Diarios de terapia | #sesión3

Diarios de terapia | #sesión3

Julieta Capristo

20/02/2023

En el camino al consultorio, pienso que me encanta saber que él escribe poesía, ahora sé que tenemos algo en común y me da mucha más libertad hablar de lo que escribo y no sentirme una boluda por escribir poemas o no saber cómo carajo entrar en la narrativa.

Sabés qué pasa, Martín, antes de la pandemia yo era relativamente conocida en el mundillo cultural: la gente hablaba de mí, me decían “el otro día charlando con un amigas te nombraron”, o me saludaba en la calle alguien que yo no sabía quién carajo era. A veces, incluso, me fastidiaba salir llorando porque me daba miedo que me vean así, poner cara de está todo bien, o bueno, mil veces me hice la boluda para no saludar. Mi vida en Villa Crespo era así. Fueron siete años de hacer eventos, gestionar cultura. Después, en el 2020 pumba, me fui a vivir a Constitución, a la vuelta de la Facultad de Sociales. Ahí también me conocían -o bueno, en ese caso, yo conocía a mucha gente de las cursadas. En una época, podía tardar una hora en irme de la facu con tanto pasillo que metía. En el 2020 con fsoc cerrado, el barrio se convirtió en una tristeza: señores que viven en la calle vagabundeando, que caminan sin saber a dónde ir, que caminan solo por el hecho de moverse.

La casa de Fer siempre fue una tristeza. Quería sacar a la mierda las cajas de ropa de su abuela, Esther. Pero la vieja, como buena vieja paqueta judía, había tenido unas cosas increíbles: anteojos, pulóveres, tacitas de porcelana naranjas, violetas, adornos carísimos. Muchos me los fui sirviendo a mi casa de soltera porque Fer siempre me decía llevate todo lo que quieras. Cosas que en Palermo te cobran un huevo.

La cuestión es que yo no quería vivir en Constitución, ni con Fer. Pero la cuarentena sola, imposible. Hubiera sido un camino directo a tirarme por el balcón.

En Consti, con la facu cerrada, no me conocía ni el loro. Y el barbijo tampoco ayudaba. ¿Viste al principio pensábamos que no reconoceríamos a la gente por el uso del barbijo? Bueno, yo creía que me pasaba eso, no podía ser que no viera ni siquiera a estudiantes.

Nada. Nadie.

Las únicas dos personas estaban en San Telmo: mi amiga Lupe y mi alumna Elisa.

Con Lupe empezamos a caminar por Puerto Madero. ¿A quién mierda voy a conocer yo que ande por ahí?

Nada. Nadie.

Elisa se inventó una excusa para salir: decía que no me podía pagar por transferencia, así que una vez por mes venía hasta casa con 5 mil pesos que me daba en efectivo por las clases en el hall, charlábamos un ratito y chau, chau. Nos vemos en Meet.

Enloquecí encerrada en las paredes de Fer sin vista a la calle, sin cielo ni sol. Todo muy interno.

Después, en marzo del 2021 nos fuimos a Mataderos.

Ah, qué lindo es Mataderos, un barrio lleno de mística, casas bajas, jardines, plantas con frutos en las veredas. ¿Sabés que en el camino al consultorio a veces camino por una calle que tiene un árbol de moras? Las manoseo un poco para sacarles la mugre y me como varias. Me gustaría traerte, pero no es una ofrenda muy vistosa.

¿A quién iba a conocer yo en un barrio popular que no es aspiracional? Más vale que a nadie.

Qué callado estás hoy, Martín.

Bueno, nada. La cosa es que si vos y yo charláramos más, no me extrañaría que tengamos conocides en común. Pero obvio que si nombro a alguien que conocés vos, no me lo vas a decir porque sos así.

Igual, el otro día vi una foto en el Instagram de Nati Romero y dije “epa, ese es Martín”. Me dio mucha gracia, se lo dije a ella y le aclaré que no me diga qué escribís porque seguro vos no querés que sepa. Dijo que sos muy dulce y divino.

No me llama la atención que hagas taller de poesía con alguien que conozco, con quien hice algunos años. Me da simpatía.

O sea, gente de nuestra edad significa, para mí, conocidos en común. Conozco miles de personas. Ahora me hice invisible. Se me pasó el cuartito de fama. Me fastidiaba bastante también. No me podía deprimir en paz. La gente esperaba de mí una sonrisa que a veces no tenía. Ah, ya te lo dije esto.

Ahora soy nada, nadie.

Es muy duro eso, eh. Aunque es algo que quería.

Pensé que al irme a vivir a Caballito iban a volver esos encuentros callejeros inesperados. Y no veo gente que podría ser mi amiga pero no sé quiénes son. Hay señoras paquetas que serían las mamás de los artistas que conozco. Es raro, no me gusta mucho. Me gustaría de vez en cuando cruzarme con alguien copado, charlar dos boludeces y seguir. Me renueva la energía eso.

¡Ah!

Me gustaría volver a ser reconocida. Me daba energía, las personas me agradecían, me abrazaban. Ahora, nada.

Si fuera o hubiera sido famosa de verdad, tipo Darín, no sé, me mato. Qué vida insoportable debe ser.

Antes me fluía mucho más el laburo por eso mismo, porque estaba activa y todos veían lo que hacía y se generaba la rueda. Ahora soy solo una piba más entre miles, el mundo da talleres de escritura y los difunde por redes.

Y encima, me dan mucha paja las redes sociales. No me gusta, no quiero estar ahí.

Hasta acá, vamos hasta acá.

Me dan mucha paja las redes sociales, no quiero estar ahí.

Bien, bien. Buen trabajo. Hay que pensar qué significan esas redes sociales para vos, dónde están, cómo entrás ahí, si las generás vos o te acercás a las que existen, a las que generan otres. No tenés porqué ser vos la que está produciendo, podés entrar, experimentar qué te da un lugar, una propuesta ajena.

Es importante diferenciar también la vida privada de lo que compartís con el afuera.

La semana que viene no estoy, así que nos vemos la otra, ¿sí?

Sí.

Camino por Ciudad de la Paz.

Odio que se vaya de viaje, que haga cosas que parecen grandiosas, que sea imposible estar en primer lugar. Para mí, la terapia, Martín, está antes que todo lo otro, en un lugar que abarca todo lo que hago, pienso, siento y soy.

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