_ Hola, buenos días _
_ Si señor, dígame en que le podemos servir _
_ Quiero averiguar sobre la eutanasia _
Andrés Laguna, un joven de veinticinco años que quería quitarse la vida. Él no sufría de ninguna enfermedad terminal y no tenía problemas financieros. Desde muy pequeño sufrió de bullying y a raíz de eso creció con un trastorno suicida y depresión.
_ Si señor, la eutanasia se hace a personas con enfermedades como demencia, esclerosis o párkinson. Y además debe estar aprobada por un juez del país _ respondió la señorita de la EPS.
_ ¿Y si no tengo nada de eso y solo quiero morir? _
Andrés tenía un alto grado de depresión, a pesar de que su vida había sido literalmente fácil y sencilla sentía que no pertenecía a este mundo. En varias ocasiones había intentado suicidarse, pero, cuando llegaba la hora cero, donde había que halar del gatillo o meter el cuchillo en su cuello no tenía el coraje, aunque no quería estar en este mundo tampoco quería irse por mano propia.
_ No señor. No puede acceder a la eutanasia, a menos que un juez lo diga _
Otro intento que no funcionó.
Andrés se regresó con la cabeza casi en el piso de lo decepcionado que estaba. No servía ni para quitarse la vida. En toda su vida se sintió menos que los demás, y aunque tuvo el amor de sus padres, tíos, abuelos y varias novias, él se encargó de alejar a todos y quedarse casi solo. Si no fuera por su abuela María viviría solo y, además, lo haría debajo de un puente.
_ ¿Cómo haré? _ Se preguntó en voz alta.
Sin obtener respuesta a esa pregunta en todo el camino llegó a su casa, tocó la puerta y su abuela lo dejó pasar.
_ ¿Dónde estabas Andrés? _
La señora María tenía sesenta y tres años, dos hijos varones y una difunta hija. Su pequeña ella a la edad de quince años se suicidó después de celebrar la fiesta donde pasaría de ser una niña a convertirse en mujer. Varios hombres abusaron de ella en la celebración sin que nadie se diera de cuenta, ni se percatara… todos en la fiesta estaban borrachos, especialmente la señora María. La señorita al verse deshonrada no vio otro camino que quitarse la vida, pues la familia era muy fiel a la biblia y a la iglesia donde aprendió que lo más importante era el matrimonio y que si no se llegaba con la honra hasta allá no podían ser bienvenidas en las manos de Dios y que ningún hombre las aceptaría como su pareja por toda la eternidad.
La señora María había perdido a un ser querido y se culpaba todos los días por ello. Cada noche tomaba una copa de vino y escuchaba la misma canción que tocaron en la fiesta de quince de su pequeña princesa, la copa era bebida suavemente hasta caer dormida en medio de la noche.
Andrés estaba con ella porque nadie lo quería, y ella estaba con él porque creía que si lo podía salvar de aquel deseo de quitarse la vida ella seria perdonada por su hija y por Dios.
_ ¿Dónde estabas? _ Repitió la señora.
_ ¡Eso no importa! _ Gritó mientras terminaba de abrir la puerta de un empujón.
Andrés rápidamente entró en su habitación y dejó a su abuela en el pasillo alcanzándolo. Ella comenzó a tocar la puerta desesperada y Andrés no le abrió. Él entró en su baño y se acomodó en la tina, tomó una Gillette que estaba al lado del inodoro escondida entre sus toallas y comenzó a cortar sus brazos. Las heridas eran muy superficiales, salía sangre, pero, nada importante. Él sabía que así no moriría, lo máximo era que sufriera un desmayo, pero no perdería la vida, el deber ser era meter la cuchilla hasta el fondo y perder mucha sangre en los dos brazos, pero, no tenía el valor. Él quería morir sin dolor y lo más desprevenido que fuera. En ese orden de ideas nunca iba a morir por su propia mano, aunque lo intentase mil veces. El ser humano tiene un instinto de supervivencia tan vital que Andrés no sería capaz de quitarse la vida, algo intrínseco de él no lo dejaba meter toda la cuchilla. Todos nosotros queremos vivir, aunque estemos en la peor situación posible y veamos una opción descabellada de vivir la tomaremos, sin importar cual sea y sin importar por encima de quién sea.
_ ¡Qué mierda! _
Un intento más a la lista.
Andrés fue hasta la puerta y le abrió a su abuela que aún estaba tocando desesperada.
