7 días/7 relatos – Martes

7 días/7 relatos – Martes

Diego SC

04/03/2023

En una solitaria isla, en medio de algún mar, había una pequeña casa. Al lado de la casa había un muelle aún más pequeño, y en el muelle un cofre diminuto.

Junto al cofre, se sentaba un anciano todas las mañanas con una caña sin cebo, pues solo quería pescar las historias que le trajera el mar. Esto lo sé porque en uno de mis viajes alrededor del mundo, en un barco mercante de especias, acabé en la isla del anciano.

A cambio de contarle la historia de mi vida, que ahora no detallaré por ser irrelevante, el viejo accedió a compartir conmigo tres historias.

La primera la sacó de una botella que llegó un día a la isla con un mensaje dentro. «Pues vaya tópico», diréis. Y no os faltará razón, pero yo no estaba allí para juzgar la veracidad de lo que contaba el hombre, sino para entretenerme con sus relatos

El caso es que la carta contenida en la botella era una carta de despedida de un hombre joven, dedicada al otro hombre del que estaba enamorado y acababa de fallecer en un naufragio. Y eso era todo, sin ninguna sorpresa final. Una micro-historia de amor y pérdida que el anciano había decidido guardar.

La segunda historia le vino de otro objeto que trajo la marea a su isla. Esta vez era un antiguo piano de cola, con la madera ya podrida, y que dentro contenía las escrituras de un club de caballeros y el diario de su dueño.

Leyéndolo, el anciano descubrió como este hombre, que empezó tocando su piano por un puñado de monedas en los peores bares de alguna ciudad, había ganado fama por las bellas piezas que interpretaba.

Con la fama le llegó el dinero, pero también la ambición. Decidió abrir su propio negocio, y esto le supuso contraer una inmensa deuda para poder abrir un club de caballeros. Su idea era regentar el lugar donde personas influyentes fueran tanto a degustar los mejores licores como a hablar de temas de actualidad.

Queriendo romper con su miserable pasado, decidió que en su club nunca se tocaría el piano, pues en sus recuerdos lo asociaba a los establecimientos donde solo iba la gente de más baja clase.

Demasiado tarde comprendió que, sin su mejor talento, el club adquirió la fama de ser uno de los sitios más aburridos de la ciudad. Para cuando quiso volver a tocar el piano, la madera había empezado a pudrirse, y sus manos habían olvidado la música. Como podréis imaginar, el club no sobrevivió a la ruina de su dueño.

La última historia me confesó que era la más personal, pues había llegado a conocer a la protagonista y guardaba el obsequio que le dejó en ese pequeño cofre: dos pequeños zafiros con los bordes redondeados.

Ocurrió cuando el anciano aún era joven. En una mañana en la que la niebla apenas dejaba ver el mar, surgió frente a él una pequeña barca de madera, con un farol colgando en la popa.

Cuando tocó el muelle, vió que en el suelo de la barca dormía una chica. De cabellos rubios, piel muy clara y ojos azules intensos, la muchacha irradiaba una especie de belleza frágil que al mismo tiempo se sentía poderosa.

Al poco tiempo de bajar su cuerpo a tierra, la chica despertó y empezó a contarle su historia. Una historia, decía el anciano, tan trágica que prefería no repetirme. Lo único que me dijo es que para cuando acabó, el hombre ya se había dado cuenta de que estaba enamorado de ella.

Intenté sonsacarle más información, porque no podía entender como podía haber llegado a ese punto con tan solo una historia, y cuál era la relación entre la desdicha de la chica y el repentino enamoramiento del hombre.

Tras mi interrogatorio, el anciano solo añadió un último detalle: las últimas palabras que la chica le dirigió.

Gracias por todo

Acto seguido, derramó sobre su vestido el aceite de la lámpara que colgaba en la barca. Con la propia llama lo prendió y, antes de que nuestro asombrado narrador pudiera socorrerla, solo quedó un rastro de ceniza que el viento dispersó.

En el suelo del muelle vio dos zafiros del mismo color de sus ojos. Sin preguntarse por su origen, los guardó en su cofre y prometió que, por muchas cosas más que trajera el mar, nunca olvidaría a esa triste muchacha de ojos azules.

Esas fueron las tres historias del anciano. Si ocurrieron de verdad, o fueron delirios causados por la soledad, es algo que sigo preguntándome.

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