Rita Sedano
Pseudónimo: Sabina León

“No fue tan oscuro y obsceno como suena.
Me divertí bastante. Matar a alguien es una experiencia entretenida”

El estrangulador de Boston

−¿Has visto cómo las gotas que caen en el vidrio de la regadera forman figuras? Hoy particularmente veo cómo una gota degolló a la otra mientras hacían el amor.

Emilia debía salir de la ducha en cinco minutos para arreglarse y salir del hotel para reunirse con Teodoro que la estaría esperando en la playa para poder enterrar el cuerpo de Misael. Emilia tomó un Uber y apuntó como destino de su recorrido la dirección de un hotel que estaba a diez metros de la playa en donde la esperaba Teodoro. Durante el camino, sudaba de las manos y se le empezó a secar la garganta, además le molestaba salir con lluvia, y esa noche parecía que el cielo se desvanecía en llanto.

A pesar de su nerviosismo y el malestar, por momentos a ella le pareció que la lluvia era un acto de solidaridad de la naturaleza. Llegó al hotel en el Uber que había pedido, esperó a que el señor se alejara para caminar a la playa. Emilia estaba en el punto de reunión como a las 3:30 de la mañana, pero no vio a Teodoro. Comenzó de nuevo la ansiedad de que avanzara el tiempo y comenzara a llegar gente que normalmente hacía ejercicio en la playa o a los pescadores iniciando su ruta diaria de pesca.

Teodoro no llegaba, pero eso le dio a Emilia la oportunidad de recordar. La lluvia no cesaba y recordó que, en esa playa, pasó los mejores años de infancia a lado de su padre. Él la llevaba cada fin de semana, le enseñó a nadar, llevaban comida y jugo de uva para el pic nic que ya era una tradición sagrada. A lado de su padre, el jugo de uva sabía más dulce que de costumbre.

Cuando Emilia cumplió 12 años, su padre se fue con otra mujer. Una mujer que llevaba viendo a escondidas de su madre durante dos años y como embrujado por ella, dejó de frecuentar a Emilia. Años más tarde supo que su padre había tenido una hija y formado una nueva familia en la que definitivamente ella no formaba parte. Desde que su padre se fue, el sabor del jugo de uva era insoportable.

El olor de la playa tuvo un olor repugnante para ella durante muchos años, no pisó la arena de mar hasta que conoció a Misael. El día que estuvo con él en la playa, encontró una luna más atractiva, los olores cambiaban, vio el rostro de Misael, por primera vez lo acarició y se enamoró de él.

La lluvia elevó la marea alterando la estabilidad de las olas, estás chocaban directamente con una piedra gigante, pero a Emilia le parecía estar viendo al monstruo salado comiéndose a un pobre hombre. Teodoro llegó casi a las 4:30 de la mañana, se paró a lado de Emilia, y le dijo que ya tenía el cuerpo y la cabeza en la cajuela del coche, se había tardado porque lo había detenido un tipo de la Guardia Nacional para una inspección, pero salió bien librado cuando un automóvil con tres hombres alcoholizados volaba a 200 km por hora en la ciudad, distrayéndolos para poder escapar del retén.

−Emilia, te juro que de las muchas estupideces que has hecho, querer enterrarlo en alguna parte de esta playa es la más absurda. −dijo Teodoro como si llevara años tapando las atrocidades de Emilia, aunque particularmente decirle eso, era la forma de expresarle que realmente estaba asustado por el momento.

Pero a Emilia solo le interesaba bajar el cuerpo del coche, hacer un hoyo en la arena y dejar ahí al que había sido, el segundo hombre más amado de toda su vida. El primer hombre, no respiraba desde hace años, quizá estaba más cerca de lo que ella podría imaginar, quizá al sepultar a Misael ahí, la arena lo conectarían con su padre.

Bajaron el cuerpo, la lluvia había cesado, había quietud en la playa y Teodoro comenzó a cavar en la arena, mientras Emilia tomaba la mano del cuerpo de Misael y comenzó a retroceder en el tiempo.

