Querida familia:

Les escribo con la pluma que me regalaron hace años la que será mi última carta. Hace unas semanas que reposo en la cama sin poder levantarme: estoy enfermo, tengo la piel con ronchas, me siento dolorido y me cuesta respirar. Apenas puedo moverme y parece que me queda poco tiempo de vida.

Estoy en el lugar de siempre. Doña Regina me ha puesto las sales y me ha preparado los remedios caseros, pero no funcionan. Los sapos que me pasa quedan secos después de colgarlos y no encuentra pócimas para mejorarme. El patrón, al verme, se ha preocupado y quiso llevarme al pueblo. Por supuesto me he negado. ¿Qué sentido tiene un viaje de dos días para que me vean los hombres de los libros? Bien sabemos que, cuando el de arriba o el de abajo nos llama, no hay hombre que pueda entrometerse. Pero el patrón igualmente los trajo y los charlatanes vinieron a verme, ya saben, los doctores. Me revisaron, quisieron llevarme, me resistí y entonces dejaron unos remedios. Doña Regina ya los tiró, prefiero beber sus brebajes.

La lejanía no nos permitirá vernos antes de que llegue el final y por eso he decidido enviarles esta carta. Como saben soy pobre, no tengo herencia para dejar y quiero contarles que no es necesario que vengan a buscarme. Ya los peones me enterrarán detrás de algún monte. Doña Regina estuvo hurgando en mi enfermedad y con un poco de mi sangre realizó un ritual. Resulta que en sus visiones pudo ver al diablo sonreír.

Les escribo primero para contarles mi situación y segundo para pedirles un favor piadoso: prendan las velas por las noches, unten aceites y esparzan agua bendita por mí. Aunque no puedan creerlo, el diablo me está llamando. El solo hecho de pensar que me iré para los infiernos me aterra. El de cola roja me está esperando, ya me lo dijo Doña Regina.

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