La luz de la luna se asomaba por la  gran ventana de mi casa, similar al sol, pero helado. Fue en esa hora nocturna cuando la vi. Mientras caminaba fuera de mi habitación; ahí estaba frente a mí. No se movía esa densidad oscura que se postraba en el suelo y parte de las escleras. 

Me detuve para observar detenidamente y desapareció. Mi cuerpo comenzó a temblar, como si supiera que algo extraño habitaba el lugar. Bajé deprisa las escaleras, con movimientos convulsivos, para buscar por todas partes. Justo en la cruz, grande y vistosa con esa posición del Jesucristo crucificado, muerto; se encontraba esa sombra negra y amenazante, que tapaba media pared de la sala. Se le alcanzaban a notar los brazos y la cabeza. Hasta que de pronto, percibí como se abrieron sus ojos, que se asomaron para verme, parecía que brotaban del muro. 

Me quedé atónito y de inmediato volvió a desaparecer. Estaba congelado en la sala, no sabía que hacer y hacia donde moverme. Pensé: Ese extraño invitado, se quedará oculto o decidiría mostrarse otra vez.

Intenté prender la luz y no respondió; estaba a la merced de la luz artificial de la luna. Hasta que me moví para prender una vela. No encontré nada mejor que me ofreciera iluminación. En seguida, escuché que crujía el ático, como si alguien pisara con fuerza. 

Subí de inmediato. Entre cajas y polvo; la flama tenue de la vela no alumbraba lo suficiente. De la ventanilla entraba de golpe, la luz azulada del espejo celeste. Fue en ese espacio, donde la figura volvió a presentarse. No quise acercarme, debido a que el miedo me dejaba pegado al suelo. Noté como esos ojos brotaron nuevamente y se abrieron; seguido de una marcada sonrisa siniestra. Me pareció que se burlaba de mi y sin mas, desapareció de nuevo. 

En las habitaciones de abajo, escuche ruidos de movimientos no muy bien definidos. Algo se movía y hacía crujir la madera y rechinar los muebles. Además de que se escuchaban murmullos y risas; o eso creía. 

No sabía que hacer, ni a donde huir. Estaba atrapado ante un visitante incorpóreo, que rondaba por todos los espacios de la casa. ¿Qué podría hacer? tan solo es una sombra escurridiza, que no me perseguía, sino que parecía burlarse de mí y condenarme al espanto de su presencia. Así me hacía perseguirla, sin poder atraparla. 

Con esa reflexión mi miedo disminuyó. Estaba siendo sometido a un juego ridículo, para ser la burla de alguien mas, que estaba escondido por la casa. Entonces, me propuse a no ser mas la víctima de un chiste extraño. 

Bajé con el gesto marcado de amargura y justo en el pasillo principal, la sombra estaba quieta frente a la luz de la luna, que no cesaba de invadir mi casa. Quise confrontarla y darme cuenta de la broma en la que estaba involucrado. Pero nada daba señales de que fuera eso. 

Sus ojos se abrieron y con la sonrisa mostró su presencia real. Poco a poco se despegó del suelo, como si hubiera estado cosida. Primero la cabeza, mientras no dejaba de mirarme. Sus ojos, fueron tomando una forma cristalina y verdusca, similares a los míos. Finalmente, separó los brazos y el cuerpo, manteniendo los pies unidos al suelo. Comenzó a mantener una apariencia humana, pero deforma y oscura. Tenía la imagen de estar vivo. 

Se acercó a mí, sin disminuir esa sonrisa macabra de su rostro. Noté que no había dimensiones en eso, era unidimensional, pero su presencia era como un reflejo de la mía. 

Mi cuerpo se paralizó, no había nada que podía hacer. Estuvo en frente de mi rostro, con su sonrisa burlona consumiendo mi miedo, lo animaba. Buscaba que fuera el motivo de su alegría grotesca y malsana. Mi angustia se desbordó y me desmayé; arrojándome a la oscuridad. 

Desperté, en mi cuarto. Alguien me había movido hasta mi cama. Probablemente fue ese visitante. Lo supe porque seguía frente a mí, sin despegar su mirada que mi atrapaba como pájaro en una jaula. Y esa sonrisa, no cedía, ¡seguía burlándose de mí! Estaba ahí en el cuarto, con la luz de la luna que entraba detrás de mí. Pero ahora noté que sus piernas se unían a mi cama, cual títere al titiritero. Esa sombra era la mía, éramos uno. Su aspecto sombrío jamás se separaría de mi ser. 

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