En mi vida he conocido dos tipos de pacientes, los que comparten su vida conmigo y terminan siendo mis amigos y los que no comprenden esa amistad y me asumen como una especie de bombero, solo útil para apagar incendios o para rescatar gatitos de los árboles, aunque no sé qué tan común sea esto último. Mi experiencia con pacientes, si bien no se limita a las que tuve como psicólogo en un Hospital perdido del país, encuentra en los pacientes que allí tuve a sus máximos referentes.

Cabe aquí decir también que no sé si considerarme un psicólogo en todo el sentido de la palabra. Es decir, lo soy, tengo un cartón algo grande que me certifica como tal. Tengo también una colegiatura que me permite ejercer la profesión. Pero lo que hago, lo que hice más bien durante mi estancia fue cualquier cosa menos algo metódico, como supone la profesión. Por eso no creo haber realmente trabajado en ese hospital, creo que fui yo mismo ocupando un puesto. Nada más.

Recuerdo que llegaba siempre la gente con problemas relativamente similares. Algunos venían por problemas de pareja, otros que traían a sus hijos por problemas de conducta y la mayoría venía con sus hijos menores de tres años solo porque era requisito del control del crecimiento del niño, control CRED le llamaban. Increíble que nadie viniera por consumo de alcohol o violencia dentro de la familia, en una ciudad con un consumo per cápita de alcohol que se elevaba por encima de las nubes y en donde el chicote seguía siendo colgado en las paredes de las casas. De más está hablar de los antecedentes del terrorismo en la zona. Teniendo pacientes así, cansarse y aburrirse era inevitable, al menos hasta la llegada de casos más interesantes. Porque sí, los hubo, Luz y Yesenia, fueron dos de ellas. Una con mil gatos en los árboles por rescatar y la otra, una amiga.

La de los gatos era demasiado delgada y tenía la costumbre de amarrarse el cabello de una forma que me generaba dolor al solo ver sus pobres raíces. Tenía la boca muy pequeña y siempre con un gesto de puchero. Sus ojos marrones siempre estaban muy abiertos y tenía la tendencia de estar siempre con los brazos cruzados, como si estuviera siempre inconforme con todo y con mucho frío. No recuerdo qué traía puesto la primera vez que la vi, pero cuando trato de recordarla, la veo con unas ballerinas azules, un jean azul y una polera rosada.

Un día, creo que fue en nuestra séptima sesión, Luz me contó que antes de comenzar su “terapia” como ella le llamaba o “consejería” como le llamaba yo, había venido a entrevistarme para un trabajo de la universidad. Supuestamente me preguntó sobre los principales problemas de comportamiento que encontraba en los pacientes menores de edad de esa ciudad. No recordaba ese momento hasta que ella lo devolvió a mi memoria. Cuando el recuerdo volvió, la vi a ella haciéndome preguntas sin interesarse mucho en el tema y mostrando un comportamiento bastante extraño. Era como si algo hubiese ingresado a su cuerpo y se hubiese apoderado de ella, queriendo luego salir expulsado por cada poro de su piel. Estaba sudorosa, casi no me miraba a la cara y respiraba siempre muy profundamente, como queriendo permanecer consciente y evitar un desvanecimiento. Recuerdo también que ignoró por completo mis ofertas de agua, de acompañarla al baño para que se refrescara o de una enfermera amiga para que hiciera algo por ella que yo, claramente, no podía hacer. Se negó a todo. Hidalgamente me hizo diez preguntas y no tomó nota de ninguna de mis respuestas. Se marchó luego, casi corriendo.

Luz me hizo recordar todo esto el día siguiente a la gran revelación de su caso. Resulta que algunos meses después de esa primera recién recordada entrevista ella acudió al consultorio para buscarme. Fue una conversación muy directa.

⎯ Buenas tardes, quiero seguir una terapia – Al oírla pensé que, en realidad, nadie quiere una terapia.

