Cada vez que se esconde, asustado, angustiado, deseando desaparecer, se hace la misma martilleante pregunta. Ha de vivir en secreto, apagando su libertad en pos de una naturalidad demasiado íntima.

«Naturalidad…», piensa. «¿Es natural ocultarme para ser natural, para ser lo que siento que soy?»

Ha de hacerlo. Querer no está prohibido, pero “querer raro”, como le espetó su padre aquel día, “no está bien, no es lo normal”.

Con el tiempo papá inició un camino tormentoso en el que la lucha entre su costumbre y el amor a su niño casi se lo llevan por delante. No pudo mirarle a los ojos durante muchos años, pero aprendió a admirar la constancia, el tesón, (¿la fe?), con la que defendía ser la persona que, esforzadamente, trataba de explicar que no todo es como lo queremos ver, sino como es.

Un día papá vio a su vástago besar a aquel chico con el que tanto coincidían últimamente. Y vomitó. Regresó a casa dispuesto a contarle a mamá, con odio encendido, lo que había tenido que soportar. Pero al meter la llave en la cerradura se detuvo un instante y apoyó su arrugada frente en la puerta.

Lloró. Lloró hasta desesperar. Y comprendió por primera vez que aquella sensación de injusticia que le rondaba la cabeza desde hacía lustros, no era en realidad más que impotencia por haber cerrado los sentidos entre las orejeras de un burro cansado de trabajar.

Entró y recorrió el pasillo hasta la cama —era tarde, como cada noche que le tocaba guardia—, y al deslizarse entre las sábanas para agarrar de la cintura a su mujer, susurró unas pocas palabras que acabaron por despertarla.

—Amor, María, era simplemente amor…

Entre fastidio y tranquilidad, aquella reina de la calma le respondió casi en duermevela, sin girarse siquiera:

—Desde que te lo dijo lo ha escondido, a ti, y a la gente sin perspectiva. El cariño no entiende de hombres y mujeres, de trasnochadas creencias; es simplemente la expresión de una poco frecuente manera de comprender la vida, y para eso nadie estamos acostumbrados… de momento.

—¿Y cuál es esa manera?

—La verdad, cielo, la verdad que solo saben contar unos ojos a otros…

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