Una vez leí una frase que dice:
‘Lo que te duela, sácalo fuera.’
‘Quien llora mares, con el tiempo los surfea’.
Entonces luego de esa frase, se me vino a la mente pensar que quienes no pueden llorar, también en la arena es posible surfear.
Hacer sandboarding (es un deporte que consiste en el descenso de dunas o cerros de arena, con tablas especiales parecidas al snowboarding, pero éste último es sobre la nieve).
Sobre la arena o nieve también se puede, todo depende de que tan resiliente quiera o pueda ser cada uno.
Realmente amé el significado de esa palabra cuando la descubrí en la adolescencia. Porque hacía tiempo venía comportándome de esa manera pero no sabía en ese entonces, que había una palabra que englobaba lo que todo eso conlleva en una sola palabra: Resiliencia. Según la definición buscada en Google, es la capacidad de adaptarse a situaciones adversas de forma constructiva, adaptarse y fortalecerse al pasar por un momento traumático. Amé y amo esa palabra. A él también lo amo pero ya no me ama, jajaja, ves? Me tomo con humor algo que es totalmente doloroso para mí en las noches cuando la soledad aplasta en la oscuridad sin pedir permiso.
Así que por más que uno sea positivo, hay que admitir que esto de ser pragmática a veces cansa, pero es de vida o muerte, y me aferro mucho a la vida como para no seguir adelante a pesar de algunos bajones.
El segundo dolor mas fuerte después de la pérdida de un ser querido, es el amar y no ser correspondido.
Sentir amor por alguien, y saber que el otro no te ama…
El fingir amistad cuando en realidad hay un inmenso e infinito amor.
El poner una sonrisa en la cara cuando por dentro se destroza el corazón.
Amor sin reciprocidad. Que no puede usarse y está en la banca esperando salir a que jueguen con él (al menos), pero no tiene oportunidad en este partido, ni siquiera para que lo usen de pelota.
El momento de salir, arriesgarse y jugársela en la cancha, ya pasó. Pero él sigue sentado ahí.
Ese iluso corazón, sintiendo dicho amor de manera idiota.
De manera insulsa y sin importar que no recibe absolutamente nada a cambio.
Es el acto más noble y desinteresado que he visto. Siento pena por él…
Verlo esperando ahí, sentado día tras día y sin perder las esperanzas.
El tiempo se le va pero sinceramente no le importa.
La mente junto con la razón no pueden hacer nada. Ya tiraron la toalla.
Uno le habla y su mirada está perdida haciendo caso omiso a cualquier palabra, como si el tiempo no existiera.
Como si el espacio fuera superfluo.
Ese corazón está sordo. Tontamente esperanzado y sordo.
La mente ya se cansó, decidió dejarlo por su cuenta y entender que simplemente siente lo que siente.
Aceptó que las cosas son como son y no puede obligarlo a hacer nada a ese sordo corazón. No tiene explicación para sus sentimientos no correspondidos. Para eso no hay una definición. Va más allá del tiempo y la razón, como si ese amor trascendiera por muchas vidas, por muchos mundos y de manera ilimitada. Amando sin recibir nada, esperando como si el tiempo fuese una simple parada.
Tonto corazón.
La mente no puede hacer nada, pero inevitablemente sufre las consecuencias.
Ya que al estar el corazón dividido en dos, la mitad más grande está ahí sentado esperando a su gran amor, y la otra mitad hace trabajo por partida doble. Siente amor y satisfacción por cosas que adora hacer el huésped, pero no es igual a un trabajo hecho al cien por cien con las dos mitades.
Esa división y esa dualidad, a veces duelen demasiado y es inevitable sentir como al cuerpo le cuesta el doble sobrellevar algunos dolores.
Sobre todo el dolor del desamor.
El segundo dolor más grande.
El huésped de ese cuerpo, cuando experimenta el desamor, se inunda en sus propias lágrimas, siente vértigo en el estómago, un agujero negro de antimateria se le forma en el pecho a la altura del corazón.
Le cuesta respirar como si se estuviese ahogando, a punto de sufrir un ataque de pánico.
De sus dos orificios brotan aguas sin piedad.