⎯ Hola, aquí no se hacen terapias, solo consejerías, pero podemos conversar – Hacer esa distinción siempre me ha parecido necesaria. Terapia no, consejería sí, algún día me evitará problemas legales.

⎯ Está bien ¿A qué hora puede ser? – Me dijo, siempre apurada.

⎯ Puede ser ahora mismo si deseas – No había venido nadie ese día, sería la primera paciente al final del día.

⎯ ¿Tengo que sacar cita?

⎯ No, no hace falta, pasa – Asumí que no quería pasar por el tortuoso proceso de conseguir una cita en un hospital. Lo comprendí y di por perdida esa atención que no constaría en mis registros. Pequeños actos de rebeldía. Ingresó rápidamente al consultorio, se sentó y todo comenzó. Me dijo su nombre, Luz, y cuál era su interés en hacer la terapia. Luego dejé en claro que sería una consejería.

⎯ No me siento bien desde hace algún tiempo -Comenzó.

⎯ ¿A qué llamas no sentirse bien? – Preguntas típicas para bordear el tema central hasta llegar al centro.

⎯ Me siento triste, tensa, siento que no puedo pensar bien.

⎯ ¿y desde cuando te sientes así?

⎯ No sé, desde hace un año y medio más o menos.

⎯ ¿Sucedió algo en ese tiempo que creas puede haber generado que te sientas así? – Sucede que generalmente hay una relación entre los eventos y las sensaciones que nos dejan. No hay que ser psicólogo para saberlo.

⎯ Va a creer que es un poco tonto, pero sí, tal vez lo es. Es que creo que desde que terminé con mi enamorado me siento así.

Allí se acabó mi interés en ella, al menos por el momento. Si hay un tema en el mundo que no soporto es el de las parejas. El de los problemas de parejas para ser más específico. Creo que la mayoría de ellos se terminan con una decisión y que, en todo caso, son señal de un problema más grande que la persona no quiere afrontar. Sin embargo, aún buscando explicar esto al paciente, es como si este solo quisiera escuchar de uno un consejo de libro de autoayuda, algo tipo “tienes que dejarlo” o “es tu decisión seguir con él” o “con voluntad podrás salir adelante”. Tonterías en las que no vale la pena perder mucho el tiempo.

Luz contó en una hora su vida amorosa y yo la soporté. Si hay algo en lo que soy bueno es en escuchar, a veces en aparentar escuchar. En resumen, su historia era la de la chica engañada por su enamorado, quien le ofrecía a ella ser la única por siempre, con quien descubrió el amor, con quien descubrió la pasión. Bueno, exagero. Aparentemente fue un final de relación algo crítico porque con su enamorado había tenido por primera vez relaciones sexuales. Así, concreto, sin adornos. Pero había algo raro en ella. Si bien había perdido el interés, quedaba aún un poco de mi atención que notaba que algo no andaba bien, que había algo más. Eso, que faltaban datos, que la historia no estaba completa.

⎯ Entonces, crees que todo lo que estas sintiendo ahora se deba a que terminaste tu relación – le dije, comenzando así el cierre de lo que sería esa sesión inicial.

⎯ Sí, creo que sí, me duele verlo con otras personas, que me haya olvidado tan rápido, que no le interese más.

⎯ Te duele que él haya podido seguir adelante y tú no – Siempre refrasear lo dicho por ella para que siga desarrollando su idea.

⎯ Me duele porque lo extraño, porque siento que, si me dijera para volver, yo volvería, porque soy una tonta ¿no cree? – Me dijo y se quedó en silencio esperando algo de mí y lo que obtuvo me sorprendió hasta a mí.

⎯ No creo que seas una tonta. Yo creo que estas mintiendo, que me mientes a mí y que te mientes a ti misma. Hay algo más, algo que no me estás diciendo. Uno extraña a alguien que se ha ido, eso pasa. Pero lo tuyo no es extrañar a alguien por capricho, me suena más a necesitar y si lo necesitas es porque algo más que aún no sé. Por algo más que aún no me cuentas, pero que no hace falta que me cuentes hoy ⎯ Creo que esas palabras salieron desde esa zona de mi mente en la que se aloja el aburrimiento.