_ ¡Qué hiciste! _ Dijo y tomando sus brazos siguió _ ¿Por qué estas sangrando?
Andrés no quiso decir nada, era algo tonto decir lo que era obvio. Él había cometido otro intento de suicidio. La señora María rápidamente fue hasta la cocina donde estaba el botiquín de primeros auxilios y tomó el recipiente de gaza para curarlo.
_ Andrés, por favor, no hagas esto _ suplicó la abuela.
Al terminar de cubrir sus heridas con la gaza fueron al hospital más cercano para suturarlo. Ella, en camino, se veía preocupada, no podía perder a otro familiar, ya había fallado como madre y si también lo hacía como abuela seria la peor persona del mundo y no podía entrar al reino de Dios.
“¿Que hago?” Pensó.
Sus lágrimas brotaban como si fuera la lluvia de Cherrapunji, India. Estaba desconsolada, no sabía qué hacer, sus manos temblaban de impotencia. Por otro lado, Andrés también se sentía impotente, pero, de no poder cometer su objetivo.
Pasaron tres días y la señora María seguía preocupada. Andrés se pasó dos días seguidos en su habitación sin comer nada. Solo tomaba agua agarrada de su baño para no bajar de su alcoba y ver a su abuela. Siendo las cinco y media de la tarde de aquel día alguien tocó a la puerta.
_ Señora María, mi nombre es Jesús _ se presentó el hasta entonces desconocido.
_ ¿Es el psicólogo que enviaron del hospital? _
_ Si señora _
Sin más opciones la abuela acudió al hospital y pidió ayuda profesional. Andrés fue tratado por varios psicólogos cuando niño. Él creció de un modo muy extraño a los demás, siempre se la pasaba encerrado en su cuarto y veía muchas películas de terror. Era raro ver a alguien disfrutar tanto de ese género, él jamás llegó a inmutarse por ninguna de esas películas, no importaban cuan sanguinarias o terroríficas fueran. Él nunca tuvo amigos, a los otros chicos les daba miedo acercárseles y por eso fue que prefirieron hacerle bullying antes de integrarlo de forma natural a sus grupos.
_ ¿Puedo ver al paciente? _
_ Está en su alcoba, voy a intentar hablar con él para que pueda verlo _
La abuela subió al segundo piso de la casa y aviso en la puerta de Andrés que una persona quería verle. Él no esperaba a nadie.
_ ¿Quién? _
_ Es un psicólogo que enviaron del hospital hijo, por favor abre _
Andrés no tuvo ganas de abrir la puerta, sin embargo, ya había pasado mucho tiempo sin comer nada y se sentía débil, tenía mucha, en ese momento su intento de perder la vida por hambre había llegado a su fin.
_ ¿Por qué un psicólogo? _ Preguntó abriendo la puerta.
La abuela no le dijo nada, ella comenzó a bajar las escaleras y él la siguió.
_ Hola, tu debes ser Andrés _ dijo el psicólogo levantándose de la silla donde estaba postrado.
Andrés quedó varios segundos viendo el rostro de aquel hombre.
_ Si, mucho gusto _ respondió.
El psicólogo le sonrió para que él estuviera un poco más cómodo, sin embargo, Andrés solo agachó la cabeza y fue a la cocina por comida. Regresó cinco minutos después con un sandwis con doble queso y jamón, un jugo de naranja servido en un vaso mediano de vidrio y se colocó en frente del psicólogo.
_ Gracias por venir _ exclamó estirando su mano para despedirse de él.
Al terminar ese gesto regresó a su habitación y comenzó nuevamente su proceso de hibernación. Así pasaron varios días más, la señora María cada vez que podía subía y tocaba a la puerta de Andrés para ver su aún seguía vivo. Una noche de viernes, siendo las once y media de la noche él bajó de su cuarto en total silencio. Quería salir, quería tomar aire fresco, sentir un olor diferente a pies y a amoniaco que salía del baño. Había estado encerrado casi dos semanas. Aprovechando que su abuela se había tomado la copa de vino y estaba profunda, se acercó a la cartera de la anciana y robó un par de billetes.
_ ¡Taxi! _ Gritaba en las afuera de su casa.
Un taxista de aspecto pútrido, anteojos negros y gorra negra con el símbolo del pentagrama invertido se detuvo y le prestó el servicio.
_ Por favor, al centro _ pidió Andrés.
