Deja de sujetar lo que no puedes cargar, deja de lado aquello que no te hace bien. Elige todo aquello que sea la solución para estar un poco más en paz. Eso siempre le decía Jarol a Cecilia.

En un mundo donde todo parecía ser un caos por las malas decisiones de amor, aún había una incompleta. Porque está claro que algunas fantasías que suenan a ser realidad no llevan días sino años y no, para encontrar esa persona que te complementa tampoco será ese primer flechazo.

Tuvo una despedida poco común. Te voy a extrañar, fueron las últimas palabras que menciono Cecilia al despedirse de Jarol en el cementerio. Había llorado inconsolablemente hasta el punto de hinchar sus ojos y teñirlos de rojo. Eso ocuparía su mente por un instante.

Olvidaba frecuentemente a su familia, su nombre, el lugar donde vivía, que tenia hijos y perdió a su nieto en un accidente. El pequeño Alan solía ir los domingos a la casa de Cecilia a dejarle flores, así que ese domingo en la mañana que dejo su último ramo y salió por chocolate era lo único que recordaba.

Creció en medio de los mejores paisajes, tenía rosales en casa y veía bailar a sus nietos en el patio. Eso era algo que le hacía gozar su existencia. Todo lo que disfruto de niña luego de sus 85 años parecían ser simplemente cortes de recuerdos. Algo así como esas escenas de una novela que deben repetirse una y otra vez antes de que salgan al aire.

La gran diferencia es que repetir las cosas para Cecilia era de vital importancia, porque tomaba hijos en la calle sin serlo y si encontraba una casa con rosas rojas, no duda en pensar que esa era su casa. Cuando tuvo 26 años encontró a ese loco amor con quien podía bromear, ser mejores amigos y rivales al mismo tiempo para una lucha con almohadas. De esos que les gustaba conocer pueblitos, ir por helados en la tarde, proteger, cuidar, llenar de frutillas y uvas, dar ciertos besos sabor a chocolate y sobre todo la disposición de hacerle descender escalones entre sus brazos.

Era increíble haber hallado un amigo y a quien amar en la misma persona. Eso la lleno de gozo, el «te amo», se volvieron palabras a otro nivel. Y dentro de tantas decisiones, estar sola ya no era una opción. Y cada uno era consciente que no llego a la vida del otro primero, pero estaban logrando ser los últimos de su existencia.

Era verano por la tarde donde casi el sol estaba por hacer su baile de despedida dejando notar sus últimos rayos de luz. Así que Cecilia no dudo ni un instante en acercarse a la ventana de su habitación para contemplarlo y recordar a su amado. Jarol había fallecido hace un año. En su último día de ver a Cecilia fue claro al decir:

Cecilia, mi amada Cecilia.

A pesar de que la vida ha querido separarnos por tu olvido, yo te recuerdo.

Y más caprichosa se ha puesto aún al visitarme la enfermedad, pero me has curado.

Hoy despego como un avión a otro sitio, a uno que parece ser infinito.

Hoy quisiera que me cambies los planes cuando veas los últimos rayos de sol.

Nuestra historia no morirá, aun si yo desaparezco y tú me olvidas.

Dejamos demasiado amor entre nuestros semejantes, y nuestra distancia

para quienes confían en el amor será solo la espera de un gran segundo encuentro.

Cecilia no recordaba todas estas palabras, pero ver el sol de alguna manera le quitaba al Alzheimer todo lo que él le había robado. Entonces, por más que haya olvidado casi todo lo vivido con Jarol se aseguró de tener presente solo dos días para poder mirar al cielo y repetir como si fuera una oración en la iglesia…

Fuiste mi mejor amigo y si, hoy es 31, 30 días de recordarte y 1 de agradecerte por haberme puesto el mundo al revés.

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