Su rostro terminó más desencajado que al inicio. Tal vez ella sabía desde ese momento lo que yo descubriría ocho sesiones más tarde, que yo tenía razón.

Durante las ocho sesiones siguientes Luz vino a mi consultorio sin sacar cita para seguir hablando conmigo. Le dimos vuelta a su relación por tres sesiones más. Me habló de su familia en una sesión. Me habló de lo que recordaba de su vida en dos sesiones. En dos de las sesiones restantes hablamos de programas de televisión. Todas terminaron igual, conmigo diciéndole que había algo que no me estaba contando. En la novena sesión, estaba decidido a que todo terminara de diferente manera. Recuerdo los últimos cinco minutos, los cuales terminaron extendiéndose por dos horas más.

⎯ Bien Luz, una vez más, ha sido divertido hablar contigo, pero no me cuentas eso que deberías contarme.

⎯ No sé, no hay más ¿no podemos solo conversar?

⎯ Sí podemos, pero, se me hace difícil conversar si me escondes algo.

⎯ No sé qué podría ser.

⎯ Sabía que dirías algo así. Te propongo algo.

⎯ A ver.

⎯ Yo te voy a contar lo que te pasó. No sé si habrá sido eso. Pero asumiré que así fue – Dije esas palabras con toda la seguridad que podía caber en el consultorio.

⎯¿Cómo? ¿Va a inventar algo?

⎯ No sé si sea tanto como inventar. Pero sí, digamos que voy a inventar.

⎯ A ver.

⎯ Bien. Lo que sucedió en tu relación creo fue lo siguiente. Sí, él era tu enamorado y tuviste relaciones sexuales por primera vez con él. Es un hecho importante. Pero creo que fue más importante porque quedaste embarazada. Tal vez luego de enterarse, él te dijo que no sería lo mejor tenerlo, tal vez tú misma lo pensaste. La cuestión es que él apoyó la idea y te dijo que nada cambiaría, que seguirían juntos. Tú le creíste. Llevaron a cabo el plan y él se fue. Te dejó. Por eso no aguantas verlo tan tranquilo, porque hay un lazo más grande que los une, porque hay algo que siempre te recuerda a él y que siempre vas a cargar contigo.

Casi de inmediato ella salió disparada del consultorio. Salí disparado detrás de ella. Nunca me había sucedido algo así. La busqué y la encontré en un baño de mujeres del hospital. No entré, me quedé sentado muy cerca a la puerta y esperé a que saliera. Fueron dos horas muy lentas. No hay mucho que contar después de eso. Salió, le invité agua, algo de comer y casi no hablamos más. La acompañé a su casa. Tenía miedo de que hiciera algo. Esperé no verla más.

Al día siguiente, a la misma hora en la que comenzaba mi turno, siete de la mañana, ella estaba allí, en la puerta del consultorio.

⎯ Hola

⎯ Hola Luz ⎯ Le dije con cierto alivio. No había muerto.

⎯ Venía a agradecerle por haberse quedado conmigo ayer ⎯ Estaba nerviosa al decírmelo, pero tranquila. Nunca la había visto tan tranquila. Creo que nunca había visto su rostro de verdad hasta ese momento. No hacía ese gesto de puchero.

⎯ No te preocupes, no te sentías bien, tenía que estar contigo ⎯ Era verdad, lo sentía así.

⎯ Tenía razón, es que no quería acordarme de algo tan feo.

⎯ Nadie quiere acordarse de algo así – Mientras decía esto pensaba en que había acertado, aparentemente, en la totalidad de la historia. Es raro sentir orgullo por algo tan triste.