— Mañana paso por ti a las 6 de la mañana, te sales rápido. −la voz de Misael le retumbó en la cabeza a Emilia y empezó a recordar.

Ella tenía solo veinticuatro años, y sabía perfectamente que su mamá no la dejaría pasar el día en la playa con un hombre veintidós años mayor que ella, así que tuvo que omitir el permiso, dejar una nota que se iba a la playa con una amiga, para regresar a altas horas de la madrugada, de esa manera no le haría preguntas incómodas que no podría responder.

Conoció a Misael en una convención de libros, cuando en un stand ella tomó el libro “La Tregua” y se le acercó diciéndole — ¡De mis favoritos!”.

— No lo he leído, pero si usted dice que es uno de sus favoritos, quizá considere comprarlo y leerlo. — dijo Emilia sin entender que detrás de ese acercamiento, Misael ya planeaba una conquista.

Conversaron, coquetearon y fueron por unas copas de vino. Cuando estaban en el bar, Emilia pidió un Monte Xanic, un vino que le parecía apetitoso por su sabor amargo, pero, en definitiva, esa noche le supo dulce y terminando la última gota de vino, tuvieron sexo en el estacionamiento. La emoción de hacer el amor con alguien más grande que ella, le producía más placer que el mismo hombre. Sexo ecuación, donde el resultado era una excitación agresiva, un momento arrebatado de inmenso placer.

Emilia no tenía intención de volverlo a ver, pero él la buscaba cada tercer día y la invitaba a salir. Al principio Misael no le parecía un hombre interesante, era muy básico, un empresario de medio pelo, que sólo hablaba de negocios y libros de estrategias corporativas, cosas que a Emilia le aburrían. Pero conforme pasaba el tiempo, notaba en él un humor muy picaresco y alegre. Un hombre divertido y relajado que le hacía soltarse de sus miedos y abrazarse a él con ternura.

Comenzaba a sentirse sumamente atraída de su simpleza para decir las cosas, de la forma en que su tosca cara dibujaba una sonrisa cuando ella le contaba cosas graciosas. Se enamoró porque él le externaba su interés por conocerla más a detalle, en besarla y convencerla de hacer viajes por el mundo.

Cuando Misael le propuso pasar el día en la playa, sabía que el entorno salado y húmedo de la costa, envenenaría a Emilia. A ella solo la movía la emoción de hacer algo prohibido, porque la playa le traía recuerdos de su padre, pero el vértigo que le provocaba salirse de su monotonía la hizo aceptar el plan.

Amar, una palabra acéfala, porque solo se siente con el cuerpo, no con la cabeza. Por lo menos así lo sentía Emilia, el cuerpo era lo que le hacía amar a Misael. Sus manos toscas y rasposas, se sentía como espuma por el cuerpo de ella, besarlo era dulce, suave, le hacía sentir delicada. Abrazarlo, le generaba electricidad en todo el cuerpo.

El vino que tomaba con él se convertía cada día más dulce. Su relación era cada día más intensa, más constante, las pláticas aburridas se convirtieron en las más interesantes, sus gustos y deseos permearon en ella como si siempre los hubiera tenido. Y cada vez que se bañaban juntos, Emilia le contaba a Misael, las historias que cuentan las gotas que se forman del vapor de la regadera en el vidrio.

Se mudó con él dos años después, y Emilia llenó la casa de pinturas dibujadas por su mejor amigo Teodoro. Un día, Misael le dijo que le parecían perturbadores los cuadros, que nunca encontraba la forma de lo que había dentro de ellos y que incluso los colores le parecían sombríos. Al parecer Teodoro no era tanto del agrado de él. Emilia sabía que era su inseguridad la que hablaba.

Recordó el día que se reunieron en la casa de Teodoro, fue una cena incómoda ya que en la madrugada él y Misael comenzaron a discutir sobre política y la conversación se tornó extremadamente agresiva y sarcástica entre sus argumentos. Emilia solo bebía vino, pero comenzó a sentirlo amargo, solo ligeramente amargo. Tomó a Misael y se fueron.

