El semáforo eterno. Dentro del coche reina el silencio. El aroma a melocotón es empalagoso. Ella lo había elegido, pero a él le resultaba asqueroso. Luis baja la ventana del piloto para escapar de aquel olor azucarado. El semáforo sigue rojo. El silencio se rompe, los sonidos de la marabunta urbana se mezclan en un solo arpegio. Luis respira el humo del escape de la moto que tiene a su izquierda. Se gira en dirección a su copiloto y, por fin, habla.
—No vas a decir nada —dice.
Silencio.
—No te entiendo, Sara. Cómo quieres que tengamos una relación sana si no podemos hablar. La comunicación es la base de la pareja, pero tú siempre estás callada, hay que sacarte las palabras con calzador.
Silencio.
Luis mira al frente. Tiene los ojos vidriosos. Semáforo verde. Luis mete primera y se concentra en el sonido del motor para eludir el silencio de Sara. La incomodidad crece, se expande como un virus, contamina el coche y corrompe a sus huéspedes.
—Sara, odio cuando te pones así —dice Luis, sin apartar la vista de la furgoneta que tiene delante—. No creo que haya ningún motivo para que te enfades hasta el punto de no hablarme.
Silencio.
Luis gira la cabeza un instante para estudiar el gesto de Sara; sólo ve una mata de pelo rubio que oculta su cara. Impenetrable, indescifrable. Ojos vidriosos. Derrota.
Silencio.
Semáforo a la vista. Rojo. Punto muerto.
—Sara, escucha —su voz suena quebrada —. No hay ningún motivo para que estés disgustada, y si lo hay, habla conmigo, cuéntame qué he hecho para que te pongas así — traga saliva —. Se que últimamente no he estado muy pendiente, el trabajo me tiene frito y sabes que cuando me estreso tiendo a distanciarme un poco.
Silencio.
Luis estira la mano para acariciarla el muslo como a ella le gusta, pero el claxon del coche que tienen detrás interrumpe el contacto. Semáforo verde. Varios cláxones se unen en un pitido infinito. Luis hace un gesto de excusa por la ventanilla y continúa la marcha. El destino es la tienda favorita de Sara, una tienda erótica llamada Belle Poupée, allí se conocieron, allí se enamoraron. Es la sorpresa definitiva para Sara. Un ardid infalible para la reconciliación.
El coche se embala. Luis pisa el acelerador con más fuerza de la habitual. Está impaciente, nervioso, el silencio le carcome las entrañas, no puede reprimir la frustración; y ya sabéis lo que decía aquel enano verde: la frustración lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento y, éste, al lado oscuro. Luis se ha saltado unos cuantos estadios del proverbio o los ha transitado muy deprisa, porque lleva unos minutos habitando el lado oscuro.
—Joder, Sara, en serio no vas a decir una puta palabra —el tono es elevado —. Me merezco un poco de respeto, una explicación, o algo, joder.
Silencio.
Valor de rapidez instantánea del vehículo: disparada.
—Pero me quieres explicar qué cojones te he hecho, zorra rencorosa.
En el horizonte, un nuevo semáforo en ámbar fijo. No hay metros suficientes para una frenada segura. Luis pisa el freno sin salir del frenesí. El coche derrapa dibujando unas gruesas líneas negras pintadas en el asfalto. Olor a caucho quemado. El vehículo se detiene invadiendo el paso de peatones. Un fulano que cruza insulta a Luis, también a su madre, sin conocerla de nada. El susodicho enmudece al acercarse al coche, se congela un segundo y huye de la escena. Luis hace caso omiso de todo lo que sucede en el exterior del vehículo. Sólo le importa Sara.
—Te he cuidado más que a un puto bon-sai— gritando— Te saque de esa tienda de mierda donde eras poco más que un vegetal. Zorra desagradecida. Te lo he dado todo.
Silencio.
Las voces de Luis han atraído a un grupo de curiosos. Han sacado teléfonos móviles para grabar una posible escena violenta. Luis se la regala: a voz en grito comienza a zarandear a Sara. Agarra la mata de pelo rubio. Un par de puñetazos. Retama la faena estrellando la cara de Sara contra el salpicadero.
Sara guarda silencio.
Fuera del coche, chillidos y golpes de claxon. Sirenas. Luces azules.
Una pareja de agentes de policía llega a la escena, se baja de sus motos y corre hacia el coche que está deteniendo el tráfico.
Luis sigue con su festival de violencia. Sara recibe una ensalada de hostias, un repertorio de golpes que incluye unos cuantos poco ortodoxos. Como corolario, Luis trata de estrangularla con el cinturón de seguridad.
Los agentes abren la puerta del copiloto y consiguen despegar a Luis de Sara. Lo sacan del coche a la fuerza y lo reducen antes de esposarlo. Uno de los agentes vuelve a entrar en el vehículo para atender a Sara. La chica está de espaldas, quieta, en silencio. La toca para examinarla. Tacto extraño. Terror.
El agente sale del coche con el rostro descolorido. Su compañero le apremia.
—¿Qué pasa? ¿Cómo está? ¿pedimos ambulancia?
—Es… una muñeca.
Luis responde entre sollozos.
—Sí, pero ya no habla.
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