Cuando Valentín era estudiante universitario, le pasaban muchas cosas, y
sería impensable describirlas todas. Pero hubo, entre otros, un día que
le cambió para siempre la vida.
Fue así: iba de camino al salón para entregar la presentación que el
profesor les había pedido de tarea a sus estudiantes la vez anterior
(Valentín preparó esa presentación con mucho cuidado y hasta la revisó
unas cuantas veces) cuando se le acercó una chica muy joven que él nunca
había visto antes. Esa chica le preguntó:
«Disculpa, ¿puedes decirme dónde están los libros de astronomía?»
Valentín se le acercó para mirarla mejor. ¡Esa chica tuvo algo que le
impresionó la primera vez, pero ahora le impresionó mucho más! Intentando
empezar una conversación con ella, le preguntó a su vez:
«Disculpa, ¿eres de mi facultad? Es que nunca te vi antes».
«No, vine de otra ciudad para buscar los libros. ¿Puedes decirme dónde
están?»
«Tienes que seguir hasta la esquina, doblarla y seguir a derecha. La
facultad de astronomía está allí, los libros también».
«Gracias», sonrió la chica y casi se puso de camino, pero Valentín la
paró:
«¿Cómo te llamas, si no te importa decírmelo?»
«Estrella, ¿y tú?»
«Estrella… lo eres, de nombre y de hecho».
«Gracias», sonrió la chica.
«Yo me llamo Valentín, por cierto».
«Fue un placer, Valentín, pero ahora tengo que irme, lo siento», y huyó.
Valentín no dejaba de pensar en esta chica. Ella tenía algo que él no
lograba olvidar. Y él decidió encontrarla, costase lo que costase.
Se puso a preguntarles a todos sus amigos si la conocían hasta que uno de
los últimos le dijo que sí. Entonces Valentín le pidió:
«Por favor, cuando tengas tiempo, pídele que venga a cenar conmigo.
Cualquier día de la semana está bien para mí».
«Vale, se lo diré entonces».
«Te lo agradezco».
Pasaron unas semanas, y Valentín empezó a ver a Estrella, cuyos
apellidos, como él descubrió un día, eran Fernante Gutiérrez, cada vez
más. Ahora ya no tenía dudas: ella era la que él necesitaba más de
cualquier otra cosa en este mundo.
Ella también se interesó a él y quiso conocerlo mejor. Entonces le
preguntó:
«¿Y a ti te gusta la astronomía?»
«Para serte honesto, no mucho. Hay todos esos cálculos que yo nunca
entendí y tal vez nunca entenderé, lo siento».
«Entiendo. Mi tío presidió la facultad de astronomía de la universidad
donde yo estudio».
«¿Y luego?»
«Y luego le prendió una gripe muy fuerte».
«¿Cómo así?»
«No sé, siempre estuvo bien y le pasó eso».
«Lo siento muchísimo».
«Gracias. Intentamos salvarlo, pero no pudimos».
«Lo siento aún más. Y dime, en aquella universidad no hay los libros que
buscaste?»
«Los hay, creo, pero nos mandaron a otras universidades. A mí me mandaron
a la tuya».
«Estoy muy contento de que nos conocimos».
«Yo también».
«¿En serio?»
«Sabía que no me ibas a creer, pero te lo juro, así de seria no había
estado nunca antes de hoy».
«Pues te creo», respondió él. «Nunca he visto una chica igual de guapa
que tú en toda mi vida».
«Gracias, qué palabras tan amables las tuyas».
Después de unos meses, le pidió que se casara con él, y con su maravilla,
ella aceptó.
En la boda hubo muchos amigos, tanto de parte de él como de parte de
ella. Una chica a la que ella siempre estuvo muy cercana en la escuela le
dijo:
«Tú has encontrado al amor de tu vida, ojalá yo encuentre al amor de la
mía también».
«Lo encontrarás pronto, lo importante es seguir buscando».
Luego Estrella se giró hacia Valentín y le dijo:
«Todavía no logro creerme que nuestras vidas van a unirse en una».
«Tuve suerte en conocerte. Eres una verdadera estrella».
Ella sonrió, pero no dijo nada. Probablemente estaba emocionada. Entonces
él continuó:
«Mientras vivas, serás la que más de todos brilla».
«Gracias», puso ella y se echó a llorar. Él le preguntó:
«¿Qué pasó? ¿Por qué estás llorando? ¿Dije algo que no debí decir?»
«No, por favor, no me hagas caso, a veces lloro sin motivo».
«Eso es normal. ¿Qué quieres hacer mañana?»
«No sé, pensaba hacer una caminada, ¿qué dices?»
«¡Eso es fantástico! La haremos juntos».
«¿Y si mañana se pone a llover?»
«Si mañana se pone a llover, prepárate para la lluvia, así no tenemos
problemas».
Por suerte, al día siguiente no llovió. ¡Estrella estuvo preocupada sin
razón! Cuando se enteró de eso, le dijo a su marido:
«Discúlpame».
«¿Qué quieres decir con eso? ¿Ya te vas? Por favor, no me hagas eso, que
recién nos casamos».
Ella, viendo lo triste que él se había puesto, le dijo:
«No, tranquilo, no te voy a dejar».
«Entonces ¿por qué me pides disculpa?»
«Porque tuve miedo a la lluvia, y como ves, no cayó ni una gota».
«No tienes que disculparte. Son cosas que suelen pasar».
«¿Qué te parece este lugar?»
«Está maravilloso», respondió él, «pero me da la impresión de que ya
estuve aquí».
«A mí me da la misma impresión», dijo Estrella y preguntó: «¿Quieres
regresar a casa?»
Mientras buscaban una casa que satisficiera a ambos, vivían en el cuarto
de hotel donde quedó Estrella (no había mucho para dos personas allí,
pero a ninguno de los dos le importaba).
«No», respondió él, «¿por qué? Podemos quedarnos así, si quieres».
«Me gustaría», respondió estrella, «pero ves, me estoy aburriendo».
«¿Te aburres conmigo? ¿Cómo así?»
No sabía cómo entender sus palabras.
Por suerte, resultaron ser mucho menos terribles de lo que le habían
parecido, porque ella contestó:
«No es que me aburra contigo, sino que no tengo nada que hacer así.
Regresemos al hotel».
Y lo hicieron. Valentín se sintió feliz por haber conocido a Estrella, y
Estrella se sintió feliz por haberlo conocido a él.
«Pienso que ahora ya no tiene sentido regresar al lugar del cual vine»,
dijo ella.
«¿Aquí te gusta más?»
«Claro, aquí estás tú».
«¿Se lo vas a decir a tu familia?»
«Sí, pero no ahora, no creo que tenga sentido decírselo ahora mismo».
«Como quieras».
«Había algo más que quería decirte, pero ya me olvidé».
«No pasa nada. Cuando te acuerdes, dímelo. Toma tu tiempo».
De repente, los dos vieron una huella en el cielo. Estrella preguntó:
«¿De qué se trata?»
«Yo tampoco lo sé, mi amor», y se pusieron a reír.
Llegados al cuarto, los dos se sintieron todavía más felices. Así se
unieron sus vidas.
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