El Mar y la Espuma

El Mar y la Espuma

Garza2000

31/01/2023

#bocadillo       

           La tarde se perfilaba fría e interminable. No solo el sol de aquel verano se mostraba esquivo, sino que nuevamente, ese vacío bien conocido por mí volvía a envolverme con su manto y me hacía ver aún más gris todo mi entorno.
Cerca mío, Nori iba y venía sin dar señales de que percibía mi presencia, custodiada solícitamente por la asistente, que seguía sus pasos. El Alzheimer ya había vaciado todos sus recuerdos, y no satisfecho con ello,https://clubdeescritura.com/editar/?participacion=12895951# había también pulverizado todo vestigio de lo que fue nuestra vida.
Sin embargo, para mi alivio, el tiempo había logrado que mi percepción de la situación se tornara algo más llevadera, y hasta había intentado tratar de rehacer mi vida. Pero aquella tarde, como muchas otras, un durísimo golpe de realidad me volvía a mostrar la verdadera dimensión de las cosas. Desfilaba con languidez por mi mente mi vida entera, momentos especiales, y particularmente los últimos diez años de pura lucha, cuando apareció la enfermedad, las pocas batallas ganadas, el penoso ingreso de mi vida a la sombra de la soledad.

Pinamar ya no era lo mismo que en los dorados tiempos en que desembarcamos en sus playas. No porque la ciudad hubiese cambiado. Era mi vida la que había cambiado, arrastrando también la imagen de todo aquello que me rodeaba.
Tomé ofuscadamente mi libro de cuentos de Julio Cortázar, subí apuradamente al auto y manejé sin rumbo durante horas hasta que, sin darme cuenta, me encontré tomando un café en la Innsbruck. Disfrutaba esos momentos de soledad en la Innsbruck. El ambiente de verano, la lectura y mi debilidad, las tortas de manzana que allí preparaban. Mientras leía uno de los cuentos, sin proponérmelo, la imagen de Lisy, vino a mi mente.
Ella, había sido una reconfortante y comprensiva compañera que le dio plenitud a mi vida algunos meses atrás. Meses en los que sentí que mi existencia volvía a brillar. Hasta que, como en otras ocasiones, ese implacable manto gris de la realidad, que ahora volvía a invadirme, lo envolvió todo nuevamente, alejándome de su cariño y su calor.
Me pregunté si estaría también en Pinamar, ya que uno de sus hijos tenía un cómodo departamento cerca del centro de la ciudad. Me armé de valor y le envié un mensaje que como siempre fue rápidamente respondido por ella. Para mi alegría, estaba en la ciudad.
Decidimos que pasaría a buscarla, daríamos una corta vuelta y luego quizás un café en la Innsbruck.
A los pocos minutos estaba en la elegante avenida del Libertador y Tritón buscándola, para luego seguir camino hacia la avenida costera a donde llegamos rápidamente. Ya había oscurecido y el cielo se mostraba limpio y estrellado.

Fue en ese momento, muy cerca de la costa, que ambos, al mismo tiempo, percibimos la vista de la luna, recostándose contra la escollera de Ostende a la vez que realzaba las líneas de espuma que producían las olas sobre la playa, que brillaban como líneas de plata sobre el marrón de la arena.
Si hay algo que Lisy amaba, eran el mar, las blancas líneas de su espuma, y la imagen que ambos estábamos presenciando conformaba un cuadro único, de una belleza impactante.

En Pinamar, y mucho más en verano, está prohibido ingresar con vehículos a la playa. Además, en la ciudad, hay vallas que lo impiden a lo largo de la avenida costera. Pero ambos vimos que una parte de ese vallado faltaba, habiendo ya algunos autos ingresado a la playa.
Mi automóvil poseía doble tracción, pero nunca lo había probado porque era relativamente nuevo. Le desconfiaba a la caja automática ya que era la primera vez que manejaba un automóvil con ese tipo de transmisión.
Entrá, me dijo Lisy. No podemos perdernos ese espectáculo. Yo, mucho menos audaz que ella, me resistía. Entrá, insistió, contagiándome su juvenil energía que aún pasados sus 50, afloraba a cada momento. El panorama se mostraba bastante arriesgado, la arena blanda, un patrullero policial rondando y algunas personas caminando por la playa. Algunos vehículos ya se habían animado a entrar sin preocuparse de las posibles consecuencias.¡Entrá!, insistió nuevamente Lisy.
Y fue allí donde comprendí que realmente estaba poseída por el impactante espectáculo que se nos ofrecía y que estaba dispuesta a sumergirse en él a toda costa. Sus planes, como comprendí luego, eran darle al paisaje un significado nuevo y agregarle un recuerdo único que nos acompañaría para siempre.

Yo ya hacía tiempo que venía resistiéndome a muchas de mis estructuras y me había vuelto bastante más transgresor. Fue entonces que me dije: ¿por qué no? Y sin pensarlo dos veces, enfilamos hacia la espuma. Los ojos de Lisy brillaron de una forma especial que siempre voy a recordar, reflejando aún más la luz de la luna. Llegamos casi hasta el borde del mar y contemplamos largamente la imagen que generosamente nos ofrecía la naturaleza. Hacía frío, por lo que permanecimos en el auto, pero la atmósfera se percibía limpia y brillante. La música sonaba débilmente en nuestros oídos. 

Y fue en ese preciso momento y sin darnos cuenta, en que se desató la locura… 

Sin decir palabra, empujados por el entorno que nos envolvía, comenzamos a besarnos apasionadamente. No importaron autos, personas, ni nada que perteneciera a este mundo. A los pocos segundos comenzamos a arrancarnos la ropa sin dejar de besarnos y en minutos hacíamos el amor alocadamente. El tiempo casi llegó a detenerse, transformando aquel instante en un espacio interminable donde la luna y las estrellas nos acompañaron con su luz, marco perfecto para esos instantes.

Y fue así, que con mis más de 60 años, hice lo que nunca había hecho. Como un adolescente, transgredí reglas, rompí estructuras y sin que nada me importara me dejé llevar por el irrefrenable e intenso deseo de vivir.
Apenas un instante que se hizo infinito, en el que nuestros espíritus dejaron este mundo, nuestras mentes olvidaron penas y soledad, y en esa noche de verano, mi manto gris, se transformó en una vivencia imborrable que llevaré por siempre, en la que se mezclaron nuestros cuerpos, sus pechos tibios, el brillo de sus ojos junto al calor de su aliento, la luna frente al mar y las caprichosas líneas de plata que en la playa, dibujaban el mar, y su espuma…

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