No había terminado de decir la frase, cuando Zhara sabía que ya estaba muerta.

Miró a los ojos de Pateen y sintió que el tiempo se detenía.

Notó que sus pies se clavaban en el suelo y aterrorizada bajó la mirada.

Pateen estaba a ocho pasos de distancia.

Recordó cuando él llegó la primera vez al despacho, apadrinado por una de las mejores clientas del bufete.

Estaban en la sala de juntas y con soltura se presentó ante todos e hizo un resumen de los éxitos que había logrado en el ámbito mercantil. Era alto, moreno y muy atractivo. Irradiaba un magnetismo animal que atraída irremediablemente todas las miradas femeninas. Y él lo sabía y lo utilizaba. Era un seductor y se comportaba con la altanería de un semi-dios.

A los pocos días, el director senior les había puesto al frente de un complicado caso de urbanismo ilegal en la costa y, desde entonces, empezaron a compartir todos las horas de todos los días.

Y pocos días más tarde, ella ya se había enamorado de él.

Desde el primer momento, Pateen, con su carácter abierto y extrovertido le había contado en el “tiempo del café “, sus estudios en la universidad y su inmersión en el mundo empresarial. Con un viejo amigo, de nombre Iosu, había montado una empresa que había funcionado tan bien que no supieron digerir el éxito y se adentraron en una vida perniciosa de lujo, exceso y derroche que les llevó al poco tiempo a la ruina.

Clavados en el suelo sus pies y sus ojos, Zhara notó que él se movía.

Pateen estaba a siete pasos de distancia.

Recordó que habían sido varías las veces en las que Pateen le había referido que, en el lugar donde se había criado, siempre habían dicho que era gay.

-«¿Y por qué dicen eso de ti? – había preguntado ella.

-“Dicen que soy amanerado y cruzo las piernas como las mujeres. Que al bailar encima de las barras de las discotecas me contoneo como cualquiera show girl y que por eso mi grupo de música fetiche es Queen.

-“¿Y eres gay.?”- le había preguntado ella.

-“En mi culo no ha entrado ni entrará nunca ni el pelo de una pluma.”-había contestado él, tajante.

Clavados en el suelo sus pies y sus ojos, Zhara notó que él se movía.

Pateen estaba a seis pasos de distancia.

Y recordó que habían sido muchas veces más las que Pateen se había quejado de la traición de los amigos. Recordó las numerosas ocasiones que le había contado, con decepción y resentimiento, lo mal que se había portado con él, Iosu, su viejo amigo y socio. Pateen le explicó que Iosu era un enamoradizo que iba fracasando en cada relación sentimental que iniciaba y que, después de cada fracaso Iosu siempre volvía él para que Pateen le ayudara a curar sus heridas. Sin embargo, después del último divorcio de su tercera esposa y de haberse ocupado de él durante más de dos años, Iosu lo había echado de su vida cuando encontró a una golfa en una discoteca de la que se pilló como un colegial.

Zhara recordó que la primera vez que se lo había contado, no había terminado de entender que podía haber motivado un comportamiento tan radical. Y Pateen, sin dar detalles, sólo había dicho que Iosu se había dejado influenciar por su nueva esposa a la que no caía bien. Se lo había vuelto a contar varias veces más y siempre con un rencor que dejaba ver lo mucho que le había dolido, y le seguía doliendo, que Iosu lo hubiera excluido de su vida. Zhara creyó percibir en su sentido lamento, despecho, pero lo había descartado sin darle mayor importancia.

Clavados sus pies y sus ojos en el suelo, Zhara notó que él se movía.

Pateen estaba a cinco pasos de distancia.

Recordó las veces que le había contado, jactándose, de cómo disfrutaba rechazando las peticiones sexuales que las mujeres constantemente le hacían. Que no habían sido pocas las veces que había tenido que apagar el teléfono para escapar del acoso de las mujeres. Que ya había probado todo y que ya podía morirse tranquilo porque había obtenido de la vida todo lo que se podía conseguir de ella.

