Cada túnel tiene su final

Cada túnel tiene su final

Tyler J. D.

13/01/2023

El retorcido camino que eligió hace años lo hizo buscando la sombra; no quería quemar su nívea piel al cruel sol estival. Lo cierto es que no siempre estuvo a resguardo, porque en determinado momento, notando ya cierto enrojecimiento en los brazos, hubo de dirigirse a algo similar a un tubo creado por una enramada de árboles bajos y altos arbustos que al principio eran frescor pero que más tarde, con el caminar, se tornaron angustia.

Avanzó, como dice la canción, sin pausa pero sin prisa, y conforme lo hacía, en proporción a la distancia recorrida, aumentaba su dificultad para respirar. Pero era tozudo, y aunque tal vez algo arrepentido, ya no paró a comprobar si tenía alternativa a derecha o izquierda.

Un buen día, casi ahogado en su propio dióxido de carbono, detuvo el paso para apartar la maleza buscando una bocanada fresca (ya no soportaba más la sensación de avanzar para empeorar) pero un volumen aún mayor de hojas, mucho más perturbador, le impidió imaginar siquiera las deseadas escapatorias.

«Habré de continuar por la sierpe senda que es mi único destino. ¿Y si al final de ella sólo hay un precipicio imposible? ¿Y si llego al lugar indeseado en que la única salida sea regresar por el recorrido que hice con terror?…»

—¡Bah!, veamos dónde me lleva el ánimo. Total, mamá me dijo que tropezar y no caer es avanzar deprisa, y que echar la vista atrás solo podrá convertirme en estatua salada.

—Dale, pequeño, dale —se decía en voz alta para creerse más fuerte. Y al cabo de un rato (años en su mente) le pareció (deseó) llegar al final del recorrido.

Al final del macabro conducto vegetal por el que transitó exhausto se adivinaba un lugar amplio e iluminado. Salió de las tinieblas por un resquicio angosto y pudo ver que allá, en el centro de un valle desierto se vislumbraba la figura de un árbol, uno, único y mágico que alguna vez entregó con orgullo y reparo su sombra, igual que el rico da limosna al mendigo. Pero había perdido las hojas y no era otoño. Seguramente, cuando cayeran, bocanadas de aire caliente las arrastraron lejos donde terminarían de secarse en la despiadada barbacoa del desierto.

Aun así, instinto de supervivencia por delante, se acercó a buscar protección contra la incandescencia de un sol demasiado agresivo para una piel poco acostumbrada a la claridad, pero descubrió que las sombras de mil finas ramas solo podían maquillar su tez en claroscuros que ofrecían un espejismo de frescor.

«Mierda, si llego a saber que esto es lo que me espera vuelvo al túnel de espinas»

Pero ya fue tarde, ya no hubo manera de localizar la senda que le trajo al secarral.

«Vale, ni agua, ni sombra verdadera. Acepto la consecuencia de mis mil actos…»

Y resignado (en lo que ahora dan en llamar «estado de indefensión») apoyó la espalda en el árido suelo y se dispuso a un final para el que nunca, nadie, está preparado. «Jaja», pensó, «otra cosa que me decía mamá: no digas nunca…»

Cuando empezaron los mareos del calor y la falta de líquido, aquel árbol extraño hizo crujir sus dedos, como a un anciano le chasquean los huesos.

«Vas a hacer esto con constancia hasta que deje de verte, de oírte ¿verdad?»

Pero qué curioso. Ese ser ya inanimado, como en una decisión inesperada y sorprendente, dejó su tenebroso compás para, ya inmóvil, proyectar sobre sus párpados un pedacito de sombra; la justa para que pudiera abrir los ojos y mirar arriba.

Una imagen, borrosa al inicio, le obligó a enfocar las pupilas, no sin esfuerzo ni dolor, hasta que las líneas se afinaron rodeando siluetas cada vez más compactas. Pestañeó las veces que fueron necesarias hasta que entre la telaraña de finas ramas secas vio nítidamente una yema con dos hojillas verdes, de un verde vivo…

—Hola, les dijo. ¿Sois sorna o simplemente esperanza?…

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