El Sobreviviente.

Tenia que estar muerto, seguramente estaba muerto. No podía haber resistido a ese último bombardeo. No solo estaba muerto, algo peor. Esas bestias cibernéticas lo habían convertido en uno de ellos. ¿Por qué había despertado si no fuera así? ¿Si esa bomba cayo justo frente a él? Nadie puede sobrevivir a una explosión como esa. Absolutamente nadie. Recuerda la ráfaga de metralla, la luz enceguecedora, la explosión en su cara, y luego, por unos segundos, ese terrible zumbido.

Joss, toca su cuerpo, se palpa el pecho, las piernas, la cabeza. Se mira las manos, luego se incorpora, lentamente. Apenas asoma su cabeza sobre la trinchera y observa, al ras del suelo. Hace silencio y solo logra escuchar su respiración agitada. Intenta mirar más allá de la oscuridad, de la niebla y no ve nada. Estaba solo. O muerto. ¿Qué había pasado con la guerra? ¿Dónde se habían ido los malditos droides? ¿Y los drones como cuervos carroñeros sobrevolando su cabeza? ¿Finalmente se habían aniquilado todos entre sí? ¿Hombres versus maquinas?

Joss, decide salir de su agujero, y se arrastra cautelosamente sobre la hierba. El olor a pólvora y pasto chamuscado lo ahoga y le hace entrecerrar los ojos, de repente no puede respirar y levanta un poco la cabeza para tomar aire. Y continua. A pesar de todo se siente bien, parece descansado, con fuerzas, como si no hubiera estado luchando solo desde hace semanas.

La hierba más allá de la trinchera, estaba húmeda, fría, regada por el rocío del amanecer. Pronto saldría el sol y podría ver un poco más y tal vez encontrar un refugio.

Se arrastra sin detenerse, casi sin respirar, unos cuantos metros, cien metros, calcula. Se da cuenta que es inútil seguir reptando como un animal. Da un salto y se incorpora, y un poco agazapado comienza a correr, en la misma dirección, sus piernas le responden perfectamente. Se siente tan bien estar en campo abierto, fuera de esa trinchera que había sido su refugio y defensa por mucho tiempo. Poco a poco, todo comienza a despejarse, mientras va avanzando y se aleja de ese paraje de muerte. A unos metros, divisa la carretera y del otro lado las luces de una casa. No lo duda un instante, y se dirige hacia allí. Llega con el alba a sus espaldas y un silencio que jamás había experimentado, en ningún amanecer. No había ruido de automóviles, ni canto de los pájaros, ni el murmullo incesante de la gente en las calles. La guerra parecía haberlo devorado todo, los droides al fin se hicieron con toda la humanidad. Ahora solo quedaba él, dispuesto a sobrevivir.

¿Pero que era él? ¿Un despojo humano? ¿Un hibrido con piel y circuitos? ¿O quizás lo dieron por muerto abandonado a su suerte? No, esas máquinas no fallaban, no dejaban heridos, su sistema era infalible, lo detectaban todo.

Toca la puerta una vez, y no obtiene respuesta, lo hace de nuevo, con el mismo resultado. Decide llamar para ver si hay alguien, pero grita varias veces y nadie le responde. Empuja la puerta y se abre, un aroma hogareño lo invade y lo tranquiliza. Entra y cierra tras de sí, inmediatamente. Todo parecía estar en su lugar, incluso había fuego en la estufa, se arrima para calentarse un poco los pies. Se da cuenta que están empapados, los calcetines rotos y mojados. Una radio suena de fondo y solo consigue oír el mismo mensaje que se repite, una y otra vez: “Soy Joss Campbel, este es el año 2341, ya no hay sobrevivientes en el planeta tierra, hombres y maquinas han sido exterminados. Si algún visitante escucha este mensaje, aquí los espero. Soy Joss Campbel, este es el año 2341…”

El mensaje tenía dos siglos, y era su propia voz. Ahora lo recuerda. Era el, siempre el, despertando en esa trinchera una y otra vez, repitiendo a la perfección cada movimiento, cada suceso, incapaz de tomar otra decisión, como si estuviera programado, para hacer todos los días lo mismo, como un reloj de pared, como un algoritmo perpetuo, como una máquina perfecta, en esa tierra vacía.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS