Si las cosas hablaran, mi heladera sabría la cantidad de veces que estuve sola y aburrida en casa deseando verte. Mi almohada se quejaría por tantas noches en las que la humedecí con lágrimas y la llené de mil pensamientos absurdos de una vida que nunca llegaría a vivir o personas que hubiese preferido no conocer. También te contaría de las veces que le sonreí, sin más, al recordarte.

Si las cosas hablaran, mis bolsillos confesarían que están enamorados de mis manos frías, y de tus manos porque las entibian. Mi mochila narraría los viajes que vivió y los recuerdos que trae consigo. Mi biblioteca hablaría de amor, de aventuras, del significado de la amistad, de tragedias, de fantasías. La taza de porcelana te diría lo mucho que le gusta que mis labios la besen cada mañana, y de cómo saben distinto después de que te veo.

Si las cosas hablaran, mis bufandas podrían decirte la longitud y diámetro de mi cuello, y de cómo cambió su aroma cuando te conocí. Mi abrigo contaría cómo me duelen los brazos por no abrazarte, y mi corpiño cómo se me acelera el corazón cuando lo hago. Mis anteojos te dirían cómo te ven mis ojos: perfectamente imperfecto y todo mío. Mis esmaltes revelarían que me como las uñas cada vez que peleamos, y que dudo de mí, de si te gusto, de si vas a dejarme, de si me querés como te quiero yo.

Si las cosas hablaran, mis almohadones se quejarían porque los muerdo cuando grito de alegría o frustración y no quiero que nadie me escuche. El mate podría decirte lo agradecida que estuve cada vez que alguien se acercó a hablarme. Mis zapatillas, algo cansadas, relatarían detalladamente el camino de mi casa hasta tu casa, y de cómo maldije a la distancia más de una vez. Mis cuadernos sólo dirían: “Mirá”, y se mostrarían a sí mismos para que vieras todo lo que escribí sobre vos.

Si las cosas hablaran, mis auriculares enumerarían las canciones (que ya se saben de memoria) que escucho después de juntarnos o cuando no podemos hacerlo, cuando peleamos o cuando pienso en vos o en los momentos que pasamos juntos.

Si las cosas hablaran, revelarían mil y un secretos, esos que sólo guardo para mí y que ellas inevitablemente conocen como testigos, silenciosas espectadoras, del curso de mi vida.

Si las cosas hablaran, yo estaría en graves problemas porque debería dar muchas explicaciones: tendría que aceptar que te quiero más de lo que esperaba quererte o creía poder querer a una persona, y, también, que no quiero perderte; es más, me da miedo perderte. Me vería obligada a reconocer lo importante que sos para mí, y cómo cambiaste mi vida desde el primer momento en que entraste en ella.

Si las cosas hablaran, yo me volvería débil, vulnerable, estaría expuesta a mis sentimientos. No me quedaría más que reconocerlos y hacerme cargo de ellos.

Por fortuna, las cosas no hablan, y mis secretos están a salvo, guardados para siempre en mi alma y el silencio de mis cosas.

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