñado Pitágoras, quedar al lado derecho o izquierdo de otro número, modificar su unicidad, pero sin perder jamás su estado de primero. Uno se sentía la unidad por naturaleza.
Dos, no lo perdonó. Se marchó, se fue maldiciéndolo, pues Dos no resistía ser un segundón, su envidia lo llevó a decir una verdad. Él era un número Primo.
— El único número par primo, soy yo.
Dos sabía, quizás porque su maestro Pitágoras se lo había enseñado: Qué por definición “un número primo tiene 2 divisores y el número 1 no cumple este requisito, porque posee solo un divisor (el 1, se divide por sí mismo)”.
Dos esperó con paciencia infinita. Su oportunidad llegaría, —repetía—, “un día sería más fuerte que Uno”, y esta idea lo motivaba y lo mantenía alejado, incluso de los otros dígitos; que sabiendo de las maldades en la mente de Dos, nunca se pronunciaron al respecto.
Los demás número siguieron siendo fiel al papel que les toco jugar en el juego difícil de las matemáticas. No es que estuvieran de acuerdo con Uno y su visión de divinidad; pero Uno sin saberlo, había mantenido el balance requerido en el sistema.
Un día cualquiera del siglo IV al XIII, en abril o junio, nadie lo sabe; unos sabios indios dieron a luz a Cero (0). Un simple símbolo aumentó la capacidad de las matemáticas a realizar operaciones con números tan grandes como quisiesen. Y Cero, no era una simple cifra con la que se completó el sistema numérico posicional, sino que se hizo en un número independiente y con entidad propia.
Dos estaba eufórico, y creyó hacer un pacto con Cero, y se paseó orondo delante de Uno, con tres Ceros a su derecha (2000). La casa de Uno se vio invadida por aquel Dos y sus tres Ceros.
Dos estaba radiante, era 1999 veces superior a Uno.
Uno, impresionado al principio, se robó algunos Ceros, y hasta suspiró aliviado. Se vistió con ellos, lo más probable que fuera aconsejado por otras cifras, y se mostró delante de Dos con estos números: 149.597.870.700
Se fue a la calle, a la casa del Dos, y se pavoneó en su cara, acompañado de sus números electos. Iba pregonando la distancia entre la Tierra y el Sol, medida en metros.
Dos se remordió, se acuclilló de súbito por impotencia, se aferró a la idea de llenarse de Ceros, de superar a Uno de una vez por todas. Pitágoras había muerto. Los números lo extrañaban. Había discordia entre ellos.
Fue cuando Dos, iluminado quizás por su maestro, y Uno, avergonzado de sus ínfulas de dios, se consideraron tontos.
Uno abrazó a Dos, Dos abrazó a Uno, y hasta hicieron chistes con la aparición de los Ceros. Uno y Dos dejaron sus petulantes formas de actuar, y declararon a los Ceros sus hijos.
Así cuentan, llegó el amor a los números.
Pero ahora los números esperan ansiosos, que el amor llegue a los seres humanos.
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