Zhara recordó que había tenido el impulso de contestarle que discrepaba, que según entendía ella la vida, a Pateen le faltaba por experimentar lo más importante, le faltaba vivir un amor correspondido.

Zhara, de todas las confidencias de Pateen, había concluido que lo único que guiaba sus actos era obtener el placer salvaje y violento de un sexo vacío y rápido con cualquier mujer que se cruzara en su camino, mujeres que se le iban ofreciendo en sus largos fines de semana de fiesta y promiscuidad regados de alcohol, drogas y depravación.

Clavados en el suelo sus pies y sus ojos, Zhara notó que él se movía.

Pateen estaba a cuatro pasos de distancia.

Recordó que, desde el primer momento, Pateen se involucró totalmente en el caso que estaban estudiando y se fue haciendo con el control del mismo. Imponía sus opiniones y no admitía otros puntos de vista. Empezó a impedir que la planificación de la investigación y del estudio no se llevara a cabo según su único criterio.

Y Zhara le dejaba hacer, incluso cuando discrepaba con sus planteamientos.

Estaba enamorada.

Al mismo tiempo, Pateen empezó a manifestar un trato más autoritario y un comportamiento déspota, con incipientes matices de desprecio hacia todo y hacia todos. También hacia Zhara.

Recordó como las pequeñas humillaciones se fueron multiplicando. Cómo disfrutaba Pateen ignorándola, ninguneándola y dejándole plantada con la palabra en la boca.

Cómo, a diario, ridiculizaba sus ideas, la criticaba con saña pretendiendo pulverizar su autoestima y se esforzaba por crear confusión en su mente para que dudara de sí misma.

Pateen incluso la culpaba a ella de los actos de él.

Pero tampoco se detuvo ahí, más tarde llegó el sarcasmo para herirle y, por último, el insulto personal.

Zhara recordó que intentó justificar ese trato vejatorio hacia ella como la manera torpe e infantil de comunicarse de Pateen con los demás, pero su esfuerzo en disculparle no evitó que la desazón fuera invadiéndole día a día, sintiéndose asfixiada con tanta toxicidad.

El miedo al conflicto se fue instalando en Zhara y empezó a evitar polemizar con él, pero cuanto más hacía ella por no entrar al trapo, más hacía él por provocarle.

Y el caos emocional fue absorbiendo la energía, las fuerzas y el ánimo de ella.

Clavados sus pies y sus ojos en el suelo, Zhara notó que él se movía.

Pateen estaba a tres pasos de distancia.

Zhara recordó que no terminaba de entender que era lo que él pretendía de ella, que era lo que Pateen sentía por ella porque los mensajes que recibía de Pateen eran contradictorios. Por un lado, Pateen aludía a una nueva vida junto a ella y por otro, gozaba rechazándola, evitando en todo momento, que sus cuerpos pudieran incluso acercarse.

Desesperada, sin saber si sentía algo por ella o solo estaba jugando, decidió pedirle que le dejara darle un beso en los labios para intentar saber, al menos, si había química entre los dos. Y la rotunda e inmediata negativa de Pateen colocó, de golpe, una tras otra, cada pieza en su lugar. Y comprendió que Pateen no sentía nada por ella, que su flirteo solo era una táctica para lograr medrar en la profesión y obtener un lugar preferente en la jerarquía del despacho.

Recordó lo ridícula que se había sentido al sentirse rechazada por Pateen, pero a lo largo de los meses había aprendido a insistirle y suplicarle por cualquier cosa, y así volvió a hacerlo sin apenas darse cuenta.

Y para su sorpresa, Pateen cambiando de opinión, le había permitido que pudiera depositar un levísimo beso en sus labios.

Recordó que la humillación experimentada no le había impedido sentir los labios de Pateen dulces, suaves y cálidos, pero, claro, es que ella estaba enamorada.

Y solo un minuto más tarde, Zhara ya se estaba preguntando qué hombre que estaba seduciendo a una mujer, se negaba a dejarse besar en los labios.

Eso carecía de toda lógica, y máxime cuando solo unos días antes le había estado provocando para que le hiciera cosas excitantes.

¿Sexo duro, si y recibir un beso en los labios, no? – se preguntó. Le resultaba incomprensible y perturbador.