_ ¿Alguna dirección en especial? _
_ No sé aun, vamos y cuando estemos en algún lugar le pido que se detenga _
El conductor hizo caso al pedido del chico. Andrés se sentó en la parte trasera del vehículo y tiró la puerta para comenzar el recorrido.
_ ¿Por qué usa anteojos negros? _ Preguntó Andrés sin ser respondido.
El taxista estaba concentrado en el camino. Andrés revisó la parte trasera del vehículo en busca de alguna identificación del conductor, sin embargo, no encontró nada. Era extraño que aquel taxi no tuviera alguna bitácora de información de su conductor, pues eso era ley en la ciudad. Los taxis debían tener un pergamino donde se describía al conductor de turno, desde nombre y cedula hasta RH por si algún accidente ocurría.
Andrés no le prestó más atención a eso e intentó ver el rostro del conductor. A pesar que era de noche las luces que pasaban por al lado del taxi encendían el retrovisor y dejaban ver todo a su alrededor, todo, menos el rostro del taxista. Una sombra extraña lo cubría, y los lentes de sol estilo Ray Band en su rostro le dificultaba aún más para hacerse al menos una idea de cómo sería su cara. Él se había cansado de intentar descubrir su rostro y se calmó un poco. Quiso sacar información del taxista y comenzó a hablar intentando ser respondido.
_ ¿Conoce de algún sitio donde haya prostitutas? _
El taxista giró un poco la cabeza, lo volteó a ver y respondió de inmediato.
_ Si _
El conductor parecía que viviera por el sector, porque de una vez se dirigió al lugar más conocido del centro. Andrés se puso cómodo en el taxi y comenzó a hablar con él, a pesar de su imagen pútrida gracias a su vestimenta rasgada, con poca asepsia y maloliente él se sentía afable con aquel sujeto. Hablaron por mas de veinte minutos y Andrés se mostró complacido con su interlocutor, le contó casi toda su vida, desde su niñez hasta la fecha. La conversación se vio afectada cuando por fin llegaron al destino que había trazado el piloto.
_ ¿Como vas Luzbel? _ Preguntó un policía abriendo la puerta del taxi y requisando de manera atrevida a Andrés.
_ ¡Bien! _ Gritó el taxista _ ahí les traje un cliente.
Andrés pagó treinta y dos mil pesos por el servicio al taxista y entró al lugar donde lo había dejado.
_ La esquina del diablo _ dijo Andrés en voz alta mientras leía un letrero en luz de neón que brillaba hasta atrás del antro y que también funcionaba como luz de fondo con el efecto de resaltar las prendas de color blanco, así, cubría con su oscuridad las caras de las chicas ahí presente y dejaba ver aun mas las lencerías que brillaban como árbol de navidad un veinticuatro de diciembre.
_ Hola guapo _ dijo una chica rubia de aproximadamente quince o dieciséis años de edad.
Andrés sin titubear ni perder el tiempo de una vez fue al grano.
_ Estoy buscando al diablo _
_ ¿Quién lo busca? _ Preguntó un guarda de seguridad que estaba cerca a ellos.
_ Andrés Laguna _
El guarda de seguridad después de una requisa minuciosa llevó a Andrés hasta el cuarto piso del edificio donde se encontraba el diablo, avisó su llegada y se retiró después de que él entrara a la oficina a entrevistarse con el diablo.
_ ¿Quién eres tú? _
_ Soy Andrés _
Una de las reglas del diablo era que nadie debía dar información sobre él a los que no fueran de su circulo de confianza. Pues intentaba encubrir su verdadera identidad por si algún día necesitaba negarse de cometer tantos crímenes.
_ ¿Cómo supiste de mí? _
_ Eso no importa _ dijo Andrés, y tomando asiento en frente del diablo con una determinación de admirar prosiguió _ quiero contratar tus servicios.
El diablo seguía sorprendido, Andrés no era de las típicas personas que frecuentaban su antro. Andrés parecía ser de una buena familia de la ciudad; su cabello corto, sus uñas arregladas, la ropa casual que llevaba puesta, sus zapatos blancos bien pulidos y limpios y su cara sin ninguna cicatriz, barro, mancha o espinilla dejaban ver a un chico que tenía tiempo libre para cuidarse la piel. Su olor a colonia importada, su cuerpo delgado, pero bien estructurado dejaban ver a una persona que nunca en su vida había trabajado o por lo menos jamás había hecho algún trabajo pesado. Sus hoyuelos en las mejillas cuando reía resaltaban lo mimado que era y su estilo de hablar recalcaban la buena educación que había recibido.
