En distintas ocasiones. encantados nos sentimos en el acto de la imitación, sea consciente o no. Representados, proyectados en personajes de la vida real. Como también en objetos y cosas tangibles e intangibles (en efecto…. sucede). Y ni hablar del subjetivo mundo de la fantasía.

Así, el diálogo toma un rol protagónico, cuasi arbitral, en un escenario formal y circular. Este diálogo de modo rápido y gacelesco, se convierte en un emplazamiento al imitador. Por ese auténtico que carece de ingenio, talento y originalidad. El plagiador, es descubierto tratando de seducir el intelecto del veraz autentico, que vocifera y advierte la originalidad de la cual se arroga propiedad indiscutible. Más la lejanía de lo real, la asume con feudal altivez de quien protagoniza la elevación del ego, que más temprano que tarde es desplazada por el plagiador. Éste en sencillas palabras le explica por qué una imitación corriente es mejor que una vulgar singularidad.

El plagiador revela al arrogante y fantoche, la inexistente, tanto como exigua maldad, pecado o pseudo dolo en remedar. Simple. Basta con la observación acabada de cada cual. Todos nos desenvolvemos en actos, cosas, pensamientos, entre otras, que existen de tiempos inmemorables.

El inerte acto imitador, nos devela lo desapercibido que pasa la imitación. Sin darnos cuenta de algo tan cotidiano. Por si fuera escaso, es considerado un hecho mal inclinado. Poco relevante de ser examinado por advenediza comprensión

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