Hija de la Sociedad

Hija de la Sociedad

Sandra Vidal

16/03/2018

El llanto incesante de mi hermano me despertó. En medio de la oscuridad, llamé a mi mamá pero ella no respondió, pude comprobar que solo estábamos sobre el colchón él y yo. A dónde habría ido mamá pensaba, mientras mi hermano seguía llorando. Vi sobre la mesa una jarra plástica conteniendo un poco de té, revise la cocina para ver si encontraba algún recipiente limpio para darle de beber a mi hermano y así se calmara, pero mi búsqueda fue en vano, todo estaba sucio como siempre. No me quedo otra opción que coger la jarra y colocar el pico en la boca de mi hermano para que se entretenga tomando algo de líquido. Tenía siete años y mi hermanito dos, estábamos solos. Mi mamá no regreso desde la noche anterior que me había dicho que iba a ir a comprar unas cositas. Esa primera vez lloré mucho sentada en un rincón de la casa, tenía miedo de que mi mamá nunca regresara. Luego aprendí que cuando mamá decía que iba a salir a comprar por las noches, nos quedaríamos solos uno o dos días. Era bonita y joven, aunque siempre repetía que por nuestra culpa estaba gorda y fea, no la entendía. Solo sabía que a veces regresaba cansada, me daba dinero y me decía: Anda compra comida y lo que se necesite. Yo compraba todo lo que podía, algunas cosas las escondía para que cuando mi mamá no este, poder tener para comer con mi hermanito. Otras veces regresaba con amigos, eso no me gustaba porque nos mandaba a la calle y tenía que estar caminando y caminando con los pies adoloridos por tener que cargar a mi hermano. Después de un tiempo una amiga me enseño que podía sentarme en las esquinas de las calles principales y la gente rica me daría monedas. Así fui creciendo en medio de la incertidumbre, del miedo y de la necesidad. Pocas veces iba a la escuela, no tenía tiempo, pues entre conseguir dinero para comer, y a veces para mi mamá cuando enfermaba, y cuidar el cuarto donde vivía no me quedaba tiempo para estudiar. Cuando regresaba a la escuela no entendía nada de lo que hablaban, incluso los maestros me decían: -Para que vienes no vas a aprender, mejor anda a trabajar que te hace más falta. Pero todo cambio cuando tuve doce años. Msi madre consiguió novio, estaba feliz. El señor llevaba comida a la casa, él logró que tuviéramos luz y hasta un televisor. Por fin dejaría de trabajar, ahora acompañaba a mi hermano a la escuela, estaba atrasada para mi edad pero le iba a echar todas las ganas del mundo para poder ponerme al corriente y aprender. Un día cuando regresaba de la escuela, mi hermanito se quedó jugando futbol en el parque, yo tenía mucha tarea, así que me adelante. Llegue a la casa y mi mamá había salido a comprar, su novio le había dado dinero para que comprara fruta en la central de abastos, eso quedaba lejos. Sentado frente al televisor, me pidió que le alcanzara un vaso con agua. No sé porque pero no me gustó la forma en que me habló y me miró, me daba un poco de temor. Le alcance el agua y al momento en que me retiraba, cogió mi antebrazo y me pego hacia su cuerpo. Trate de zafarme pero no podía, él me presionaba con mucha fuerza, me arrincono contra la pared de tablas y ladrillo de lo que podría decirse era la sala de donde vivía. Me besó por todo el rostro y cuello, mientras yo suplicaba que me dejara. Pero él solo atinaba a decir que me iba a gustar, que ya era hora de que me vuelva mujer… y así fue. Ese día y los subsiguientes no comí, iba a la escuela pero no prestaba atención alguna, solo lloraba. Una maestra antes de retirarse del salón se me acercó a preguntar que es lo que tenía. Entre sollozos le conté lo sucedido. Exaltada llego hasta mi casa para hablar con mi madre, quien escuetamente escucho lo que la maestra le recomendaba. Al retirarse la maestra, mi mamá me miró fijamente y me increpó:-Mira lo que te ha pasado, le sucede a muchas mujeres. Yo pase por algo similar cuando estaba más chica, con un tío. Ya luego te acostumbras, si mi tío no hubiera echo eso, no habría podido estar con tu papá y no habrías nacido. Ahora tenemos comida y otras cosas gracias a mi novio. Seguro ya no lo vuelve hacer, voy hablar con él. Tú más bien no te pongas ropa provocativa y no estés mucho tiempo en la casa para que él no se te acerque.

