Capítulo 4 – El pingüino

Camilo despertó con resaca, pero apenas escuchó el despertador se levantó presuroso. Puso la pava al fuego y buscó alguna pastilla que le sacara los dolores del cuerpo. «Lo bueno de los dolores es que se pueden sacar». Prendió la televisión y se dejó caer en el sillón. Todavía no habían empezado. Hizo zapping en varios noticieros y finalmente dejó el que enfocaba más caras. Le encantaba jugar a recordar los nombres, y cuando se juntaban todos podía medir su nivel de información. Desde que se había mudado a La Plata no dejaba de incrementarlo

Había leido y escuchado mucho sobre el pingüino, pero en su mirada lo único que importaba era su afiliación duhaldista. Además, como decía su viejo “quien gobierna una provincia tan rica y no saca a todos de la pobreza es porque no quiere”.

Observó silencioso como ese hombre feucho asumió la Presidencia de la Nación y después se cocinó unos fideos con manteca. En realidad no tenía hambre pero quería tomar una medida de escocés y le parecía mal hacerlo solo con mate en el estómago. Sonó el teléfono de la cocina a mitad del plato.

―Hola querido.

―¡Abuela! ¿Cómo estás?

―Bien bien ¿qué me va a pasar eh?

―Nada abuela preguntaba nomás.

―Bien bien estoy. Contenta con el Presidente. ¿Lo viste? ¡Es un loco! Mirá que atravesar caminando la plaza… un loco es…

―Sí lo vi. ¿Y lo de la cámara?

―Pobrecito, mirá que golpearse así. De la emoción del momento nomás. Un loco… ¿¡Cómo va a atravesar la Plaza de Mayo con toda esa gente!?

―Bien peronista ¿no?

―Sí, sí… estoy contenta. Vos nene ¿estás comiendo bien no?

―Si, por supuesto.

―Mentira, no te creo nada. Seguro que porquerías comes. Mañana te mando una encomienda. No, mañana no, porque te voy a hacer milanesas. El martes nene te la mando, andá a buscarla ¿eh?

―Bueno abue. Gracias.

―No, no, nada de gracias ¿qué voy a hacer si vos no comés más que porquerías? Un dolor de cabeza, eso sos.

―Bueno abue está bien. Voy a seguir comiendo ahora.

―¿Ves lo que te digo? Comiendo a estas horas… Un desastre sos, eso es lo que sos. Bue´ bue´. Seguí comiendo, pero lavate las manos antes que tocaste el teléfono sucio. Cuidate nene, chau, chau.

―Chau abue.

Terminó los fideos con desgano, se preparó un trago, lavó los platos y se instaló de nuevo en el sillón. Uno de los principales inconvenientes de vivir solo son los domingos. El silencio de los domingos. La brisa en la ventana de los domingos. El fútbol, las parejas de la plaza, los viejos con sus perros de los domingos. Había un libro de historia de la economía argentina olvidado a su lado. Lo miró, lo pensó y decidió que no era una buena idea.

―Un gato me voy a conseguir― dijo en voz alta para responderle al murmullo sinsentido del televisor.

Buscó el celular a su alrededor. Era nuevo y todavía no se acostumbraba a lo pequeño que era. Parecia una pequeña rockola y sonaba agudo y estridente las raras ocasiones en las que sonaba. El Tano tenía uno idéntico y lo habían confundido una o dos veces hasta que la Lula decidió comprar stikers brillantes de animalitos. Una jirafa para el teléfono del Tano y un león para el de Camilo.

“De alguna forma todo lo que hace la Lula brilla”. Se acordó de cuando la conoció. Estaba sentado en la barra de uno de los bares del barrio de la vieja estación de trenes emborrachándose desde hacia horas. En un momento indefinido de la noche se acercó a hablarle un flaco altísimo de sonrisa amplia y divertida.

―Che amigo― le había dicho ―no tenés que estar acá tirado solo ¿querés venir a nuestra mesa?

―Estoy bien.

El flaco rió amistosamente.

―Cualquiera estaría bien con todo lo que tomaste. Pero lamento comunicarte que fuiste elegido el sujeto observable de la noche.

Camilo se asustó un poco.

―¿A qué te referís?

―Con mis amigas miramos gente e intentamos adivinarles la vida. Sobre vos no nos pusimos de acuerdo, pero igual nos caiste bien, asi que las chicas me mandaron para que te lleve a nuestra mesa.

No dejaba de señalar una mesa al lado de una ventana. Camilo tardó en percatarse, pero cuando lo hizo una alegría irreprimible apareció en su cara. Desde una mesa llena de botellas y vasos vacios lo saludaban las dos mujeres más hermosas del bar. Las había mirado al entrar. La morocha usaba una pollera cortita y tenía las mejores piernas que se pudieran imaginar. Las cruzaba y descruzaba, luciéndolas orgullosa, audaz. La otra era la clásica belleza rubia, tetona y con cara de ángel.

―Dale, venite― dijo el Tano y se alejó sorteando mesas.

Camilo le avisó al barman que cambiaba de lugar y tomando el vaso siguió al desconocido. “No se ni como se llaman”.

Ellos le contaron brevemente sus vidas: Rocío, estudiante de medicina, el Tano, que laburaba en un kiosco, y Lucía, la Lula, modelo y estudiante del último año del polimodal. No le preguntaron mucho ya que notaron pronto su timidez; en cambio siguieron charlando de cosas de la vida, y escuchaban interesados cada una de las pocas veces que habló. Al final de la noche las chicas le pidieron el mail y el domingo Rocío lo encontró en el chat y lo invitó a la plaza. Así fue, con esa simpleza, que conoció a sus más queridos amigos, hacia ya más de un año.

Por fin encontró el celular, buscó el contacto de la Lula y la llamó. Atendió la cautivadora voz de Julián.

―Hola.

―Hola. Habla Camilo.

―¡Pibe! ¿Cómo estasssss?

―Todo bien che. Buscando a la Lula.

―Ahi te la paso.

De fondo se escuchaba una del Flaco y vocecillas chillonas, febriles.

―Hola amiguito.

―Hola Lula ¿en qué andas?

―En un asado en casa con unos compañeros de trabajo de Julián ¿querés venir?

―No. ¿Más tarde? ¿Mate? ¿Whisky?

Se rió “como sólo ella sabe” y con eso llenó de gozo a su amigo.

―Cenamos en lo de mis señores suegros― volvió a reir pero ya no fue lo mismo. ―Te llamo si no terminamos tarde.

―Listo. Besos.

Colgó mientras escuchaba los interminables saludos de la Lula. Refunfuñando agarró el libro de historia de la economia argentina y se hundió en él. Y en cuatro vasos más.

Era casi medianoche cuando lo despertó el chillido penetrante del celular. Se sentía borracho y dormido. Mala combinación.

―Hola.

―Hola amiguito ¿qué estás haciendo?

―Duermo

Tardó unos segundos en contestar.

―¡Ah, piola! ¿y se van a quedar un rato más?

―¿¡Qué!?

―Listo. Voy para allá entonces. Besitos.

“Esta mina está muy loca”. Se metió en la ducha y cuando se hubo despertado un poco se vistió. Cuando bajó a abrir saludó con un gesto a Julián, que estaba en el auto.

―¿Recién bañado tenías que estar?― fue el saludo de su amiga.

―Disculpá. Tus amigos imaginarios y yo no sabíamos que tu maridito es tan celoso.

―Callate pelotudo.

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