⎯ Ahora que sabe todo ¿Comenzará mi terapia? – Me dijo riendo, pero en serio.

⎯ Luz, hemos hablado tanto y de tantas cosas que, la verdad, no creo que pueda hacer ninguna terapia, tampoco ninguna consejería. He salido corriendo detrás de ti. Es difícil que pueda seguir siendo tu psicólogo ⎯ Se lo dije en serio. El no haber sido psicólogo en todo el sentido de la palabra al hablar con ella me había costado. Me dolió lo que le dije el día anterior, lo sentí como si se lo hubiera dicho a alguien muy cercano. Me pesó ver de esa manera el interior de alguien más, diferente a mí.

⎯ Entonces…

⎯ Puedes venir cuando quieras hablar conmigo, de cualquier cosa, cuando desees, no hace falta que saques una cita. Pero no voy a ser tu psicólogo.

⎯ ¿Podría hablar con usted hoy en la tarde?

⎯ Solo si me dejas de decir “usted”. Dime Martín.

Ella regresó a verme muchas veces más. A veces me acompañaba desde la puerta del consultorio hasta la puerta del hospital y me contaba qué había hecho durante el día. Allí me di cuenta de que, además de muy delgada, era bastante baja y, por ambos rasgos, se veía muy frágil. Daba la impresión de que se rompería en cualquier momento. Era agradable pasar tiempo con ella, no era especialmente divertida, pero supongo que, al haberla conocido de la manera en que la conocí, me quedé con algo de ella y algo de mí se quedó a su lado tras haberme sumergido en uno de sus más privados recuerdos.

Sin embargo, de un momento a otro todo cambió, justo cuando me dio una noticia días antes de dejar el trabajo en el hospital y cerrar ese ciclo de “sesiones” informales.

⎯ Le voy a contar algo, pero no quiero que se moleste.

⎯ Cuéntame, no creo que haya algo que me pueda molestar.

⎯ Es que regresé con Ignacio.

⎯ ¿Quién es Ignacio? ⎯ No tenía ni la más remota idea de quien era él.

⎯ Ignacio es mi ex enamorado, con quien pasó todo eso que le conté.

⎯ Creo que nunca me habías dicho su nombre ⎯ Supongo que se lo dije con molestia, pero en verdad no creo haberle preguntado nunca por su nombre.

⎯ Sí se lo dije. Tal vez lo olvidó. Regresé porque me dijo que me extrañaba y que quería seguir conmigo, que se había dado cuenta de que había actuado mal y que quería intentar nuevamente algo conmigo.

⎯ No me parece ⎯ Apenas esas palabras salieron de mi boca, me di cuenta de que me consideraba su amigo y no cualquier amigo, sino un buen amigo. Luego me di cuenta de que quizás estaba por convertirme en otra cosa, en un hombro en el que llorar, un bombero que apaga fuegos o ayuda a que el gato que, sin saber que no podría bajar luego, se trepó en el árbol.

⎯ ¿Por qué no te parece?

⎯ No importa, es tu decisión. Si eso es lo que quieres, en serio, espero que todo vaya bien esta vez⎯

Al menos para mí su historia culmina allí. Hasta el día de hoy me dice “usted”. Cada vez que me escribe me dice “usted” y, en parte, creo que es por eso que le digo que ya no me escriba. De cierta forma, siento que ese “algo mío” que se quedó junto a ella no rendirá frutos, eventualmente morirá y desaparecerá por completo, tendrá el mismo valor que hoy tiene cada palabra que le dije, ninguno. Supongo que solo se puede hacer por una persona tanto bien como esta lo permita y, a veces, este bien, resulta ser un mal.

Luz no es como Yesenia. Yesenia aún me llama Martín. La recuerdo muy bien. La primera vez que vi a Yesenia también parecía querer expulsar algo desde el interior a través de cada poro de su piel. Aunque en su caso quizás era cierto. Tenía la piel del rostro algo grasosa, notoriamente grasosa, rasgo común para sus 16 años.

