Antes yo no era así. No, no lo era, pero luego todo cambió. Primero cambió el mundo, luego cambié yo. Algunos dicen que en realidad el que cambia es uno, aunque la verdad tampoco lo sé. No soy filósofo, solo soy asesino. Nunca imaginé que me transformaría en esto y, lo peor de todo, es que no me preocupa ni me genera pesar. A veces quisiera sentir culpa, arrepentimiento o cualquier sentimiento que demuestre que todavía me queda un poco de conciencia. Quisiera imaginar que no tengo un cuerpo vacío, que soy algo más que huesos y un pedazo de carne. Antes yo no era así, antes tenía alma.

Descuartizar cadáveres es algo malo, debería darme asco, impresión… No lo sé, algo. Pero descuartizo cuerpos sin sentir nada, absolutamente nada. Del mismo modo que un buen hombre corta el pasto o que un niño utiliza una tijera para cortar imágenes de una revista, yo utilizo el machete y mis cuchillos para desmembrar cadáveres de una manera tan natural que ni siquiera impresiona. Es solo cortar cuerpos, nada más. Bueno, también antes hay que matarlos, pero eso lleva menos tiempo. Disparar es como encender un televisor con el control remoto, solo un movimiento de un dedo basta; aunque debo reconocer que a veces suelo tentarme con el zapping.

Es interesante cuando los ojos quedan abiertos, la mirada observa el más allá y parece que viajaron hacia otro lugar. Esa suele ser una linda postal, por eso a quienes mueren con los ojos cerrados se los abro para que también puedan mirar. He logrado la habilidad de hacer que tanto el machete como los cuchillos pasen limpios y en muchos casos cortando en un solo trazo. Para lograrlo es necesario tener precisión, fuerza y velocidad. Claro que con los niños es más fácil y los cortes ofrecen menos resistencia.

Las articulaciones son las más entretenidas, hay que mover la zona libre del hueso mientras pasa la hoja. El cuello es solo carne, sangra mucho y por eso prefiero dejarlo para el final cuando la sangre está coagulada. Soy un hombre prolijo, no me gusta ensuciar. Los dedos requieren paciencia, casi siempre son veinte, aunque a veces me he encontrado con menos, por ahora nunca con más.

De niño siempre imaginé cuáles serían las cosas que haría de grande y, sin embargo, nunca pensé que trabajaría de esto. Va, ni siquiera es un trabajo porque no lo hago por dinero. Tampoco lo hago por placer, eso es lo más extraño. Digamos que solo lo hago por hacer, como quien se sienta frente a un dispositivo electrónico en un estado lejano, abstraído y ausente del mundo.

Yo mato por matar; primero escucho los gritos desesperados de las víctimas, pero siempre es el silencio quien se impone al final. Como dice el dicho: «después de la tormenta llega la paz». Nunca tengo miedo y todo resulta muy natural. Nada me sorprende y si vieras usarme el machete verías que nunca me tiembla el pulso en los cortes que debo realizar. El proceso es muy sencillo y todo transcurre sin que las víctimas puedan reaccionar. Simplemente llego, mato y descuartizo; te lo voy a mostrar.

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