Economía del Bien Común.
El presente escrito mostrará de manera clara y precisa una alternativa en lo económico a los modelos políticos capitalistas y comunistas, que demuestra que pueden existir otras formas de entender y manejar la economía, colocando de primero los valores humanos por encima del dios dinero, dando al traste con solo el fin de lucro por el bienestar del ser, la colaboración con el otro, y la armonía con el medio.
Christian Felber (2008) convierte el balance financiero, siendo importante, en secundario; el balance del bien común, que es el esencial, mide intangibles valiosísimas como la dignidad humana, la responsabilidad social, la sostenibilidad ecológica, la participación democrática y la solidaridad con todos los grupos involucrados en la actividad de la empresa. El capital es el medio, no el fin, para lograr la felicidad de todos.
El capitalismo se nutrió de la idea de la predestinación y de una teoría económica. La nueva era (conceptual, conductual y de la generosidad) llamada por algunos talentismo, necesita también de una nueva teoría económica. La economía del bien común supera la dicotomía entre el capitalismo y el comunismo, entre el poder absoluto del mercado (la mano invisible, tan alabada en su día y hoy tan denigrada) y la economía planificada (que acaba corrompiéndose).
La economía del bien común se basa en los valores de las relaciones humanas en su forma más saludable (la confianza, la cooperación, el aprecio, la co-determinación, la solidaridad y la voluntad de compartir), los valores que, juntos, nos hacen mejores y más felices. El paradigma, el modelo mental económico-social, cambia desde la lucha feroz y el egoísmo avaricioso a la cooperación y el altruismo generoso, del finalismo del beneficio financiero (el fin justifica los medios) a la contribución al bien común (el viaje es el destino).
La alternativa que aquí se presenta y que permite a nuestras relaciones tener éxito se basa en la corrección del desastroso programa cultural al haber fomentado valores en la economía contrarios a los que rigen la sociedad. En el futuro deben recompensarse e incentivarse los valores humanos fundamentales que han permitido que la existencia humana y social tenga éxito también en las relaciones económicas.
El marco de incentivos para los individuos activos en la economía tiene que cambiar radicalmente de la búsqueda de beneficios y la competencia a la búsqueda del bien común y la cooperación. El nuevo objetivo de las empresas es producir el mayor aporte posible al bienestar general. La meta individual de cada actor económico será determinada en los objetivos constitucionales consensuados. En un segundo paso, producir el mayor aporte posible para el bienestar se convierte en el nuevo significado en el marco del éxito empresarial.
Hoy en día el éxito económico se mide con dos parámetros clave: el producto interior bruto dentro de la macroeconomía y el beneficio financiero (individual) de las empresas en el ámbito microeconómico. Ambos indicadores «monetarios», es decir, que se miden en dinero.
El dinero puede mostrar valores de cambio pero no utilidades sociales. Y los seres humanos lo que necesitan al fin y al cabo son utilidades. Un valor de cambio no puede ni calentar ni alimentar ni abrazar. Lo que se necesita es alimento, vestimenta, alojamiento, relaciones, ecosistemas intactos: En una sola palabra; utilidades.
La economía del bien común pretende cambiar la medición económica del éxito. En vez de contabilizar los valores de cambio, que se contabilicen las utilidades sociales.
El beneficio de una empresa sólo ofrece información de cómo se sirve a sí mismo, pero no de cómo sirve a la sociedad. Y ése es justo el problema. El supuesto automatismo de Adam Smith, según el cual todos se verían provistos cuando cada cual proveyera para sí, no existe. Para medir el éxito empresarial según este nuevo significado necesitamos un indicador diferente al balance financiero.
Muchas empresas, han tomado en cuenta las críticas y han reaccionado. Colocando etiquetas en sus productos quieren mostrar que también se preocupan por el bien común y actúan de forma socialmente responsable. El problema es que estos instrumentos de Responsabilidad Social no son obligatorios ni se controlan desde ninguna autoridad legal. En tal sentido al entrar en contradicción con el balance general y el balance financiero, dejan de ser valiosos. Por eso, las asociaciones insisten en que no sean obligatorios, y éste es también el motivo de que permanezcan sin efecto.
El sentido común y el de la justicia deberían en consecuencia intercambiarse: el que actúe de manera social, ecológica, democrática y solidaria, debería tenerlo más fácil que el asocial y desconsiderado. Debería, según la comprensión actual, disfrutar de una ventaja competitiva.