_ Por acá no vienen personas como tu _ dijo el diablo tomando asiento detrás de su escritorio _ ¿que se te ofrece hijo?
Andrés no sabia como decirlo, esperó varios segundos y compiló sus ideas. El diablo lo veía directamente a los ojos mientras él titubeaba con la mirada intentando encontrar el gesto perfecto para poner en su rostro y hacer entender al diablo que hablaba con toda la seriedad del mundo.
_ Quiero que me mates _
El diablo no se inmutó nada al oír esas palabras. Quedó quieto en un estado natural. Poco tiempo después se levantó de la silla y fue a servir dos tragos. Después de tirar un par de hielos en uno de los vasos sirvió wiski, le dio el vaso con hielo al chico y se sentó nuevamente a seguir escuchando la petición del joven mientras él comenzó a oler el vaso.
_ Quiero que me mates _ repitió Andrés _ ¿Cuánto me cobras?
El diablo tomó una pequeña agenda que estaba postrada en su escritorio y comenzó a escribir. Andrés no le había dado el primer sorbo al trago, de hecho, el hielo comenzó a derretirse causando humedad en el vaso y haciendo que las manos de Andrés se mojasen.
_ ¿Cuanto? _ Insistió Andrés exaltándose un poco, dejando el vaso encima del escritorio del diablo y levantándose de la silla.
_ Depende _
_ ¿Depende de qué? _ Preguntó Andrés regresando a su estado de tranquilidad y volviendo a tomar el vaso.
_ ¿Cómo quieres morir? _ Dijo el diablo sin sonrojarse _ si quieres morir ahora mismo por mi mano, es gratis.
El diablo sacó un arma que tenia escondida en su escritorio, la apuntó a la cabeza de Andrés y haló del gatillo.
¡Clic!
El arma estaba sin balas.
Andrés en una intervención rápida giró la cabeza a la izquierda y la cubrió con sus manos, fue un movimiento impremeditado, algo espontaneo que salió de su sentido de supervivencia.
_ Así no quieres morir _ dijo el diablo dejando la pistola encima de su escritorio _ ¿Cómo lo quieres hacer?
Andrés había sido comprendido con esa acción. El diablo sabía a qué se estaba enfrentando.
_ Quiero morir lo más desprevenido posible _
_ Eso si cuesta _ esbozó el diablo _ te costará doce millones de pesos.
Andrés se sintió bien con el valor solicitado por el diablo y comenzó a acordar el pago. Después de colocar las condiciones del pago él ya estaba listo para regresar a casa. El diablo por el contrario quería que se quedara un poco mas y gastara un poco de dinero en su antro.
_ ¿Por qué no te quedas y disfrutas tu última compañía sexual? _
_ No tienes nada que me interese _ dijo rápidamente Andrés.
Andrés se levantó de la silla y se acercó a la puerta para abrirla y abandonar al diablo. Al tocar la perilla regresó la mirada al diablo para despedirse de él.
_ ¿Quieres conocer a quien te matará? _
Esa pregunta le fue interesante, saber quien lo mataría era algo que llamaba su atención. Quería verlo a los ojos, quería saber quién lo enviaría al más allá.
_ Si _
El diablo tomó la pistola y la devolvió al cajón donde estaba guardada. Se terminó el poco de wiski que le quedaba en el vaso y salió en compañía de Andrés. Caminaron hacia el segundo piso donde era el prostíbulo, se acercaron a la barra y el diablo preguntó por el paradero del individuo que se encargaría de acabar con su vida. Al enterarse donde estaba volvieron a caminar, se dirigieron a las habitaciones donde entraban y salían las chicas sin más. Era casi un desfile de todo tipo de mujeres, desde blancas, negras, trigueñas, asiáticas y europeas. Grandes, chicas y chaparras. Gordas, delgadas, feas o bonitas. Hasta niñas menores de edad, de edad media o ancianas. Aquel lugar era el infierno, todo se valía, todo se podía hacer, desde contratar un servicio sexual hasta comprar drogas, armas o contratar a quien te mataría.
_ Debe estar acá _ esbozó el diablo tocando varias veces a una puerta negra diferente a las demás.
Esa puerta tenia el numero setecientos setenta y siete (777) puestos como aviso en ella. Era de madera gruesa, no tenía manija de ningún lado, por fuera no se podía abrir y por dentro tenia un cerrojo que la aseguraba mientras alguien estaba ahí. Parecía una cueva, parecía una entrada secreta a un tesoro escondido.