Y le recordó a lo que se decía de las prostitutas que, en su oficio, nunca permitían ser besadas en la boca.

Se preguntó si estaría ya hastiado de que todas las mujeres sucumbieran ante su atractivo.

Aunque no terminaba de satisfacerle esa explicación.

Como un disparo a bocajarro, el nombre de Iosu le atravesó la frente. Iosu. El traidor. Iosu. El omnipresente. Iosu. El nunca olvidado.

La posibilidad que acababa de colarse en su cabeza la desgarró, pero era la explicación plausible que encajaba como un guante en su desvarío.

Y mil preguntas se agolparon en su mente.

¿Estaba Pateen enamorado de Iosu.? ¿Era, entonces, cierto que era homosexual.? ¿Podía padecer Pateen homofobia interiorizada.?

Por lo que Pateen le había ido contando a lo largo de los meses, Zhara comprendió que Pateen se había enamorado de Iosu, siendo ambos adolescentes y desde entonces, le había estado esperando y guardando el sexo con amor para ofrecérselo a él y solo a él.

Pero Iosu no era homosexual. Le gustaban las mujeres, y mucho, y eso había generado en Pateen un desprecio desmedido hacia las mujeres y un ansia salvaje de humillarlas, usarlas y luego ignorarlas.

Zhara comprendió entonces que la distancia entre ella y Pateen siempre había sido insalvable y la esperanza de ser correspondida en su amor saltó por los aires lacerando con sus esquirlas su corazón de mujer. El imposible se materializó. Y un profundo dolor se aferró a su pecho.

Clavados en el suelo sus pies y sus ojos, notó que Pateen se movía.

Solo estaba a dos pasos de distancia.

Despacio alzó los ojos y vio su mirada fría y pétrea acompañada por una media sonrisa torcida que exhibía un profundo desprecio y regodeo. Su actitud le recordó a una hiena, que disfrutaba acorralando a su presa y se excitaba antes de destrozarla.

Ahora, se encontraban en el archivo del piso décimo tercero, donde habían bajado en busca de unos expedientes y Pateen, por enésima vez, había vuelto a lamentarse de la traición de Iosu.

-“Pateen, todos hemos sido traicionados alguna vez en nuestra vida y seguro que también hemos traicionado a otros.-“ intentó calmarle.

-“Habla por ti, guarra.”

-“Deberías dejar de lloriquear como una nenaza y, con esos dos cojones de los que tanto presumes, salir ya del armario.-“ le devolvió con crueldad ella el agravio, sin medir que con ello le estaba revelando que conocía su gran secreto inconfesable.

¿Como había podido ser tan estúpida.?

Porque al revelarle que había descubierto su homosexualidad escondida, esa que lo tenía desequilibrado, que le avergonzaba y humillaba tan profundamente, había firmado su sentencia de muerte. Pateen nunca se arriesgaría a que tal información saliera de aquellas cuatro paredes.

Su semblante se había transformado, de golpe, en una máscara de piedra, cubriéndose de un color gris ceniza. Sus ojos se encogieron al tamaño de su pupila negra y su boca se crispó en un rictus de odio.

Clavados los pies y los ojos en el suelo, notó el aliento de Pateen en la cara. Un aliento denso y con un leve olor acre. Nunca se había acercado tanto a ella.

Zhara se preguntó si la mataría rápidamente o si se ensañaría con ella.

Lo que sí sabía era que no iba a volver a suplicarle y que tampoco iba a llorar, aunque tres gruesas lágrimas se escaparon de sus ojos y rodaron por sus mejillas.

Zhara alzó la mirada que se clavó en los ojos negros de él, pero no pudo mantenerla y desviándola hacia la ventana, vio sorprendida un multicolor arcoíris en el exterior.

¿¡ Un arcoíris…!? ¿En serio que lo último que vería en su vida sería un arcoíris?.

Distraída, pensando en el absurdo, apenas llegó a sentir el brutal golpe que Pateen le asestó en la cabeza y que hizo que su vida fuera engullida por la negrura infinita y transformadora.

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