Ella sí sacó cita la primera vez que vino al consultorio y a ella sí la recuerdo claramente desde la primera vez que vino. Usaba zapatillas blancas, un jean azul y una chompa roja. Tenía el cabello negro y largo suelto hasta la cintura. Me acuerdo mucho de su cabello, no estaba especialmente cuidado, pero se veía bien, daba la impresión de que se cuidaba solo lo suficiente, no más. Además, el color negro resaltaba con el blanco de su grasosa piel. Tenía ojos marrones y parecía ensayar permanentemente una sonrisa amable.

Esperó a las dos personas que venían antes de ella. Cuando tocó su turno y la llamé, caminó lentamente hacia la puerta del consultorio, cruzó el umbral y se dirigió a la silla frente al escritorio con la paciencia de alguien que no sabe que tiene como máximo cuarenta y cinco minutos para conversar. Tomó asiento y dirigió su mirada y todo su cuerpo hacia su lado derecho, dejando ver su rostro en lo que sería un ángulo de tres cuartos. Tomé asiento, me presenté, confirmé sus datos personales que constaban en la historia clínica y comencé con lo mismo de siempre.

⎯ Bien Yesenia ¿Qué es lo que te trae aquí?

⎯ La verdad no sé ⎯ Efectivamente, su rostro indicaba que no tenía la menor idea.

⎯ ¿Has venido porque te han mandado o porque tú has querido venir?

⎯ No, yo decidí venir ⎯ No dijo más.

⎯ Ok, entonces dime algo más de ti. Imagino que vas al colegio ¿verdad?

⎯ Sí ⎯ No dijo más.

⎯ ¿Te gusta ir al colegio?

⎯ Sí.

⎯ ¿Qué es lo que más te gusta del colegio?

⎯ Estar con mis amigas.

⎯ Ouuu…y…

⎯ ¿Le puedo hacer una pregunta? ⎯ Me interrumpió. Nunca fue tan necesaria una interrupción.

⎯ Claro, la que quieras.

⎯ ¿Es malo que no me interese el colegio? ⎯ La pregunta la hizo con una tierna timidez que pocas veces he visto en alguien. De pronto esta chica de dieciséis años se había transformado en una niña de cinco, con miedo a ser descubierta quedándose con diez céntimos más del vuelto del mandado. Tal impresión me causó, que lo poco de psicólogo que tengo terminó de diluirse.

⎯ Honestamente no creo que esté mal que no te importe. Por cómo es el colegio, lo esperable es que no te interese. Lo que está mal es que no te importe nada. Por ejemplo, puede no gustarte el colegio, pero estaría mal que no te guste leer. Puede que no te guste el colegio, pero estaría mal que no te importe conocer sobre tu ciudad. Puede no gustarte el colegio, pero no estaría bien que no hagas nada de lo que te piden, o sea tus tareas, estaría mal que seas irresponsable. Es un requisito para seguir con tu vida y poder hacer algo más adelante. Entiendo que el colegio sea aburrido, pero lo malo está en que lo dejes. Además, si bien no te gusta el colegio ¿qué es lo que te gusta?

⎯ Me gustan los animales.

⎯ ¿y qué te gusta de los animales? ⎯ le pregunté tratando de ver algún tema de orientación vocacional.

⎯ Que son tiernos ⎯ borré el tema de la orientación vocacional. ⎯ ¿Le puedo hacer otra pregunta?⎯ Dijo casi de inmediato.

⎯ Sí, puedes hacerme cualquier pregunta ⎯ si bien lo dije por compromiso, resultó un alivio que fuera ella quien sacara los temas de algún sombrero escondido y no tuviera que buscarlos yo.

⎯ ¿Está mal que esté muy metida en la iglesia? Es que soy adventista ⎯ Preguntó casi disculpándose.

⎯ No creo que este mal estar metida en la iglesia. Creo que estaría mal, en todo caso, si lo hicieras obligada ¿te obligan a ir a la iglesia?

