Cuando las toneladas de pasos abruman nuestros oídos, el resplandor del alma que te acobija en los fríos días aparece con la angustiosa y pesada responsabilidad llamada “vida”; donde cada alma es cómplice de las decisiones tomadas por la debilidad de la valentía que vive en cada cuerpo. Todo el día estuve buscando esa alma que abasteciera una gota de audacia para que esos pavorosos pasos de la multitud sean un sosegado sonido de tranquilidad, para poder sonreírte como ese día, con unos amarillados dientes con colmillos de más, que revelaban el pecado de tinto el cual demostraba mi fiel amor a la cafeína.
Hoy día esa sonrisa sigue apareciendo cada vez que calmas la paradoja de una comunista teórica sin remedio, eres el antibiótico de los diseñados dolores al cual tengo privilegio – un antibiótico un poco fuerte que trae síntomas secundarios, como el enojo- pero a pesar de los duros debates de ideas, la llama de la vela no se agota; y si se agotase seguiría alumbrando en la superficie del manto el cual sostiene el vínculo que nos ató cuando cruzamos cuerpos mientras el afán nos arroja al abismo del estrés, pero desde que llegaste, los golpes desaparecieron.
Sin duda alguna el esparcimiento de sentimientos en nuestra colisión fue el mejor acontecimiento que nunca presencié y el cual repetiría cada 30 de enero para volver a escuchar las carcajadas revoleteando en las 4 paredes donde fue la primera caricia de dos pares de rosados labios.
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