El balance del bien común crea balance. Como ése es el nuevo objetivo de todas las empresas del bien común, consecuentemente tiene que ser medido e incluido dentro del balance. El balance financiero se convierte en un balance paralelo o intermedio. Traza cómo la empresa cubre sus gastos, inversiones y provisiones, pero ya no refleja el «éxito» empresarial. Las empresas no tienen que tener pérdidas por estar en el camino del bien común, pero tampoco deben desear beneficios sobre el beneficio. El beneficio sólo es un medio para aumentar el bien común.
Nuestro objetivo más importante no es que el «balance social» o el «balance universal» de las empresas se denomine «balance del bien común», el nombre es secundario. Lo importante es que el balance, mediante el cual las empresas presentan su informe de cuentas a la sociedad en la que ha sido creado, cumpla con ocho criterios requeridos: Compromiso, Totalidad, Capacidad de medición, Comparabilidad, Claridad, De carácter público, Auditoría externa, Consecuencias jurídicas.
Cada empresa, independientemente de que sea unipersonal, una asociación no gubernamental, una empresa pública o una sociedad anónima, puede conseguir como máximo mil puntos. El resultado del balance del bien común debe figurar en todos los productos y servicios. Se puede etiquetar en cinco niveles de diferentes colores. Por ejemplo:
- De 0 a 200 puntos, nivel 1, rojo.
- De 201 a 400 puntos, nivel 2, naranja.
- De 401 a 600 puntos, nivel 3, amarillo.
- De 601 a 800 puntos, nivel 4, verde claro.
- De 801 a 1.000 puntos, nivel 5, verde.
Los consumidores obtendrían de un solo vistazo una información compacta acerca del resultado en relación con el bien común de la empresa cuyo producto está considerando adquirir. El color del bien común se podría poner sobre o junto al código de barras. Cuando se acerca el móvil al código de barras, aparece el balance del bien común completo online en la pantalla. El balance del bien común es obligatoriamente público.
Ahora sigue el paso decisivo Premiar la búsqueda del bien común. Cuantos más puntos del bien común consiga una empresa, de más ventajas legales debe disfrutar. En un sentido completamente conservador de justo rendimiento, quien más haga por la sociedad debe ser recompensado por ésta. Por ejemplo:
- Disminución del impuesto sobre el valor añadido (de 0 a 100 por ciento). Aranceles más bajos (de 0 a 1000 por ciento).
- Créditos bancarios con condiciones más favorables.
- Prioridad en la compra pública y la adjudicación de contratos (una quinta parte del rendimiento económico).
- Cooperaciones con universidades públicas en investigación. Ayudas directas.
En la economía del bien común se tratará a los «iguales» por igual, y a los desiguales de manera desigual. Los altos rendimientos se premiarán. La consecuencia sería que los productos fabricados y tratados de manera ética y justa serían más baratos que los efímeros productos desechables confeccionados con métodos no éticos e injustos, pues esto supondría una sobrecarga.
Una Auditoría del bien común no se necesita. No se necesita al Estado para casi nada. El mercado realmente se regulará en este caso a sí mismo. Con el balance del bien común es parecido e incluso más fácil. Lo compilan las empresas y lo controlan en primer lugar internamente (mediante responsables del bien común) y después, de manera externa, los auditores del bien común. Después concluye. Con el certificado del auditor del bien común el balance es válido y la empresa es clasificada inmediatamente en un nivel impositivo y arancelario y se le adjudica unas condiciones de crédito. El Estado no hace nada. Excepto en lo que atañe a las compras y adjudicaciones públicas. Ahí se echa el primer vistazo al balance del bien común, y después al precio.
Junto con el certificado legal y el seguro de calidad de los auditores del bien común, el Estado sólo tiene que efectuar una prueba más de control, al azar entre las empresas. En el caso de que una empresa falsee el balance del bien común y soborne a un auditor que certifique el falso balance, tiene que haber un proceso de supervisión y opciones de sanción contra el auditor corrupto. Si con la primera falta se impone una multa económica y con la segunda la retirada de la licencia profesional, seguro que los auditores se van a pensar mejor el cometer una infracción.
Al contrario que el balance financiero, el balance del bien común ofrece numerosas ventajas, que también conciernen a la falsificación.
- Es público y accesible para todo el mundo.
- Es comprensible para todos, porque los criterios son simples y humanos.
- Muchos grupos de afectados tienen un interés tangible en la corrección del balance, y es por esto que un intento de falsearlo saldría rápido a la luz. Viene a discusión la peer evaluation o revisión por pares. Todas las personas relacionadas con la empresa pueden participar en la valoración para procurar a los auditores una base de información más amplia sobre su trabajo.
El balance del bien común dirige el comportamiento de las empresas sin desencadenar una orgía de normativas y control estatal. Para asegurar la calidad se necesita probablemente, una base normativa para la certificación de los auditores del bien común.
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