Durante esos dos años, ya había encontrado a Misael con dos o tres mujeres con las que le había sido infiel. Misael no era un hombre inteligente y sus infidelidades relucían ante los ojos de Emilia a no más de tres meses de empezar sus aventuras. Él cambiaba mucho sus pláticas e incluso horarios laborales cuando se acostaba con una mujer.

Misael llegó una noche y le puso sobre la mesa a Emilia cinco papeles que contenían el currículum de mujeres. Necesitaba una gerente administrativa y esas mujeres le parecían buenas candidatas, pero quería que ella escogiera una, la que más le parecía adecuada, sobre todo porque sabía de las inseguridades de Emilia con respecto a otras mujeres.

— ¿Por qué todas mujeres jóvenes? Las mujeres con más edad tienen más habilidades para una gerencia administrativa. — dijo Emilia en un tono brusco, la inseguridad le embriagaba el alma.

Emilia no entendía su afán de buscar siempre mujeres jóvenes y que por lo general eran atractivas. Al final, Misael contrató a Xóchitl del Sol, una mujer de la misma edad que Emilia, pero con más busto o por lo menos eso le pareció.

Cada vez llegaba más tarde, incluso ya había más viajes con Xóchitl del Sol por cuestiones laborales. Los primeros siete meses a partir de que empezaron los viajes, Emilia esperaba a Misael en la sala después de beber tres copas de vino, que fueron disminuyendo por el sabor amargo que le producía el tinto, cada copa era más amarga, más intolerante para ella.

No quería ser la lunática de revisar los mensajes del hombre, como lo llegó hacer su madre, le parecía ridículo caer en las absurdas historias de las novelas, así que, para distraer su mente, comenzó a leer historia de asesinatos, videos de las teorías del caso de crímenes pasionales, e incluso buscaba en internet los rostros de los asesinos en serie más sonados del último siglo. La distraía de la posible infidelidad de Misael.

Buscar asesinos por internet le generaba el vértigo de lo prohibido. Emilia incluso se levantaba en las noches y movía los cuchillos de cajón en cajón. Una noche, mientras ella volvía a cambiar los cuchillos de lugar, Misael entró a la cocina y le dijo que se estaba volviendo loca, lo que le provocó a Emilia el deseo de convertir la premisa tan ingeniosa en una discusión de nivel.

Dos días después del pequeño momento en la cocina, Emilia recibió la llamada de su madre, — me siento terriblemente angustiada por ti, Emilia. Me habló Misael ayer, dice que estuviste moviendo cuchillos en la noche.

La llamada de su madre provocaba molestia en Emilia, a ella qué más le daba que moviera cuchillos en la noche; su madre, la menos indicada para externar preocupación.

−No te preocupes, mamá. Yo sí tengo todo bajo control — dijo Emilia y colgó.

Emilia ya sabía que Misael se acostaba con Xóchitl del Sol cuando un día, al seguirlo, después de llevar todo el día estacionada en su coche a unas cuadras de su oficina, los vio salir y llegar a un Motel, incluso sabía los días en que se fugaban a ese lugar.

Emilia se fue a tomar un café con Teodoro una tarde en la que Misael se fue a un supuesto viaje de negocios. Le platicó todo, la manera en la que descaradamente le ponía los cuernos y la ligereza con la que manejaba la situación. Le pidió el teléfono de su primo, el que tenía un Motel cerca del puente de Mil Cumbres, precisamente ese era el que frecuentaban los amantes.

— ¿Para qué lo quieres? — preguntó Teodoro muy vehementemente sospechando que Emilia tramaba algo.

— Para preparar una cita romántica con el infiel de Misael. ¡Pues claro que no pendejo! Necesito que me haga un paro. — dijo Emilia en tono tajante.

Después de ese café con Teodoro, Emilia contactó al primo, le confirmó que en la noche del viernes un porche blanco llegaría al Motel, la voz ronca y aguda del hombre pediría un cuarto, el más caro, pues Misael nunca escatimaba en dinero cuando de seducir a una mujer se trataba.

Emilio le pidió al primo de Teodoro que les diera el último cuarto y que a ella le diera acceso antes de las 9:00 p.m., la finalidad era sorprender a su novio infiel, así que el primo de Teodoro aceptó. Emilia entró a la habitación y decidió darse un baño.

