Ni siquiera son las ocho y ya sé que vendrá otra vez. Cuando el reloj marque las diez, mi mujer vendrá de nuevo a perturbarme. He intentado ahuyentarla de mil formas, pero no es posible esquivarla. Siempre fue una de esas mujeres insistentes mi querida Aurora. Además, ¿cómo se puede esquivar a un espíritu? Después de todo, podría irme hasta al fin del mundo que nada tendría sentido. Igualmente se aparecería frente a mí, otra vez, en cualquier lugar donde pudiera estar.

Ni siquiera son las nueve, pero ya sé lo que sucederá. Aparecerá con su cuerpo etéreo y transparente de color azulado apenas luminoso. Con una tenue sonrisa en el rostro y una expresión pacífica me extenderá su mano, como invitándome hacia algún lugar. No dirá nada. Solo estará allí, quizás dos o tres minutos; no mucho más. Con su mano extendida y moviendo sus dedos me llamará, invitándome. Pero yo no quiero ir, no quiero que me invite a morir. Quiero seguir vivo como hasta ahora. Su presencia no me hace daño, pero la invitación a la muerte es suficiente como para perturbarme. Lo que pasa es que en eso somos diferentes. Ella siempre creyó en Dios y al menos conoce un poco más de lo que podría esperarse después de la muerte; yo no conozco nada. Solo soy un simple campesino que, si muriera, seguramente andaría perdido por allí. El solo hecho de pensarlo me aterra.

Falta poco para las diez y no sé qué haré cuando aparezca. Ya he probado con pedirle perdón, pero parece que eso no le basta. Ya ha pasado poco más de un mes desde que sucedió el accidente. Si hubiera sido posible, hubiera deseado morir yo en vez de que muriera ella.

Allí está de nuevo, otra vez, con su mano extendida, sonriendo e invitándome. Pero yo no quiero ir, ya le dije que no quiero ir. Sin embargo, esta vez es diferente. La veo moverse un poco, incluso caminar dos pasos y acercarse. Inclina un poco su rostro y mueve la boca. La escucho hablar, pero sus palabras resultan lejanas e incomprensibles. Escucho su voz, pero resulta como un murmullo. Intento escucharla. Lo intento otra vez hasta que al fin puedo comprenderla:

“Querido Dios, lleva mis oraciones hasta el lugar donde se encuentre el alma de mi difunto esposo y procura guiarlo hasta tus alturas, él no conoce nada sobre tu gracia y quizás pudiera estar perdido”.

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