No entendía nada, según mi mamá ella consentía que su novio me obligara a tener encuentros sexuales a cambio de comida para mi familia, además de que a su entender me estaba preparando para cuando yo tenga que entregarme a un hombre por mi propia voluntad. Si estaba bien entonces porque en la escuela la maestra se sorprendió tanto cuando le conté y fue a reprender a mi madre. En ese momento supe que la gente actúa según interés, colocando a los sentimientos en la basura.

Mi casa se convirtió en el lugar donde solo llegaba a dormir, si es que llegaba, por obvias razones prefería estar lo más alejada que se podía. Entonces sin darme cuenta comencé a vivir en la calle, y fue la calle la que me enseño a vivir. Lo primero que tenía que ver era la forma de conseguir dinero para poder comprar comida. Entonces subí a los autobuses y canté a cambio de monedas. Pero no era fácil, tenía que soportar el mal humor de la gente, a veces las pasadas de manos de algunos, y hasta el repudio de otros.

Cuando cumplí quince años, había dejado la escuela por completo, con la justas sabía leer y escribir pero eso sí había aprendido el valor del dinero y mil y una forma de poder ganarlo, desde lavar carros hasta dormir a hombres incautos que se dejan engañar por unos cuantos besos de una chiquilla. De vez en cuando iba a casa solo para verificar como estaba mi hermano, él era todo para mí. Un día cuando llegue me di con la sorpresa que ya no estaba, se lo habían llevado a un albergue, al parecer el nuevo novio de mi mamá le había pegado tanto que lo había dejado inconsciente, creo que fueron unos vecinos los que denunciaron el hecho y dijeron que no podía quedarse con mi madre. Ella había dejado la casa, para que no la lleven a la comisaría. Por un momento pensé que era lo mejor para mi hermano, por lo menos en ese lugar tendría un sitio decente donde dormir y comer. Mientras tanto yo debía seguir sobreviviendo. Algunas veces quería acabar con mi vida, pero recordaba a mi hermano, al cual reclamaría cuando sea mayor de edad y estaríamos juntos sin problemas. Así que volvía al ruedo.

Ya iba a tener diez y seis años, fue justo el día de mi cumpleaños que conocí a Doña Fabia, pintoresca ella por así decirlo. Me ofreció un cuarto donde vivir con baño incorporado, comida, ropa nueva y cada fin de mes una cantidad de dinero para gastos básicos; pero como nada es gratis en esta vida a cambio debía trabajar para ella en un pequeño bar ubicado en la esquina del terminal de buses de la plaza central. Ahí llegaban los choferes después de su jornada laboral. Ya a esas alturas de la vida, era lo más decente a lo que accedía a cambio de dinero y vivir algo tranquila.

Pasaron un par de años, sin que tuviera que revivir lo sucedido con el novio de mi madre. Aún recuerdo que iba caminando por una de las calles principales de la ciudad, había una multitud escuchando hablar a un señor que se perfilaba como próximo presidente de la nación. Sobrepare al oirlo decir que su plan de gobierno contemplaba acciones que velarían por la seguridad e integridad de niños y adolescentes en situaciones vulnerables, ya no mas niños en la calle expuestos a peligros, ya no más niños vioelentados y con una justicia impune para los agresores, ya no mas niños sin educación. Me fui contenta, esperanzada en que ya no habrían más casos como los míos, ya no habría más dolor. Ese día camine y camine hasta que oscureció, pero tenia que regresar al bar de Doña Fabia, me tocaba turno noche y ahí pagaban más. Estaba ahorrando para poder ir a buscar a mi hermano y comenzar todo de nuevo, tal vez con un presidente nuevo. Al llegar al bar, vi a Doña Fabia ofuscada, entraba y salía de un cuarto. Se aproximó a un viejo regordete y sudoroso y le pidió que sea paciente, pero igual tenía que darle la tarifa. Me asomé a la puerta del cuarto y ví a una chiquilla de unos doce años sentada en un rincón de la cama plegable que Doña Fabia colocaba en los cuartos del bar para que sus clientes se “relajaran”. Estaba llorando, llevaba un vestido floreado de tirantes y unas sandalias. Le pregunte quien era y me dijo que era la sobrina de Doña Fabia, había llegado del interior del país, su mamá la había mandado para que estudiara en la capital y para que trabajara y así ayudarla con sus hermanitos. Y claro Doña Fabia la había puesto a trabajar. Lloraba mucho porque ella no quería ese trabajo, ese hombre la había manoseado y besuqueado por todos lados y a ella no le gusto, el hombre se había molestado y no quería pagarle a Doña Fabia por el mal servicio. Salí de la habitación, me acerque hasta Doña Fabia y el viejo ese y le propuse que en compensación podía jugar un rato con él, que le pague solo la tarifa de la niña y que tenia de cortesía dos horas conmigo. El lujurioso hombre accedió sin pestañear. Doña Fabia sonrió al tener el dinero en su mano.