−¿Has visto cómo las gotas que caen en el vidrio de la regadera forman figuras? Hoy particularmente veo cómo una gota degolló a la otra mientras hacían el amor.

Después de salirse de bañar, secó el baño con algunas toallas que encontró en la habitación y trató de arreglar el cuarto para que no sospecharan que alguien utilizó la habitación antes que ellos. Siete minutos después de haber concluido la limpieza, sintió entrar a Misael y Xóchitl del Sol, así que corrió a esconderse en el baño.

Los escuchó platicar previo a los gemidos. Le pareció grotesco el tipo de pláticas que tenían los dos antes del sexo y desde luego, comparó los jadeos de Xóchitl del Sol con los de ella. Para nada se parecía, los de Emilia eran más intensos, excitantes. Se sintió aliviada de saber que la amante no le llevaba ventaja en eso.

Al cesar el momento erótico, Xóchitl del Sol, su excompañera de la preparatoria, entró al baño, volteó a verla, se acercó y le susurró −¿Ahora qué sigue? −Emilia le dijo que se quedara en el baño, que ella saldría para evidenciar la infidelidad y que luego le daría la señal para que se fuera. Sin embargo, al salir Emilia del baño, por impulso o quizá no, sacó un cuchillo de su bolsa y por detrás degolló a Misael.

Xóchitl del Sol era su compañera cuando estaban en la preparatoria, no eran grandes amigas porque siempre le robaba los novios a Emilia. Después de salir de la escuela, retomaron la comunicación cuando Xóchitl comenzó a trabajar en una agencia de autos con el hermano de Emilia. Cuando ella renunció en la agencia, Emilia la contactó y le aseguró el empleo de gerente administrativa en la empresa de Misael con la condición de que lo sedujera y le ayudara a encontrarlo en la infidelidad.

Quizá matarlo se le salió de control. Volteó a ver a Xóchitl, la amenazó con hacerle lo mismo si hablaba, así que ella salió corriendo de la habitación con la promesa de que no hablaría. Emilia confió en esa promesa, una mujer se solidariza cuando sabe del sufrimiento que se padece cuando existe una infidelidad.

Emilia le marcó a Teodoro para que llegara y una vez dentro los dos en el cuarto del Motel, ella saldría como si nada, le daría las gracias a su primo y se iría a un hotel cerca para ducharse, quitarse huellas de sangre y ocultar las armas del homicidio. Teodoro se encargaría de sacar el cuerpo sin dejar rastro. Si su primo sospechaba, Teodoro inventaría una buena historia para calmarlo.

Ambos viajaría a Ixtapa para sepultar el cuerpo.

— ¡Listo! ¿Segura que quieres enterrarlo aquí? Cuando se empiece a podrir lo van a encontrar.

— Sí — replicó Emilia — No hay mejor lugar en donde quiera dejar a Misael que aquí, en la misma playa en la que mi madre enterró a mi padre cuando decidió matarlo. Quiero dejarlo aquí, en donde mi madre sepultó mis recuerdos. Donde no veo más que fragilidad, lo delicado de amar a alguien sin medida y romperse en odio después. Quiero enterrar aquí la vez que lo amé, para que esas memorias se reconecten con las memorias de mi padre y se las lleve una ola gigante de mar para que dejen de atormentar mi cabeza por las noches. Quiero que la arena se trague el dolor de mis entrañas y que un día, lejos de aquí pueda beber jugo de uva y un buen vino sin temor de sentir el asecho de la traición doblando la pared de mi casa. No tengo el poder de guardar mis miedos en una caja, por eso quiero que el imponente mar se trague al monstruo que llevo dentro de mí. — dijo en llanto Emilia mientras se arrodillaba frente al mar.

Sirenas y patrullas de policías se escuchaban a lo lejos. Emilia de rodillas frente al mar, solo logró ver una cosa; como al fin se libraba del monstruo que llevaba dentro y éste se iba nadando al mundo de los recuerdos tristes, dejándola libre de cualquier odio, culpa y dolor.

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