Después de tocar tres veces alguien abrió. Era una chica de aproximadamente trece o quince años, de cabello negro, delgada, con maquillaje blanco en la cara que parecía un mimo y tatuajes en los senos.
_ ¿Esta? _ Preguntó el diablo.
La chica de cabello negro, cortado sin ninguna precaución, tal vez por tijeras, por un cuchillo o por un cortaúñas asintió con la cabeza.
_ Por favor, dile que estoy aquí _
La chica se dio la vuelta y en su espalda dejó ver unos moretones, tenia cicatrices en todo el cuerpo y sangre en los brazos, las piernas y el abdomen. Ella estaba desnuda, se veía desorientada, cada paso que daba era un aviso de una caída por desequilibrio. No tenia fuerzas para nada, de hecho, que abriera la puerta era casi un milagro.
El cuarto estaba oscuro, y era grande. En el fondo se alcanzaba a ver una cama y unas sabanas rojas en ella, también se divisaban dos siluetas en la cama, al parecer de dos chicas que se estaban besando y una tercera silueta sentado en posición de meditación en frente. La chica se acercó a la tercera silueta y le dijo algo al oído. Era muy oscuro el cuarto así que no se podía divisar ningún rostro de lejos. La chica regresó e invitó a seguir al diablo y al muchacho.
El diablo siguió como si nada, el muchacho lo acompañó. Se acercaron a la cama y el hombre que estaba meditando paró su actividad, se acercó al diablo y besó su mano arrodillándose delante de él.
_ Señor _ dijo el hombre.
Andrés divisó el cuarto desde la puerta por donde entraron hasta la cama donde descubrió a dos chicas en lencería blanca besándose una a otra. La tercera chica quien los atendió se unió a ellas y comenzaron a aspirar cocaína en frente de los invitados.
_ Tengo un trabajo para ti _ dijo el diablo alejando su mano del individuo.
_ Lo que usted ordene señor _
Andrés no pudo ver los ojos de su asesino, el cuarto seguía oscuro y el hombre tenia la cabeza abajo haciendo una venia para el diablo.
_ Chico, te presento a: SATANÁS _
Satanás subió la cabeza y dejó ver sus ojos. Eran negros. Él tenía los ojos casi entrecerrados, una cara un poco ovalada, estaba rapado y usaba labial rojo. Tenia pestañas postizas, aretes largos en las orejas y un piercing en la nariz. Era de contextura delgada, medía casi un metro con setenta centímetros y estaba literalmente desnudo. Se había operado el pecho para tener senos, su tamaño era casi copa D. aún estaban en sanación y la cicatriz era muy notable.
Andrés se asombró con esa imagen, nunca antes había visto alguien así. Parecía ser transexual, y eso era nuevo para él.
Satanás se levantó y se acercó a Andrés lentamente. Él dio un paso hacia atrás un poco asustado de la impresión. El diablo se metió en la mitad y paró la avanzada de satanás.
Andrés estaba atónito, se había pasmado. La impresión fue tan fuerte que dejó caer el vaso de wiski que aun conservaba en sus manos.
¡Crag! Sonó.
Las chicas enviaron su mirada a satanás y una de ellas se acercó por detrás del chico y lo tomó por el cuello. Estaba ahogándolo. Tenía mucha fuerza en sus manos.
_ ¡Grrr! Grrr, grr _ susurró Andrés sin respiración.
Satanás apartó al diablo y continuó con su avanzada hasta llegar al chico, comenzó a oler su cabello, envió la mano derecha a su rostro, se puso boca con boca y le dio una sonrisa.
_ ¿Quién es? _ Preguntó satanás oliendo los labios de Andrés.
_ Es tu nueva victima _ dijo el diablo.
La chica soltó a Andrés por una señal de satanás. Él inmediatamente salió corriendo e intentó abrir la puerta. El cuarto estaba oscuro y no se dejaba ver con facilidad el cerrojo que estaba en función. El diablo se acercó a Andrés y le ayudó a encontrar el cerrojo. Abrieron la puerta y salieron de ahí.
_ ¿Te parece bien? _ Preguntó el diablo.
Andrés no podía decir nada. Estaba en shock. Después de respirar un poco pudo sacar unas cuantas palabras.
_ Mañana te transfiero tus doce millones _
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