Metáfora Hiperbólica
Sentado a la mesa de comedor, saboreaba el primer café del día. Una bella silueta, aun en bata de dormir pasa por su lado; llega hasta la estufa, se sirve el suyo y voltea el frente con cara de no buenos amigos: mirada cortante, pelo de loro castigado a escobazos, respiración profunda y ojos agrandados casi al borde del derrame. Ensimismado en su disfrute hasta ese momento, se pone de pie y ligero, con pasos firmes, camina y la desafía parándose frente a frente. En ese momento ya esgrimía un arma blanca en su mano derecha, que neutraliza agarrándola por la muñeca, envuelve su cintura con la derecha y le entalla un beso apasionadamente largo, aceptado con sumo beneplácito. El arma blanca se desvaneció lánguida y débil hacia el piso y la mano que la sostenía subió al cuello entrelazando la otra; se elevó la temperatura; levantó y bajó, se arrodilló y desarrodilló; la desesperación se desbordó: la bata terminó en hilachas…
La cocina envuelta en llamas; el aire enrarecido, olvidaron la decencia y violaron las normas de conducta, las sillas terminaron patas arriba, el mantel y toda su parafernalia besaron el piso, excepto el jarabe del pancake, al cual se le dio el mejor de los usos y supo mejor que nunca; ocasionando que por las ventanas se derramaran gritos espantosos de algunas expresiones que no se deben y otras que jamás se recuerdan, constante y permanentemente por un tiempo del que lo que menos importó fue la duración, tiempo que, aunque no deseaban su terminación, tortuosamente finalizó, sofocando simultáneamente aquel cruento y despiadado incendio.
¡Calorrr! sed, hipertensión. Exhaución…
Todo vuelto a la aparente normalidad, vendaval concluido: destrozos por doquier; pero paz, tranquilidad y sosiego. El resto del día concluiría con rostros renovados, almas rebozadas de sonrisas, buena voluntad, frescura…
…Y buena vibra…
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