Esas dos horas soporte el olor a rancio y las gotas de sudor que caían de la frente del obeso viejo sobre mi cuerpo. Tuve que dejar que creyera que era el mejor amante que había tenido y que solo él podía hacerme sentir mujer. Tirado sobre ese pequeño catre y semidesnudo el hombre exhausto estaba más que dormido. Entonces me vestí, cogí mi bolso y saque la lima de mis uñas y sin remordimiento alguno le clave la punta en la yugular, mientras lo hacía recordaba lo sucia que me había sentido cuando el novio de mi mamá me tomo por primera vez a la fuerza y las ganas que tenía en ese momento de matarlo. Escribí sobre su cuerpo con labial: “Esto es para que dejes de meterte con niñas”. Fui hacia el pequeño recinto donde estaba Doña Fabia, aquel lugar donde guardaba el dinero que ganaba con el trabajo de sus chicas como ella solía llamarnos. Estaba sentada y medio dormida, producto de las cervezas que había tomado. Me acerque hacia ella por detrás muy despacio, cada paso que daba, representaba en mi mente a cada una de las palabras que mi madre decía para justificar el accionar de su novio. Tome el cinturón de mi bolso y con él rodee su cuello, y apreté con tanta fuerza como me presionaron a mi contra una sucia pared cuanto tenía doce años. Ella dejo de respirar. Salí al encuentro de la niña que estaba asustada parada en un rincón. Le dije que cogiera sus cosas y nos fuimos hasta el terminal de autobuses, compre dos pasajes hacia la ciudad de donde vino. Llegamos al amanecer, fuimos a su casa y le advertí a su mamá que por nada del mundo la dejara sola, que si volvía a exponerla al peligro, el nuevo presidente se encargaría de sancionarla, pues él había prometido cuidar por los niños. Regrese a la estación de autobuses y mientras esperaba el bus de regreso a la capital me quede dormida. En mi sueño yo era una niña que jugaba con muñecas e iba a la escuela, mi madre me esperaba en casa para almorzar y me llenaba de besos. A lo lejos escuchaba la voz de un hombre que me llamaba. Desperté y me ví rodeada de agentes policiales quienes mediante preguntas corroboraban mi identidad. Regrese a la capital esposada y sin comprender que pasaba, como cuando era niña.

Hoy ya tenemos nuevo presidente, gano el candidato que oí esa vez en la plaza. Todos los días a la hora de almuerzo veo la televisión, esperando pacientemente a que cumpla su promesa de no más niños vulnerados, mientras que el resto de políticos se sacan los trapitos al aire, insultándose y atacándose entre sí. Veo marchas contra la violencia o por alza de sueldos, pero los políticos siguen ocupándose en difamarse uno contra el otro. Y el presidente no da cara, debe estar pensando cómo hacer para poder ayudar a tanto chico en la calle. Veo noticias de niñas y hasta bebés abusadas, y también veo a la gente preocupada por los escándalos de la farándula. Termina la hora de almuerzo, dejo de ver televisión y regreso a mi habitación, cuatro paredes que me acompañaran por unos largos diez años, cumpliendo condena por doble homicidio. Pero tengo la esperanza de que cuando el Presidente se promulgue en favor de los chicos vulnerados me perdone, me dejaran de juzgar, pues solo hice justicia por aquellos niños olvidados por la sociedad.

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