CRÓNICAS DE LA MALDAD
CAPÍTULO 1
Y lo que opinen los demás está de más
Quien detiene palomas al vuelo
Volando a ras del suelo
Mujer contra mujer
— Buenos días Benita
— Buenos días Doña Engracia
La musiquilla del último éxito de Mecano surge de forma inesperada de la portería. Sospecho que de forma mecánica y aleatoria, puesto que estoy segura de que Benita ni presta atención al contenido de la letra ni sospecha el mensaje.
No me gusta conducir.
Pero a veces, tengo que hacer excepciones e ir a buscar mi Seat Ibiza al garaje donde lo guardo, en la Calle del Clavel, para realizar algún trabajo para el que he sido requerida.
Este enero de 1989 ha sido especialmente frío, azotando con virulencia a la provincia de Valencia, a donde me dirijo.
El Inspector Bermúdez ha servido de intermediario entre mi persona y el Juzgado de lo Penal número 2 de Valencia y la Comisaría de Macastre.
Siempre sucede así; durante milenios. Casi nadie me llama directamente cuando se trata de asuntos oficiales: siempre utilizan mediadores. Es lo que tenemos las brujas: todo el mundo nos requiere pero nadie quiere reconocerlo, ni que se sepa.
Un pastor ha encontrado el cuerpo sin vida de una muchacha de quince años de edad dentro de una caseta, en la zona de Cuerna, donde guarda algunos útiles de trabajo. La joven estaba tumbada sobre un camastro que el pastor usa ocasionalmente, sin signos externos de violencia pero con el pantalón desabrochado. El hombre que la encontró pensaba que estaba dormida, hasta que pocos segundos después descubrió la trágica verdad: la joven llevaba varias horas muerta.
Las primeras pesquisas han conducido a un bar de Catadau, al que tres adolescentes -dos chicas y un chico- se habían acercado a comprar unos bocadillos y bebidas, unos días antes. Una de las chicas es la que ha sido encontrada en la caseta, pero de sus otros acompañantes nada se sabe por el momento.
Engracia Valcárcel ha salido temprano, porque el viaje es largo y necesita realizar varias paradas. La carretera de Valencia soporta bastante tráfico y tiene zonas complicadas.
— Me gustaría parar a desayunar en Tarancón- piensa para sus adentros- y sería ideal parar a comer en Motilla del Palancar
Bueno, lo de comer es un eufemismo ya que Engracia cuando conduce se contenta con algún café y un pequeño picoteo. Fundamentalmente frutos secos sin sal. La comida la embota y adormece. Una bruja que se precie debe de ser frugal y más en condiciones que requieren mantener su mente lo más despierta posible.
Suele parar en las gasolineras que tienen algún bar cerca, y en las que la música de Manolo Escobar se alterna con el bakalao. Para eso estamos en la Ruta del Bakalao. Mal que le pese a Engracia que es más propensa a Bach y al blues.
Macastre es un pequeño pueblo de casas bajas y decadentes, pero que conserva el espíritu rural del interior de Valencia, al que no han llegado ni las suecas en bikini ni los ingleses borrachos. A Engracia les gustan estos pueblos que conservan su esencia, a pesar del abandono y desidia en la conservación de las viviendas, en su mayoría de adobe encalado.
Huele a leña quemada en los hogares y chimeneas, porque el interior valenciano es desabrido y más en esta época del año.
Atardece y a lo lejos se escucha un graznido de algún cuervo desubicado, llamando a su bandada.
La Comisaría es modesta, pobre y desolada, como casi todas las comisaría de España.
— ¿Doña Engracia Valcárcel? Pase, pase usted, el señor comisario la está esperando
El Comisario Ágreda no es ni alto, ni bajo; ni gordo, ni flaco; ni guapo, ni feo. Es decir, que es difícil de describir y de recordar. Es de esas personas que se desvanecen ante tí, porque tampoco sus átomos tienen la suficiente fuerza como para mantener las células de su cuerpo completamente organizadas.
— Siéntese usted, doña Engracia ¿le apetece un cafelito?
— No, se lo agradezco, porque me puede quitar el sueño -miente Engracia, conocedora de las pócimas cafeteriles que acostumbran a tomar en las comisarías: agua alquitranosa cien veces recalentada.
— Creo que ya conoce usted el caso ¿verdad?
— El Inspector Bermúdez me ha dado a conocer las primeras diligencias, aunque tengo algunas preguntas que hacerle a usted
— A su órdenes -miente el Inspector Ágreda, al que departir con una mujer sin oficio ni beneficio les disgusta en extremo, pero a la que debe de atender por ser órdenes directas de Madrid. Órdenes terminantes
— Me gustaría que me condujera al depósito donde se encuentra el cadáver. También querría ir a la caseta y al bar de Catadau
El depósito de la morgue de Valencia, adonde han conducido el cadáver, está más gélido que el cuerpo de la pobre muchacha.
Pregunto al forense de guardia:
— ¿Podría descubrir el cuerpo? Necesito inspeccionarlo visualmente -vuelvo a mentir; de hecho, lo que necesito es tocarlo, sentirlo, vivirlo, revivirlo.
La adolescente es delgada, de pelo liso y rostro ligeramente afilado, al que la lividez de la muerte ha conferido un cierto aura beatífica.
De forma aparentemente descuidada, rozo su brazo. Es suficiente. Al menos, es suficiente para mí, Por el momento.
— Comisario Ágreda ¿han revisado a fondo el lugar que rodea a la caseta?
— Naturalmente, doña Engracia, siempre seguimos el manual -vuelve a mentir
Todos mentimos contínuamente; unas veces a sabiendas y otras por descuido, costumbre o negligencia. Mentiras piadosas y mentiras dolosas; inteligentes y estúpidas; inocentes y malvadas.
— ¿Y no han encontrado el cuerpo del chico por allí cerca?
— Por supuesto que no. Figuraría en las diligencias
— Ya veo. Por cierto señor comisario ¿conoce usted la calle Alcàsser en Valencia?
(continuará)
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