⎯ He ido toda la vida con mi familia. Me gusta ir a la iglesia.

⎯ Mientras sea lo que quieres hacer está bien y…

⎯ Una pregunta ¿Está bien tener enamorado a mi edad?

⎯ Bueno, a tu edad es lo común tener enamorado ⎯ La verdad es que no tengo idea de si esto es cierto puesto que yo no tuve enamorada hasta los veintiún años. Digamos que no soy un buen referente al respecto Creo que si hay alguien que te gusta y tú le gustas de vuelta, ser enamorados es lo más lógico ¿No? Ahora, eso de estar cambiando de enamorados cada dos días a mí personalmente no me parece. Creo que uno debe de practicar desde joven la idea del compromiso. No es que conozcas a alguien y te vayas a vivir con él o casar con él. Pero si uno comienza una relación con alguien, pues debes tratar de sacarle el máximo provecho, es lo mejor creo y eso no se logra en dos días ⎯ Otra verdad personal al respecto es que no tengo idea alguna acerca de las relaciones de pareja adolescentes. No las he experimentado. No sé qué se sentirá. No sé si yo sería de los adolescentes que tienen relaciones largas o cortas. Sé, en todo caso, que soy un adulto de relaciones largas.

⎯ Entonces no está mal que tenga enamorado.

⎯ Si necesitas una respuesta. Pues no, no está mal.

⎯ ¿Y si me dice para tener relaciones sexuales?

⎯ Relaciones sexuales… ⎯ Sobre esto tengo menos idea aún. Si no sabía nada sobre enamorados adolescentes, pues mucho menos sobre relaciones sexuales adolescentes ⎯ …Bueno, yo creo que es algo que se comparte con alguien a quien quieres mucho. En mi opinión personal, es algo que se comparte con alguien que lo valore y sepa que es importante para ti también. Hay gente que puede estar con una persona un día y con otra al día siguiente. Yo no soy así, por ejemplo ⎯ Hubiera querido ser así de adolescente honestamente ⎯ Y si tú no eres así, pues está bien. Ahora, lo más importante de esto es que siempre sea con libertad, no te puede obligar si no quieres y, en caso quisieras, siempre tienes que recordar usar algún método anticonceptivo ¿Conoces los métodos…

⎯ Una pregunta ¿Usted tiene babies? ⎯ Pronunciados “beibis”. No tengo idea en realidad de si ella sabía cómo se escribía la palabra. Lo que sí sabía era que le gustaba lanzar sus preguntas sin esperar a que yo terminara de elaborar mis respuestas. Me gustaba que hiciera eso. Me quitaba presión.

⎯ No, no tengo hijos.

⎯ ¿Y es casado?

⎯ No, tampoco soy casado ⎯Si bien tenía veintiséis años en ese momento, por algún motivo sentí el peso de aceptar que no tenía hijos y tampoco esposa, como si a pesar de todo, no hubiera logrado nada en la vida. Lo sentí cierto, real. Por un momento deseé que Silvia estuviera embarazada.

⎯ Yo a su edad ya quisiera tener hijos…No digo que usted sea viejo ¡Ay! ¡Qué vergüenza! No quería decirle así ⎯ De pronto sus poros comenzaron a emanar toxinas y el sudor rápidamente empapó el límite entre su cabello y su frente.

⎯ No te preocupes, no me siento viejo. No te pongas tan nerviosa. Está todo bien. No pasa nada. En serio.

La hora entera estuvo llena de preguntas de ese tipo. Más preguntas aleatorias que abarcaron una serie de temas de lo más diversos. Desde programas de televisión, formas de vestir, el consumo de alcohol y drogas, hasta acerca de mí, de porqué aún no me casaba, de cómo así terminé con mi pareja anterior, de cómo inicié con mi actual pareja, creo incluso yendo en contra de los consejos que antes le había dado.

Hasta el día de hoy no estoy seguro de porqué me buscó ese día, ese primer día. Tampoco sé por qué me buscó una vez por semana durante los últimos cuatro meses que estuve en esa ciudad. No faltó nunca los días jueves y eso que nunca le di una cita. Obviamente, luego de su tercera visita, le dije que podía venir a partir de las seis de la tarde sin necesidad de sacar un cupo para su atención. Más pequeños actos de rebeldía de nuestra parte.

Yesenia me dejó de decir “usted” o “doctor” desde la primera vez que se lo pedí en su segunda visita. Yo le dije Yesenia desde la primera vez que la vi. Comencé a saludarla con un beso en la mejilla desde la cuarta vez que vino a verme. Noté que desde la tercera vez que vino su rostro dejó de brillar, dejó de ser grasoso. Noté también que desde esa misma tercera vez dejó de dirigir su cuerpo hacia otro lado y se dirigió hacia mí directamente, colocando sus manos sobre el escritorio que siempre nos separaba. Descubrí que no todas sus sonrisas eran ensayos y que, de acuerdo al tema, podían ser reales, como cuando le conté sobre la vez que, por accidente, le rompí los dientes a un niño. Si mal no recuerdo, fue a partir de la quinta vez que comenzó a fastidiarme por mi “vejez”, diciendo que tal vez olvidaba ciertas cosas porque era “viejito”. Tal vez para ella lo era, le llevaba diez años. Por mi parte, me tomó solo los primeros diez minutos de la primera sesión descubrir que era un ser bueno, sin tener muy claro qué es eso, más que una sensación certera.

Sé que suena a comparación y tal vez lo es, pero se trata de la forma en que la persona se aproxima al psicólogo. Luz quería un alivio, Yesenia un cambio. Luz no era una mala persona, pero tampoco puedo decir que fuera buena, yo creo que para que alguien pueda ganarse alguno de esos dos calificativos tan abstractos debe antes estar bien, sentirse tranquilo, estar en paz, al menos relativamente y Yesenia, estoy seguro, estaba en paz cuando dejé esa ciudad. Luz, creo yo, aún busca tranquilidad.

Un año después y vía Facebook, Yesenia me contó que había ingresado a la universidad, a estudiar administración. Un año más tarde me contó que tenía enamorado y que sentía muy bien. Un año después me contó que estaba embarazada. Sí, a los diecinueve años. Pensé al leer lo que me escribía que me lo diría como una queja o como un pesar. Sin embargo, no fue así, me lo contó feliz, ilusionada, como si fuera un sueño inalcanzable en la palma de su mano.

Ahora su hijo tiene ya cinco años, aún sigue en una relación con el padre de su hijo y ya está por terminar la universidad. Ella no cometió errores, creo, al menos no determinantes, tal vez le falló el timing, o las cosas no pasaron cuando deberían o cuando ella hubiera deseado que ocurrieran, pero, pensándolo mejor ¿Qué cosa ocurre cuando quiere que ocurra? Ella no sabía a donde iba y, de alguna manera, encontró su camino. Quiero pensar que, en ese enredo, en esa perdición del sudor en su frente, me encontró y que pude hacer algo por ella.

Luz, por su parte, también estaba perdida, también desconocía hacia dónde ir, pero a diferencia de Yesenia, si sabía a donde no ir, qué no hacer y aun así lo hizo. Allá ella.

Dicen que la amistad no requiere constancia y yo creo eso también. Cada vez que recuerdo a Yesenia pienso en todas nuestras conversaciones, la mayoría de ellas aparentemente intrascendentes y, estoy seguro, mero pretexto para que ella se exprese y alguien le escuche. Sin embargo, dentro de ese acto, en el estar presente para alguien desorientado, también dejé algo de mí que de seguro rinde frutos y, de no rendirlos aún, se encuentra en la búsqueda de hacerlo. Ella aún existe y, así, siento que también yo perduro.

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