Viví dieciocho años de mi vida a lado de una cantina llamada «La Escondida» en la sexta sección de Juchitán Oaxaca Mex, muy cerca del palacio y del parque, muy cerca del centro, crecí escuchando a José José, a Los Tigres Del Norte y me aprendí la letra de «Secreto de amor» de Joan Sebastian antes que la tabla del seis.
En aquella época mi abuela Na´(señora) Juana Rilu vendía tomates en el mercado, se iba muy temprano y regresaba por las tardes, contaba su dinero de la venta del día y lo metía en una especie de bolsa de tela para después amarrarla y esconderla en su baúl, siempre me traía pan de caballito o mueganitos, a pesar de todo nunca faltó el alimento en la mesa. Ella siempre tenía alcohol, mezcal y VapoRub entre sus cosas, no había dolor muscular, de cabeza o de muelas que pusiera resistencia ante semejante tercia curativa. Una tarde me pidió que fuera a comprar su alcohol, parecía ser una misión sumamente fácil pero yo tenía ocho años así que las indicaciones debían precisas: – Vas a pedir que te llenen esta botella, si te dicen que son 2 pesos le das la moneda de la mano derecha, si te dice que es más le das la moneda de la mano izquierda.
Tome la botella de cristal, mis chanclas duramil, mis ánimos aventureros y me dirigí a la ya extinta «Farmacia Central» de «Doña Mati», caminé pocos metros para llegar a la esquina y al doblar algunos borrachos venían saliendo del «Norma’s Bar», los esquivé con mucho cuidado y me fui hacia la otra acera, seguí caminando y llegué a la que fue «La Pista De La Vela Agosto» con su bullicio tan peculiar generado por las vendedoras de naranjas, flores, frutas, tomates y algunos puestos de alimentos, el aroma de los tacos de cecina me hacían salivar pero no había tiempo (ni dinero) para detenerme a probar alguno, tan sólo iba a la mitad del camino de aquella importante misión, a pesar de que ya había caminado una cuadra y media de esa zona comercial no había (ni hay) señal más clara para saber que realmente transitas por el mercado de Juchitán que el famosisímo «Totopo güero», esto sucedía al llegar a la esquina del palacio, había niñas, jóvenes y ancianas formadas con sus canastos llenos de totopos y tortillas de horno, estaban las señoras que vendían esos pescados riquísimos con los que se hace el salpicón, estaban las panaderas, las que vendían queso fresco, seco y el riquísimo quesu guiña (queso con chile) y todas te ofrecían sus productos al unísono, porque ahí, en el mercado de Juchitán no importa si eres niño, niña, joven, anciano, anciana, muxe huini o muxe ngola(homoxesual pequeño o grande) mexicano o extranjero, güero o moreno, ahí te ofrecen y venden sus productos con mucho amor y cariño, ahí todos somos güeros, pero aquella tarde no podía detenerme para que me chulearan, esa tarde debía completar el mandado de la abuela, así que seguí caminando hasta pasar frente al palacio municipal, aquel palacio que durante tantos años fue el símbolo de nuestra heroica ciudad, aquel palacio que sucumbió ante la fuerza de la naturaleza aquella fatídica noche de septiembre (terremoto 8.2 jueves 7 del 2017) aquel palacio que hoy está en ruinas.
A mi lado izquierdo podía ver a la gente caminar en el parque, a las parejas dándose amor en las bancas y por supuesto también a los tíos los maxis (pervertido) sexagenarios que se sentaban a mirar a las jovencitas que pasaban por ahí, antes de llegar a la esquina ya se podía oler ese aroma exquisito de las primeras tlayudas que se empezaban a dorar en los portales, las mesas aún se estaban acomodando cuando llegaban los primeros clientes, aquello era una fiesta de olores, sabores, humo y agua regada en piso, vaya postal. El pitido de los taxis y la vos del señor que gritaba «crucero crucero» indicaba que por fin había llegado a mi destino, crucé con mucho cuidado y gran habilidad aquella concurrida esquina, al entrar a la farmacia el aroma a medicamentos te envolvía, había poca gente para mi buena suerte, me acerqué a la vitrina y una señora me atendió muy amablemente, – ¿Me puede llenar esta botella de alcohol? pregunte , la señora respondió que sí mientras tomaba mi botella para llevarla a la trastienda, al volver secó dicha botella con un trapo, me la entregó y me dijo que eran 3 pesos, rápidamente entregué la moneda sudada de 5 que traía en la mano izquierda y esperé mi cambio pacientemente, me lo entregó y con una sonrisa me dijo: «Con cuidado, agarra bien esa botella», yo asentí… pero justo antes de salir quise acomodar mis monedas, no sabía si ya podía poner todas las monedas en una sola mano o debía regresar con el cambio en una y la otra moneda en la otra, en ese titubeo sucedió la desgracia, la botella se me resbaló por traer las manos sudadas y llenas de monedas, cayó al piso y se rompió, me quedé pasmado, pálido, asustado y avergonzado, no sabía que hacer pero antes de que pudiera voltear y decir algo, la señora de la farmacia corrió hacia mí, me alejó de los vidrios y me dijo que no me preocupara, yo sólo me quedé ahí parado a un lado viendo como ella recogía los vidrios, al terminar me llamó y me dijo que esperara… Regresó con otra botella llena de alcohol y me dijo que esta vez tuviera más cuidado, vaya momento, vaya lección, vaya humanidad y sobre todo vaya empatía de aquella mujer.
El día de hoy las cosas han cambiado muchísimo, hoy ya casi no hay botellas de vidrio porque nos hemos llenado de plásticos, hoy es casi imposible que un niño cruce una calle solo por tantos mototaxis, los lugares en los que crecimos han cambiado, hoy el parque y el palacio ya no son los mismos, pero sobre todo… hoy los niños ya no pueden salir solos, hoy los niños ya no pueden ir al mandado de la abuela, hoy los niños ya no están seguros, hoy lamentablemente no son botellas las que se rompen, son familias, es la sociedad, hoy es la vida misma la que se rompe en un instante…
«Menos violencia y más sonrisas»
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