Llora sin cesar hasta que literalmente se queda sin lágrimas. Y con la cuenca de sus ojos súper hinchados.
Cada sollozo mueve las aguas haciéndolas aún mas y mas turbulentas.
Cuando el dolor es drenado del huésped y el llanto se calma, termina flotando en su propia madera de desilusión.
Esa madera hecha del roble de la desesperanza, con raíces muy amargas pero llena de unos frutos rojos nunca antes vistos y con el sabor más dulce del mundo. El sabor más dulce de su mundo.
Se queda sobre esa madera inmóvil. Quieto.
Sintiendo en todo el cuerpo como el agua empieza a ondear.
Y cuando esa quietud se empieza a quebrar, y el dolor parece dar un respiro, se acuesta sobre su propio pecho empezando a nadar hacia ella. No escapando de esa gigantesca ola, si no, dirigiéndose directamente hacia ella.
Se levanta levemente sobre su propia tabla intentando mantener el equilibrio.
Ese maldito y necesario equilibrio…
Cuando viene otra ola de dolor hecha con agua de sus propias lagrimas, no le queda más opción que empezarla a surfear.
Esa ola se hace tan inmensa, que en lugar de alcanzarla, atraviesa un inexplicable túnel de agua formado por esa enorme lengüeta cristalina y espumosa.
Lo atraviesa, manteniendo el equilibrio y cruza un túnel precioso de agua… Mientras lo hace, la enorme ola detrás del cuerpo surfeante sobre la tabla, parece cerrarse justo cuando pasa. Extiende su mano, y acaricia su propio dolor.
La ola se dispersa.
Y sigue ondeando de pie en la tabla sobre esa misma agua.
La mitad del corazón que está en la banca, en el único momento en que reacciona y está alerta, es cuando el cuerpo está en peligro y el huésped surfea su propio dolor para salvar su vida. Esa que aún le queda mucho por vivirla.
Surfea para no terminar hundido en las mismas aguas que él creó con tanto llanto en momentos de desesperación y desolación.
Por más que esos momentos sean simplemente efímeros.
Surfea en las propias aguas de sus tempestades con su tabla de surf forjada con la mismísima madera de desilusión del árbol de la desesperanza.
En un acto rebelde para domarla y aceptarla. La desesperanza está debajo de sus pies, y no por encima de su espalda donde le sería imposible controlarla.
Surfea y surfea su dolor, la posibilidad de caer no existe en su mente ni en su imaginación.
Sus pies están pegados metafóricamente, y cuando parece que va a caer, sostiene la tabla con las manos y acomoda su cuerpo sobre el aire. Como si la gravedad no fuera un contrincante.
No existe la posibilidad de caer.
Si cae, su cuerpo quedaría inmerso en un mar profundo e inalcanzable de aflicción.
Se atreve a tirarse sobre su espalda contemplando el cielo si necesita un descanso.
Pero nunca dejándose consumir por ese mar inmenso.
Debe mantenerse en pie, aunque el cuerpo le tiemble.
Tiene que llegar a la orilla pase lo que pase, y volver a la tierra de la realidad. Caminar por las arenas de las posibilidades bajo un sol implacable pero esperanzador.
Descansa en la sombra de una enorme palmera llamada olvido, hidratándose de un coco con néctar de alivio y partido a la mitad por una piedra de ira y enojo.
Ver la tormenta desde allí, parece pequeña, pero no deja de ser implacable.
El agua es hermosa a pesar del dolor, pero estar mucho tiempo sobre ella, puede hacerte perder lo poco que queda de razón.
Estar en tierra firme se siente bien.
Cada quien atraviesa sus etapas a su tiempo y a su manera. Y por sobre todas las cosas, cada uno es libre de dominar o manejar su propio dolor.
Soy la voz de la conciencia, esa voz que solo el portador de este cuerpo puede escuchar.
Otra observación no menos importante, es que el huésped, jamás tuvo la oportunidad hasta ahora, de conocer ‘personalmente’ el mar, las dunas o los desiertos. Y mucho menos, su tan preciada montaña nevada en invierno.
Aún no ha podido conocer personalmente ninguna de éstas tres maravillas…
Pero…. ¿Existe algo en nuestra imaginación que no podamos hacer?…
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